Gustavo Vélez es, para muchos, el heredero de la tradición escultórica de Rodrigo Arenas Betancourt y Fernando Botero. Al primero lo conoció de niño, en su natal Fredonia, lo visitó en su taller y fue su gran referente para convertir su curiosidad infantil en arte. Al segundo lo conoció en Pietrasanta, Italia. Allá llegó Veléz para desarrollarse como artista y escultor, y encontró en Botero, además de un gran referente, un soporte, un estímulo.
Entre esos dos maestros, Veléz encontró su lugar como escultor en el mundo del arte.
En sus procesos de formación, Gustavo Vélez pasó por el Instituto de Bellas Artes y la Escuela Eladio Vélez en Medellín, y la Academia Lorenzo de Medici en Florencia, Italia. Y de ahí pasó a Pietrasanta, donde concluyó su formación en los tradicionales talleres de mármol cercanos a la plaza central.
Su obra se ha expuesto en ferias, galerías y museos de todos los continentes. La lista de países es larguísima e incluye, entre otros, a Francia, España, Italia, Estados Unidos, Ecuador y México.
Además, ha instalado esculturas en colecciones públicas y privadas en países como China, Japón, Corea, Emiratos Árabes y Singapur.
En Medellín, se pueden apreciar sus obras en la Universidad Pontificia Bolivariana, la estación de Metro de Sabaneta y la Estación de MetroCable de Santo Domingo.
La obra de Gustavo Vélez está por todas partes. Incluso, es el único artista latinoamericano en Bad Ragartz, la trienal suiza de escultura más grande de Europa.
Su obra está allá, pero él está en Medellín. A su paso por la ciudad, habló con EL COLOMBIANO sobre su trayectoria, sus referentes y su futuro.
Usted se interesó por la escultura desde muy pequeño, ¿por qué?
“Mi padre tenía una ferretería y un cerrajería, entonces desde muy pequeño empecé a arreglar cosas y aprendí a manejar la maquinaria, yo hacía soldadura eléctrica a los 8 años, tenía una pulidora con un disco a los 10 años, entonces en ese tema de artes manuales empecé dominando las herramientas y ahí se me fue creando esa motivación para hacer creaciones propias”.
¿En qué momento aparece la escultura?
“En la cerrajería hacían de todo, desde temas de precisión hasta rejas y marcas para ganado, y a mí me encantaba todo ese tema. Llegó un momento en que empecé a crear mis cosas, empecé haciendo como unas instalaciones de luces... Hice muchos inventos que inclusive hasta se vendían en la ferretería”.
¿Y cómo esa curiosidad se va volviendo arte?
“Allá en Fredonia tuve ese ejemplo de Arenas Betancourt. Él tenía su estudio en un vereda del pueblo y yo fui en varias oportunidades allá, lo vi ahí, creando sus obras monumentales y modelándolas en yeso, en icopor y yo quedaba muy impresionado. Me encantaba. Me conectaba con eso y así empecé a hacer mis propias creaciones en arcilla”.
¿Qué hacía?
“Yo me motivé mucho al principio con los caballos. Mi abuelo hasta los 94 años fue el veterinario de los caballos en Fredonia, era empírico, pero era el hombre de los caballos, entonces lo llamaban de todas las fincas y viajaba por todo el suroeste antioqueño, y yo me iba con él y lo acompañaba. Eso terminó siendo una gran motivación, además tenía ese referente de Arenas Betancourt, que hizo muchos caballos”.
¿Cómo era su relación con Rodrigo Arenas Betancourt?
“Él fue muy amigo de mis padres y de mi abuelo, por ser del pueblo, y yo, cuando tenía ocasión de ir a su taller, le llevaba los caballitos que hacía. Recuerdo que una vez llegó a la ferretería y yo estaba ansioso de mostrarle lo que había hecho durante toda la semana, un caballito de cera. Cuando él lo vio, lo cogió, y para mí ya eso era una cosa especial, pero él lo rayó con la uña por los lados y cogió la cabeza y la volteó, y yo pensaba, me lo va a dañar, pero él lo que hizo fue darle movimiento, lo puso a volar...”
¿En qué momento decide venir a Medellín y estudiar arte?
“Cuando empecé con esas primeras creaciones e intentos de moldeado en arcilla me motivé y me vine a Medellín porque me di cuenta que podía alternar el colegio con el Instituto de Bellas Artes y terminar los dos últimos años así. Entonces en la mañana iba al colegio y en la tarde, de 3 a 9, estaba en Bellas Artes”.
