El levantamiento de las restricciones sanitarias desató una ola de conciertos de todo tipo y magnitud. En los últimos meses de 2021 y los primeros de 2022 grupos de rock, cantantes de música popular, intérpretes de ska, reguetón y baladistas llegaron a Colombia en procura de conectar de nuevo con los públicos en vivo.
De tal suerte, los conciertos han asumido para las audiencias y los artistas el rostro de una reactivación que no se restringe a la economía, un volver a la vida tras los meses raros del confinamiento por la covid-19. “Yo soy un hombre de tablas, no solamente mi economía depende de los conciertos, sino que ya tengo una adicción, no podría vivir sin tocar en los escenarios porque me hace muy feliz”, dijo el compositor argentino Fito Páez a Colprensa.
La música en vivo es, según Mario Vargas Llosa, uno de los pocos rituales que le quedan a una sociedad despojada de las creencias de las religiones tradicionales.
Sin embargo, las cosas no han resultado un camino de rosas. La reciente muerte de Taylor Hawkins, el baterista de la banda Foo Fighters, el día de su presentación en la tarima del festival Estéreo Picnic, celebrado en Bogotá del 25 al 27 de marzo, es el más reciente eslabón de una cadena de contratiempos, cancelaciones y muertes. La última vez que la gente pudo ver a Hawkins en acción fue cinco días antes, en la clausura del Festival Lollapalooza, en Buenos Aires
La noticia de su fallecimiento produjo conmoción entre los asistentes al Estéreo Picnic y numerosos miembros de la industria musical. Inevitable resultó recordar el suicidio del compositor Kurt Cobain el 5 de abril de 1994. La idea no resulta gratuita: Dave Grohl, el fundador y vocalista de Foo Fighters, hizo parte de Nirvana, el grupo que hizo a Cobain el emblema de la generación X y de grunge.
Una de las primeras estrellas pop en reaccionar al deceso de Hawkins fue Miley Cyrus. En medio de su presentación en el Lollapalooza de Brasil, Cyrus recordó que Hawkins fue la primera persona a la que llamó por teléfono al bajarse del avión impactado por un rayo en el viaje de Colombia a Paraguay.
Cyrus se presentó en Bogotá unos cuantos días antes de la fecha programada para el recital de Foo Fighters. Incluso, en su evento, la cantante –recordada por su papel protagónico en la serie infantil Hanna Montana– debió parar el concierto, acosada por los estragos del jet lag y la altura de la capital colombiana.
“Seré honesta, no me estoy sintiendo bien en este momento, pero me quedaré aquí todo lo que pueda porque sé cuánto han esperado este show”, les dijo la actriz a los asistentes. El hecho de culminar el evento produjo admiración entre sus fans. Los conciertos les exigen a los artistas enormes gastos de energía y una salud de hierro.
El mes empezó mal
Estas dos anécdotas confirmaron los accidentes de marzo. El más grande fue el sismo comercial producido en Ibagué por la cancelación total del Jamming Festival. La del Jamming es una historia en la que deberán intervenir las autoridades para dilucidar la caída en pique del ambicioso megaconcierto.
La economía de la capital del Tolima sufrió un traspié por la masiva cancelación de reservas hoteleras y por las ventas de comida de comerciantes pequeños y medianos que se dejaron de realizar durante el festival.
La circunstancia escaló hasta el extremo de que las autoridades locales debieron organizar planes de choque para mitigar las secuelas negativas y el concejo municipal le hizo al alcalde de Ibagué Andrés Hurtado un debate de control político.
Más allá de esto, muchos ciudadanos quedaron con las ganas intactas de ver y escuchar a pocos metros de distancia a grupos y solistas de la talla de Black Eyed Peas, Bobby Cruz y Vicentico. Los dineros de las boletas serán reembolsados, anunció la organización, aunque aún no ha dicho por qué lo cancelaron.
Una historia de pérdidas
Además de los asuntos de la salud y de la cancelación de las agendas, el flanco débil de los conciertos es cuando estos se convierten en una bomba de tiempo.
Puede ser por malas decisiones logísticas o por el estallido de un exceso de energía. El caso más reciente –este a nivel mundial– ocurrió el 5 de noviembre de 2021: una estampida humana en el festival AstroWorld dejó el saldo de nueve fallecidos y cientos de heridos.
El evento fue organizado por el rapero estadounidense Travis Scott en la ciudad de Houston, Texas. El músico –conocido por sus seguidores con el apodo de La Flame– fue denunciado por las víctimas y sus familiares. Otro hito sangriento en la cronología de los conciertos fue el asesinato en plena presentación de The Rolling Stones de un joven afrodescendiente: todo sucedió el 6 de diciembre de 1969, en el cierre de la gira del grupo británico en los Estados Unidos.
Hay, por supuesto, anécdotas pintorescas. Los salseros de Medellín, por ejemplo, recuerdan con sonrisas la detención transitoria del cantante y trompetista Willie Colón –junto a toda su orquesta– tras la cancelación en 1985 de su presentación en el coliseo cubierto Iván de Bedout. Se acusó al músico de La Fania de ser el responsable de incidentes violentos y estafa. La jornada se cerró con el saldo de seis heridos y destrozos en el comercio. Colón y sus colaboradores fueron liberados a las pocas horas.
Siete años después –en 1992–, Cali presenció un hito increíble: por primera y única vez visitó Colombia el mítico guitarrista David Gilmour para tocar las canciones principales de Pink Floyd en el estadio Pascual Guerrero. Gilmour –ha contado Chucho Merchán en varias entrevistas– no cobró un peso por venir al país. Sin embargo, el recital fue un completo fracaso: la mafia saboteó la compra de las boletas por la razón más peregrina: al otro día, en el mismo escenario, jugaba el América de Cali.
Al final del asunto, los conciertos son momentos que combinan raíces tribales con avances tecnológicos y estrategias del mercado. Y la gente disfruta, pero no están exentos de accidentes, de momentos que quedan para la historia, muchas veces tristes.