Pico y Placa Medellín

viernes

0 y 6 

0 y 6

Pico y Placa Medellín

jueves

1 y 7 

1 y 7

Pico y Placa Medellín

miercoles

5 y 9 

5 y 9

Pico y Placa Medellín

martes

2 y 8  

2 y 8

Pico y Placa Medellín

domingo

no

no

Pico y Placa Medellín

sabado

no

no

Pico y Placa Medellín

lunes

3 y 4  

3 y 4

language COL arrow_drop_down

Escultor Miguel Ángel Betancur: medio siglo entre ficciones de piedra y arcilla

Cuenta el artista en su libro Génesis, que todo comenzó con una pelota de barro.

  • Homenaje al escultor Miguel Ángel Betancur Tamayo, en sus 50 años de dedicación. Foto: Donaldo Zuluaga/Archivo.
    Homenaje al escultor Miguel Ángel Betancur Tamayo, en sus 50 años de dedicación. Foto: Donaldo Zuluaga/Archivo.
25 de mayo de 2023
bookmark

Miguel Ángel Betancur Tamayo está convencido de que en 2023 se cumplen 50 años de su dedicación al arte y, en especial, a la escultura. Generoso, quiere celebrar este acontecimiento con familiares y amigos. Pero no es cierto; al menos, no es preciso. Me he documentado y he venido a informarles a quienes se han reunido en este castillo —incluido al propio maestro Betancur, quien parece ignorarlo—, que en 2023 se cumplen sesenta y cinco años desde el día en que él se hizo escultor.

Él considera 1973 como su año de inicio, porque en ese calendario ingresó a la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Antioquia. Acontecimiento que él relata así en su página:

“Al ingresar (...) en el año de 1973 al Instituto de Artes plásticas de la Universidad de Antioquia, hoy Facultad de Artes donde fui monitor por espacio de cuatro años (...) di comienzo a mi vida dentro del mundo de la escultura y a la actividad artística”*.

Menciona que al año siguiente participó por primera vez en una exposición colectiva, la Tercera Muestra de Arte IDEA, en compañía de otros estudiantes del Instituto, en el Museo de la Universidad, y tres años más tarde, tuvo la primera muestra individual en el Instituto Cultural Colombo Soviético de Medellín, “donde presenté cinco tallas en madera, tres tallas en piedra, cuatro esculturas en yeso y una escultura en cemento”.

Sin embargo, Betancur Tamayo es artista y, esencialmente, escultor, desde niño. Como en el libro del Génesis, todo comenzó con una pelota de barro. El 19 de marzo de 1958, con cinco años de edad, Miguel Ángel fue a visitar a su padre, el escultor José Horacio Betancur, al taller de la Casa de la Cultura de Medellín, situada cerca al Parque de Bolívar, donde este era profesor. El creador de la Bachué tomó un pedacito de arcilla y, ante el asombro del hijo, con una sola mano y apenas con un ágil movimiento del pulgar, modeló un pez. Lo puso ante los ojos del muchacho para que “aprendiera” la figura, y acto seguido, como si no valiera la pena lo hecho, arrojó con fuerza la masa al tanque del material y, por supuesto, se deshizo lo formado. Entonces, le ordenó:

—Ahora es tu turno. Ya viste cómo se hace.

Miguel Ángel tomó, pues, una pelota de barro, sintió la blanda humedad en sus manos y descubrió la sensualidad del contacto con la tierra. Y, como un adicto, no pudo evitar repetirlo una y otra vez hasta convertirlo en el centro de su existencia. En cuanto a esa primera creación, hizo lo que pudo para darle forma a algo que pareciera un pez y, de este modo, satisfacer a su padre, pero ocurrió lo esencial: el hallazgo de su vocación. Se enamoró perdidamente y para siempre del arte de la escultura. Así, pues, la vida artística de Miguel Ángel Betancur Tamayo comenzó hace sesenta y cinco años.

Desde ese día no se desprendió jamás del arte. Si bien su progenitor no fue su maestro —murió al final de ese mismo año—, hizo lo fundamental: esa mañana, en la Casa de la Cultura, le “inoculó el veneno” de la creación. Cuentan sus hermanos que el muchacho no volvió a ser el mismo. Si antes permanecía abstraído en la observación del mundo circundante y la admiración de las formas de la Naturaleza en las lomas cercanas al barrio Sucre, en el Oriente de Medellín, desde ese momento intentaba recrearlas con sus manos, valiéndose de los materiales que tuviera a su alcance.