¿Cuántos años tenía?
“Tenía 13 años. Y cuando terminé el bachillerato ya había hecho cuatro semestres de dibujo artístico en Bellas Artes y cuatro semestres de escultura en la Escuela Eladio Vélez”.
¿Qué pasó en Bellas Artes?
“La verdad me aburría, porque había mucha teoría, mucho dibujo, y yo quería ir al grano con la escultura”.
Y entonces...
“Dejé todo y me fui para Italia”.
¿Por qué?
“Porque en Bellas Artes empiezo a recibir clases de Historia del Arte y me doy cuenta que el gran referente era el Renacimiento, que Florencia es la cuna del Renacimiento y que en Italia se crearon las obras más importantes en la historia de la escultura. Además, ya Arenas Betancourt me había hablado de Italia, porque él estuvo una temporada en Roma, y a veces cuando hablaba metía palabritas en italiano, incluso cuando murió yo me fui a despedir de él en la clínica y él se despidió de mí y me dijo una palabra en italiano, y todo eso a mí se me grabó en la memoria, entonces apenas tuve oportunidad, arranqué”.
¿Cómo fue esa llegada a Italia?
“Yo llego allá con esa gran motivación de aprender escultura, hice un curso de italiano, otro de Historia del arte, de modelado, de relieves, de moldes, cosas muy técnicas de la escultura. Estuve en la Academia Lorenzo de Medici en Florecia, después me metí a la Academia de San Marcos, y ahí hablé con el profesor de escultura, le conté lo que sabía y le mostré las cositas que había hecho en Colombia, y empecé a trabajar con él, aunque no me pagaba sino que me enseñaba, hasta que un día me dijo, usted ya ha hecho muchas cosas, lo que le debe servir es meterse con el mármol. Váyase y conozca un pueblito que se llama Pietrasanta, está a una hora de aquí de Florencia, allá hay talleres de escultura, usted tiene que aprender esa técnica.
Ese fin de semana me fui para Pietrasanta y al fin de semana siguiente ya estaba viviendo allá”.
¿Y allá qué?
“Al principio uno paga por un espacio donde pueda tener su bloque de mármol y un artesano que le enseñe a uno la técnica. Así pasé el primer año y medio y me hice amigo de todos los artesanos, los acompañaba a las cabas de mármol y ellos me regalaban los despuntes, que son los pedazos que quedan cuando caen los bloques, y ahí empecé a hacer mis primeras obras y a mostrarlas”.
¿Qué tipo de obras empezó a hacer allá?
“Hice mucho arte figurativo, figura humana, caballos, recuerdo mucho una obra que hice que se llamó Homenaje por Arenas Betancourt, era una caballo alado con él pegado de las crines en un vuelo.
Con esa obra empecé a transformar lo figurativo en lo abstracto porque de ese bloque de mármol que usé para la escultura del caballo alado me quedó un pedazo que no lo trabajé y de ahí me salió un cubo y terminé enfrentado a eso y era algo que veía muy difícil porque en lo figurativo uno necesita bloques que tengan más forma...”
Como que le permita prever qué puede salir de ahí...
“Sí, visualmente eso le ayuda a uno a encontrar una forma dentro del mismo bloque antes de empezar porque también con la talla una de las cosas importantes es lograr quitar lo menos posible.
Entonces, con ese cubo, me acuerdo que era invierno y de noche, porque yo me quedaba hasta tarde trabajando en el taller, había poca luz y empecé a trabajar con las sombras que se creaban, y empecé a ver que ese cubo tenía mucho movimiento, y trabajé con las sombras, muy libre, explorando”.
¿Y qué pasó con ese cubo?
“Tuve la oportunidad de tener la primera exposición en una galería en Florencia. Y 12 años después, cuando me dieron la Plaza de Pietrasanta por primera vez, la obra principal que quise poner en el centro fue ese cubo y suena raro, porque para una exposición de esas uno tiene que colocar lo más importante, pero para mí ese cubo es importantísimo”.
Es el principio de lo que terminaría siendo su estilo...
“Y me siento muy afortunado porque yo diría que una de las dificultades grandes es encontrar algo que te identifique o un estilo con el que uno se compenetre y tenga esa gran satisfacción de crear todos los días, porque un artista, por más bueno que sea, si no encuentra algo con que se conecte realmente, está trabajando ya como en otro sentido.
Hoy en día me enfrento a un cubo y la geometría es infinita. La idea con la obra, lo puedo decir hoy, con todo lo que estoy haciendo, es que esa geometría se mueva con una armonía total”.
