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La comida en el conflicto, un tema que trabaja el arte con propósito de Food of War

El colectivo artístico, liderado por dos colombianos, explora la relación del alimento con los escenarios de guerra en todo el mundo. Acaban de exponer en importante galería de Londres.

  • Hernán Barros y Omar Castañeda son los fundadores del colectivo Food of War, que ha trabajado durante 12 años. FOTO Cortesía
    Hernán Barros y Omar Castañeda son los fundadores del colectivo Food of War, que ha trabajado durante 12 años. FOTO Cortesía
  • Food of War trabajó con la obra del artista José Ismael Manco para hablar del apocalipsis de las abejas y lo que implicaría su desaparición para la seguridad alimentaria. FOTO Cortesía
    Food of War trabajó con la obra del artista José Ismael Manco para hablar del apocalipsis de las abejas y lo que implicaría su desaparición para la seguridad alimentaria. FOTO Cortesía
13 de octubre de 2022
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En 2017, el presidente de Venezuela Nicolás Maduro lanzó el “Plan Conejo” para introducir la cría de estos animales en las zonas populares de las ciudades de su país y afrontar el desabastecimiento de alimentos básicos. Su idea era garantizar el consumo de proteína animal, mientras solucionaba la “guerra económica” que, según el gobernante, habían causado Estados Unidos y los capitalistas locales.

El resultado fue un aumento en el número de mascotas en estas zonas populares, pues los conejos no eran parte de la dieta venezolana y las personas no podían verlos más que como animales de compañía, además, estos necesitaban alimento para llegar a ser fuente del mismo.

Inspirados en este suceso, el colectivo Food of War (comida de guerra), fundado por dos artistas colombianos, Hernán Barros y Omar Castañeda, construyó la pieza central de la exposición que acaban de cerrar en la Galería Saatchi de Londres, una de las más prestigiosas de arte contemporáneo en el mundo. En la exposición además se vieron obras de artistas colombianos como Raúl Marroquín, Mario Vélez, Adriana Ramírez y José Ismael Manco.

Eran unos botes de basura apilados desde los que sobresalían conejos de peluche y de donde los meseros, artistas de performance con máscaras de conejos, sacaban los canapés para atender a los asistentes a la inauguración de la muestra, entre los que se encontraban el bailarín Fernando Montaño, el cónsul de Colombia en Londres, Ricardo Lozano, y Lady Ella Windsor.

La obra no solo era una crítica al plan de Maduro, también sirvió para llamar la atención sobre las diez millones de personas que se encuentran en riesgo de inseguridad alimentaria en Inglaterra, debido a la guerra en Ucrania y la inflación que ha subido los precios de los alimentos. La problemática de la comida y su acceso a ella no es solo de países en vías de desarrollo y los artistas querían llamar la atención sobre eso. Los invitados terminaban “buscando comida en la basura”, como muchas personas deben hacerlo diariamente en el mundo.

Problemática omnipresente

La idea de Food of War, común a las demás obras que componían la exposición, es poner en relieve la relación de la comida con el conflicto. Al principio, se trató de situaciones de orden público, pero se ha ido ampliando con el pasar del tiempo, más ahora que Food of War se convirtió en una entidad sin ánimo de lucro que se encarga de poner este tema de conversación e invitar a crear alrededor de él.

Hernán Barros y Omar Castañeda viven desde hace veinte años viven en Londres y desde hace doce comenzaron a trabajar esta idea, invitando a firmas como Simone Mattar, la artista y gastroperformista brasileña, y a Raúl Marroquín, padre del videoarte en los Países Bajos.

En la exposición se vieron obras como la ruleta de manzanas, que el público podía consumir, pero ponía en relieve que quienes viven en la región ucraniana afectada por el desastre de Chernobyl no saben si los alimentos que consumen les pueden terminar causando cáncer en el futuro.

Sobre Colombia no han trabajado mucho, porque “el conflicto es muy reciente y hay muchas heridas abiertas”, además, es poca la información disponible, pero resaltan que han podido ver cómo la comida se convierte en una herramienta para la reinserción de los actores del conflicto, que terminan en proyectos productivos de café, chocolate y miel, entre otros.

Otro de los fenómenos que se observan en el país es que ahora hay disponibles en el mercado más sabores provenientes del Amazonas, que antes no eran conocidos en el interior, mientras que allá han llegado productos de afuera, que les han representado a los locales un mayor consumo de azúcar y, por tanto, la aparición en la población de enfermedades como la diabetes.

La cancharina, una mezcla de agua, azúcar, huevo harina de maíz y de trigo, que consumían los guerrilleros como alimento, ha sido uno de los temas de su investigación. Ven esto solo la punta del iceberg, y les gustaría seguir explorando estos temas para trabajar arte con propósito.

Sentidos inevitables

Además de explorar este tema, Food of War intenta involucrar el sentido del gusto en sus exhibiciones, como una manera de enganchar mucho más al espectador con sus obras. Por ejemplo, al incorporar este elemento en la exposición de la Saatchi, los invitados a la inauguración no salían de la sala, sino que se quedaban para hacer parte de la experiencia. “Al ignorar el sentido del gusto, el artista está perdiendo un canal de comunicación con el público”, explica Castañeda, que ve en el acto de comerse una obra como una forma de que el espectador se la lleve consigo y nunca la olvide.

Castañeda siempre ha tenido una relación personal difícil con la comida, sufrió de bulimia en su juventud, por eso ahora no solo tratarán las problemáticas de la comida relacionadas con la guerra y lo que dice esta de los conflictos en el mundo, sino que abordarán el conflicto personal, los problemas de salud mental que se relacionan con el alimento, según los artistas, una presencia permanente en la vida del ser humano, solamente comparable con el vestir. “Comer también es un acto político”, afirma Castañeda.

Para Barros, el encuentro con la comida dispone en otra actitud, pues las personas están acostumbradas a que el momento de la mesa sea para compartir. “Agregando este elemento, la gente digiere los mensajes del arte contemporáneo mucho más fácil y tiene una conexión más profunda con las obras”, cuenta.

Una invitación que pronto se le hará la público antioqueño, pues los artistas tienen proyectado trabajar en la región el próximo año

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