La artista Sophie Suicide –con cinco años de experiencia en el arte de trazar en las pieles dibujos en tinta– descubrió en la adolescencia que el tatuaje es una forma de expresar la individualidad, de marcar diferencias con el mundo y la gente. Ella –nacida en Venezuela– es una de las invitadas internacionales a la décimo segunda edición de Expotatuaje Medellín, que tiene lugar en el pabellón amarillo de Plaza Mayor hasta el 17 de julio.
El primer tatuaje que a Sophie le hicieron fue una clave de sol: tras conseguir un trabajo remunerado, ella misma se lo pagó. No acudió a la ayuda de sus padres, quienes siempre miraron con sospecha a las mujeres que llevaban en sí los dibujos imborrables. Y el primero que ella le hizo a alguien más fue una piña: se arriesgó a hacerlo tras tres años de trabajar de dibujante en el estudio de un tatuador venezolano. Antes de aventurarse con la máquina, quiso estar por completo segura de manejar bien el instrumento y de tener pulida la habilidad. A fin de cuentas, un tatuaje pretende arañar la eternidad.
Sophie hace parte de la generación que le quitó al tatuaje el estigma de ser un ritual de la delincuencia o de los hombres. A su estudio en Caracas llegan mujeres de todas las edades: las jóvenes a quienes acompañan sus madres y las mayores que nunca pensaron tatuarse la piel pero que al ver la cultura de los trazos decidieron hacerse uno. “Antes el tatuaje eran marcas de guerra. Luego los mismos tatuadores quisieron expresar su arte mucho más y mostrar que no solo se tatúa una daga... el tatuaje es un arte”, dice Sophie en la sala de espera de Hybrido Tattoo Shop, en el Poblado.
En efecto, en los últimos veinte años el tatuaje se ha despojado del halo delincuencial que a finales de los setenta y principio de los ochenta lo conectaba con las experiencias de las pandillas y los bajos mundos. Cada vez es más usual encontrar pieles tatuadas en todos los estratos sociales y niveles educativos.
En esta transformación han contribuido convenciones de la naturaleza de Expotatuaje Medellín y la profesionalización del oficio. Sophie cuenta que en Medellín se percibe la cultura del tatuaje porque nadie la ha censurado por los que ella luce en su cuerpo, como en otros lugares sí lo han hecho.
También hace especial mención en el talento local. Además de virtuosos, los tatuadores colombianos son rápidos. Ha visto a colegas hacer en tres días un tatuaje que a extranjeros les tomarían más de una semana. Los tatuadores se han ganado a pulso su lugar en el campo de las artes visuales: sus obras ya reciben premios y son aplaudidas por un circuito en pleno crecimiento. Sophie se ha consagrado al microrealismo: reproduce obras de arte universales en la dermis de sus clientes.
Los amantes y los curiosos de este arte podrán acercarse a este en las sesiones de trabajo y en las conferencias incluidas en la programación del evento que por estos días hace de Medellín la capital del tatuaje en Colombia.