¿En qué momento deja de hacer arte figurativo?
Yo me compenetré totalmente con esa abstracción, me conecté con todas esas superficies, pero creo que estoy tan satisfecho de lo que hago hoy porque no fue una desconexión, en esas obras también está la figura, así no se vea, porque en esas líneas que yo creo dentro de esa geometría, está esa delicadeza y todo lo que existe en la figura humana, que es perfecto”.
De eso se trata también, de encontrar la forma en la piedra, ese es el arte...
“Claro, esa es la idea. La búsqueda constante de la armonía dentro de la geometría, una búsqueda que me gozo.
Yo voy a las cabas de Carrara y veo bloques tirados por ahí y me quedo viéndolos y ya veo la obra. Me pasa eso y me pasa siempre que no me puede faltar en el nochero una libreta, porque me despiertan los sueños también con ese tipo de cosas, las obras ya hechas. La forma lista.
En otros casos es que las mismas obras que he hecho las transformo, les cambio todo el movimiento, piezas ya hechas, terminadas me dan la iniciativa para la que sigue. Es una búsqueda constante del movimiento”.
¿Qué quiere que pase con la obra cuando alguien la vea?
“El reto cada que me enfrento a hacer una pieza, sea pequeña o monumental, es que yo quede muy convencido de que si yo la veo, esas formas me caminen en la mente y me armonicen totalmente, porque es fácil caer en algo que bloquea visualmente, de impacto, y yo tengo esa motivación todo el tiempo. Hasta que yo no conciba una armonía total de la forma, no puedo seguir adelante el proceso.
Incluso, a veces me creo conflictos gigantes con un solo modelo que en el papel estaba súper claro, pero al pasarlo a la tridimensionalidad es otra cosa totalmente diferente, porque si le das la vuelta todo tiene que tener una conexión, tiene que armonizar. Es una búsqueda por la perfección, lo divino”.
En este momento está exponiendo en Bad Ragartz, la trienal Suiza de escultura más grande de Europa...
“Esa trienal convoca artistas de todo el mundo, artistas monumentales, escultores de gran formato que tengan obra pública, y hay artistas de todo el mundo, pero latinoamericano soy el único.
Y además de la trienal de Bad Ragartz, que son tres piezas monumentales, hay dos piezas más para Vaduz, la capital de Liechtenstein, que está ahí al lado, como a 10 minutos en carro, y que por esa cercanía se pegó a la exposición.
Allá se eligió colocar el acero y el bronce, y en Bad Ragaz están los tres mármoles grandes. Pero son nueve piezas en total porque dentro de Bad Ragaz hay dos museos: en uno hay un mármol y en el otro un bronce y dos aceros”.
Usted se fue muy joven del país, ¿qué planes tiene con su obra aquí?
“Yo tengo algo muy claro y es que a futuro sí hay que dejar un legado en Colombia, en Antioquia, y eso llegará en su momento, pero mientras tanto hay que seguir adelante con todos estos proyectos internacionales, los próximos tres años están ya agendados con muestras monumentales”.
¿Qué viene próximamente?
“Tengo una exposición en Houston que se inaugura el 24 de octubre, alternamente a eso estoy trabajando en una obra monumental que va para un parque en una ciudad que se llama Woodland, también en Estados Unidos. Es una pieza de 14 toneladas. Aparte de eso, para el año entrante se inaugura la pieza monumental que va a quedar como parte del Museo al Aire Libre de Esculturas de Pietrasanta, que es un museo que se viene nutriendo desde los años 80, con un promedio de un artista cada cinco años porque son artistas que tienen una historia en Pietrasanta”.
Es muy significativo, después de tantos años, ser reconocido entre los grandes artistas de Pietrasanta...
“Es muy bonito. Ya son 28 años en Pietrasanta entonces me ha tocado vivir todo eso que ha pasado. Cuando yo llegué en el ‘96 había tres obras, una de esas es El Guerrero del maestro Botero, un bronce que donó en el ‘91. Yo diría que el 90% de las obras que hay allá son de artistas veteranos”.
¿Usted es el más joven en estar?
“Sí, el más joven ahorita en donar una obra para el Museo del Aire Libre de Pietrasanta. Y fui el más joven en exponer por primera vez en Pietrasanta, en intervenir la plaza. Tenía 37 años en ese momento”.
¿Se imaginaba esto que le está pasando?
“No. Hacer una intervención en esas plazas tan icónicas, no”.