Desde entonces, Miguel Ángel Betancur Tamayo se ha esmerado por recorrer un camino propio, desligado de la figura artística de su padre, como debe ser. En su senda encontró su tema esencial: las mujeres. No una mujer, su tipo de mujer, sino las mujeres. Tiene otros temas, la energía y los elementos de la Naturaleza, los próceres de la Independencia, las figuras mitológicas, los animales, pero las mujeres jamás se han ido de su lado...

“Las esculturas de mujeres —sostiene— no corresponden a una persona en particular, sino a una idealizada”, es decir soñada, que sale de su mente en una especie de rastreo de “la bondad y la belleza a través de las formas”*.

Esta idea, la de la mujer idealizada, se ilumina con aquella historia que relata Publio Ovidio Nasón en la Metamorfosis, ese compendio de transformaciones sufridas por dioses, héroes, humanos y animales mortales, así como seres inanimados. En Chipre hubo un rey llamado Pigmalión. «Ofendido por los vicios que en muy gran número la naturaleza dio al alma femenina, vivía soltero y sin esposa y durante largo tiempo careció de compañera de lecho. Entre tanto, con técnica admirable esculpió con éxito un marfil blanco como la nieve y le dio una hermosura con la que ninguna mujer puede nacer, y se enamoró de su obra. El rostro era de una verdadera doncella, de la que pensarías que vivía y que quería moverse si no se lo impidiera su pudor: hasta tal punto se oculta el arte en su arte» *.

El poeta romano, nacido en 43 antes de nuestra era, sigue contando que Pigmalión se confundía, tanteaba la figura con sus manos intentando comprobar si de verdad era de piedra y no de carne y hueso como parecía. La besaba e imaginaba que ella le devolvía los besos. Le hablaba y a veces la vestía y le ensartaba en sus dedos anillos con piedras preciosas y colgaba collares de su cuello. La acostaba en su cama y la llamaba «compañera del lecho». Llegaron las fiestas de Venus, importantes como ninguna otra, y al rey se le oyó clamar:

«Dioses, si podéis conceder todas las cosas, deseo que sea mi esposa, y no atreviéndose a decir “la joven de marfil”, dijo “semejante a la de marfil”» 4*.

Para resumir, la diosa de la belleza y el amor le escuchó y entendió su anhelo. Al regresar a casa, el rey buscó la escultura y halló que ya su cuerpo era blando y su mente disponía de entendimiento. A la boda, que se efectuó nueve lunas más tarde, asistió la diosa Venus, quien propició todo aquello.

No estoy seguro si los escultores y, entre ellos, Miguel Ángel, sufran el efecto Pigmalión, es decir, se enamoren de sus obras. No digo sí ni no. En cambio estoy seguro que los escultores y, entre ellos, Miguel Ángel, sueñan con lograr tal efecto entre los admiradores de su obra. Que sean estos quienes se enamoren, ojalá perdidamente, de sus creaciones.

Betancur Tamayo presentó su Pigmalión y Galatea a principios del segundo decenio de este siglo. Al final del mismo, se la regaló a Envigado. Esta escultura de más de dos metros de altura, elaborada en concreto patinado, puede disfrutarse en la Casa de la Cultura Miguel Uribe Restrepo de ese municipio. Al apreciarla, se entiende la relación de Miguel Ángel con el arte. Se comprende, por ejemplo, ese manifiesto publicado en su página bajo el título “Mi filosofía”, en el que se refiere a él con veneración: “la escultura es mi vida, realidad y amor”*.

Miguel Ángel es un artista incansable. Estudia, esculpe, enseña y exhibe. Y huellas de todo su trasegar van quedando en su espacio de trabajo. Entrar en su taller es una experiencia iniciática. Una larga galería está colmada de obras suyas que se cuentan por docenas. Hay mujeres sentadas, de pie, desnudas, con leve drapeado, acompañadas de animales, realizando labores o abandonadas al ocio; bustos de hombres ilustres; estatuas de trabajadores; rostros que parecen esforzarse por salir de retablos de madera o piedra... todo lo cual dispuesto en pedestales, en mesas, en el suelo, en las paredes. El visitante se extravía mentalmente en un universo interminable poblado de seres fabulosos. Tras recorrer este espacio se accede a una suerte de laboratorio con olor a materiales terrosos y lacas... El taller del artista. Se destacan dos o tres tanques de almacenamiento de arcillas y rocas, y estanterías colmadas de recipientes de materiales resinosos. Pero lo presiden dos bancos de trabajo en los que permanece un conjunto heterogéneo conformado por obras terminadas y otras incompletas; bocetos y herramientas... Ah, las herramientas. Gubias, mazas, cinceles, discos de corte, espátulas... Las espátulas son, en su mayor parte, fabricadas por él con hojas de acero pulidas y afiladas, y alambres retorcidos. Una de ellas lo ha acompañado durante unos cuarenta años. La llama “la ucraniana”, porque conoció esculturas de grandísimo formato en su viaje a Ucrania hechas con utensilios semejantes y, cómo no, a su regreso fabricó la suya. Con ella ha realizado obras monumentales. Menciono las herramientas, porque para Miguel Ángel, con su humildad de hormiga, son compañeras de trabajo. Y los materiales, oponentes contra los cuales se enfrenta. Esto se deduce de expresiones que salen de su boca: “No hay que dejar que el material ponga las reglas”. “Hay que modelar hasta donde el material se lo permita”. “Con el tiempo, el material también me ha modelado a mí”.

Numerosos artistas, aficionados y consumados, han recibido sus enseñanzas sobre técnicas escultóricas. Innumerables seguidores del arte adoran sus esculturas. Un encanto especial transmiten las que viven en espacios públicos. Como transeúntes —transeúntes “detenidos en el tiempo”, para seguir hablando en términos betancurianos— más de treinta y cinco monumentos alegran vías, parques, universidades e industrias. Entre estos, la más grande escultura en piedra del país localizada en la Central Hidroeléctrica de San Carlos, denominada: «El Chiminigagua o La Creación de la Luz», mide dieciocho metros de largo por seis metros de altura y pesa más de ciento ochenta toneladas; La flora o el café colombiano, figura humana hecha en bronce de más de tres metros de altura, se aprecia en la plazoleta del centro de oficinas Santillana, de El Poblado. La industria es una pieza en concreto reforzado y patinado, de cuatro metros y medio de altura, instalada en el campus de la Universidad Pontificia Bolivariana, en Laureles.

Las que se exhiben en recintos cerrados acompañan la vida con esa emoción, apasionada o tranquila, de los seres que resumen la esencia humana. Entre las colecciones, Las mujeres y sus animales merecen palabras aparte. Son una veintena de damas de terracota, desnudas o portando apenas un delicado y transparente drapeado. Cada una aparece abandonada al placer de compartir su existencia con un animal cuyo simbolismo se suma al de ella para contar una historia vibrante. El búho, siempre vigilante; la tortuga, paciente; el gallinazo, elegante y útil; el perro, leal y humilde...

Como los clásicos, Miguel Ángel expresa una resuelta entrega a la actividad estética. Deja la sensación de que ellos, los clásicos, fueran amigos con quienes suele reunirse de tarde en tarde. Tal vez por esto le otorga al arte una naturaleza divina. Por ejemplo, mientras su tocayo, el renacentista Buonarroti, dejó dicho en uno de sus poemas: “No tiene el gran artista ni un concepto/ Que un mármol sólo en sí no contenga”, Miguel Ángel, el nuestro, llama a la escultura “oración plástica” y “sinfonía de altos y bajos relieves, luces y sombras”. El artista del siglo XV definía su arte como un trabajo, en ideas tales como “trabajo en ese arte que Dios me ha dado para alargar mi vida lo más posible”, Betancur se considera “un obrero de la escultura”, y explica que “un artista no debe pavonearse ni posar de superioridad ante los demás, sino vivir y soñar de manera normal, como un obrero en su mundo”.

Y para responder esa pregunta que se hacen casi todos los creadores: ¿para qué realiza sus creaciones? El artista del renacimiento respondía que para sentirse bien, porque, aseguraba, “me va bien solo cuando tengo un cincel en la mano”. Betancur indica: “para desahogar mi desdicha en la dicha de la creación”.

Buonarroti consideraba que “la auténtica obra de arte no es más que una sombra de la perfección divina”. Hace unos días, le pregunté a quien ahora celebra cincuenta años en el arte a pesar de que lleva sesenta y cinco:

—Dígame con sinceridad, Miguel Ángel: ¿usted crea sus obras para completar lo que falta en el Universo? ¿O para suplir lo que no le satisface?

—No —se apresuró a responder—. El Universo es perfecto. Nada le falta.

Notas:

1. Miguel Ángel Betancur. Escultor. Página del autor. https://miguelangelbetancur.com

2. Saldarriaga, John. Miguel Ángel tiene 34 mujeres en Jericó. El Colombiano, 12 de junio de 2017.

3. Ovidio. Metamorfosis. 2013. Madrid, Editorial Cátedra. Páginas 565-566.

4. Ibid. Página 567.

5. Miguel Ángel Betancur. Escultor. Página del autor. https://miguelangelbetancur.com

El empleo que buscas
está a un clic

Las más leídas

Te recomendamos

Utilidad para la vida

Regístrate al newsletter

PROCESANDO TU SOLICITUD