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Emiliano Monge cuenta mucho para no contarlo todo

Emiliano Monge escribió la historia de su abuelo y de su padre, que en últimas es su historia misma. Lo plasmó (casi) todo en su nuevo libro.

  • El escritor mexicano también fue el autor de Morirse de Memoria (2010) y Las Tierras Arrasadas (2015), ganadora del premio Iberoamericano de novela Elena Poniatowska. FOTO colprensa
    El escritor mexicano también fue el autor de Morirse de Memoria (2010) y Las Tierras Arrasadas (2015), ganadora del premio Iberoamericano de novela Elena Poniatowska. FOTO colprensa
  • Emiliano Monge cuenta mucho para no contarlo todo
  • Emiliano Monge cuenta mucho para no contarlo todo
06 de mayo de 2019
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Relatar la historia propia requiere de coraje o como lo describe el escritor mexicano Emiliano Monge, “mucha pinche inconsciencia”.

Por lo menos desde hace 15 años este autor ha tenido una fijación, la de compartir la historia de sus patriarcas: hombres machos mexicanos que lo señalaban como un enclenque, cuyos actos parecían carecer de amor y cuya respuesta instintiva, casi siempre, era la de salir corriendo.

La primera que Emiliano quiso contar fue la de su abuelo, Carlos Monge McKey, quien un día decidió abandonar a su familia y lo hizo a lo grande: fingiendo su propia muerte. De manera cuidadosa les hizo pensar, a ellos y a sus conocidos, que había muerto tras la explosión de una cantera, pero la vida casual es así: aunque no era su intención, se reencontraron después.

Ese acto, que parece salido de un guion de cine, generó un antes y un después en la vida de su descendencia. Fue un hecho que durante años Carlos Monge Sánchez, el padre de Emiliano, no pudo entender.

Este segundo Monge era un hombre sinaloense distante, que hablaba con dureza y sin titubeos. Un padre tosco que no desperdició oportunidad para hacerle sentir a Emiliano que era un niño enfermo, un hombre débil. El segundo Carlos también se alejó de su familia, pero para volverse guerrillero.

Y en medio de esta historia llena de escapes, silencios y tratos bruscos, está Emiliano, quien además de haber escrito el relato, se convirtió igual en un personaje. Parte de su vida está plasmada en el libro. Con lo bueno y lo malo.

Escribió sin saber muy bien cómo iba a resultar ese ejercicio de exorcizar los demonios familiares heredados. Cada una de esas historias la narró de una manera diferente. La de Monge Mckey, el abuelo, está contada en primera persona, como un diario, “porque es la que más rápido acerca al lector”.

La de su padre, Monge Sánchez, la plasmó en forma de entrevista, una charla íntima, visceral y tosca, como había sido su relación hasta entonces. Emiliano decidió suprimir sus preguntas para dejar hablar a su padre en libertad. Aunque la entrevista como tal no sucedió en realidad, todo lo que se dice es verídico: “No hay ficción en ningún hecho. Hay ficción en cómo se cuentan esos hechos y como se engarzan, que es lo que hace la literatura”, dice él.

Por último, escribió su historia en tercera persona “porque quería que hubiera un narrador que estuviera entre el yo escritor y el personaje”, para tratar su experiencia como si estuviera hablando de la de alguien más.

Siente que la inconsciencia fue lo que le permitió llegar a No contar todo... Y aunque muchos resentimientos se alzaron entre su familia, logró restaurar relaciones, como la que tenía con su papá. “Pensé que a quien más lo iba a afectar era a él, pero creo que la manera como tomó la lectura de este libro fue el acto más cariñoso que ha tenido”.

EL COLOMBIANO hablo con el escritor durante su participación en la Feria de Bogotá este año. Charló sobre este, su libro más transparente hasta la fecha.

¿En qué momento decidió que quería apropiarse de esta historia familiar?

“La primera vez que yo pensé en escribirla y en ser escritor, la idea que tenía en mi cabeza era contar la historia de mi abuelo haciéndose el muerto, pero no supe cómo contarla y no pude. Ahora agradezco no haberlo hecho antes porque no era una novela. Pero a partir de ahí, cada vez que terminaba un libro, volvía a decir: “Ahora sí voy a escribirla”.

Eventualmente, con los años, la historia era la de mi abuelo y mi padre, pero seguía sin tener la capacidad emocional y literaria para volverla una novela. No quería que fuera una autobiografía, pero como quería hablar de las herencias y de la marca del machismo, de la necesidad de escapar y de esas violencias de la intimidad, yo tenía que ser parte de ello. Cuando acepté que yo debía ser un personaje, me di cuenta de que podía apropiarme de la historia”.

Para ser falsa, la entrevista con su padre suena muy real...

“Es que llevamos adentro a nuestros padres y ese es un poco el tema de la novela, ¿no? Mis hermanos creyeron que había entrevistado a mi papá, no daban crédito. Juraban que lo había entrevistado, pero nunca jamás sucedió. Yo le dije que iba a escribir esto, que quería que me contara un par de cosas. Él no quería, le costó mucho aceptarlo, y un día sí platicamos en un parque paseando a los perros, pero fue un momento. El asunto es que claro, mi padre fue más una voz que una presencia y esa voz es muy importante para mí y está muy presente.

Luego, la idea de presentar solo su voz y no la mía tiene que ver con un asunto de equilibrio. Es decir, cada historia tiene su tercio de novela y si en la historia del padre hubiera estado la voz de Emiliano, se hubiera vuelto una novela sobre Emiliano. Él tenía que estar solo en la suya. Además, encontré la posibilidad de rendirle homenaje a Beckett, que en una de sus últimas entrevistas dijo que había pasado toda su vida buscando la voz de su silencio. Y yo dije: aquí puedo poner mi silencio, en esta entrevista. Y además, hacer que el lector fuera ese otro personaje que está ahí con mi padre”.

¿Cómo transcurrió el proceso de escritura?

“Durante todo el tiempo tuve mucho miedo de escribir esta novela por lo que podía suceder emocionalmente en mí y en la gente más cercana a mí. La verdad es que cuando me senté a escribir me sucedió una cosa que entiendo ahora y es que desconecté completamente de mí. Yo escribí este libro, después de haber tenido tanto miedo, como si realmente estuviera escribiendo la historia de otro abuelo, de otro padre y de otro Emiliano.

Cuando salió publicado y cuando el primer periodista me preguntó una cosa muy personal sobre mi abuelo, enfurecí, me dieron ganas de pegarle y de pronto dije: ‘Cabrón, ¿es que para qué chingados escribí esto?’. Sí es mi abuelo, sí es mi padre y sí soy yo. Esos tres años de escritura me desconecté completamente, es muy raro”.

¿Hubo cosas que descubrió en este proceso que quizá no hubiera querido descubrir?

“Sí, por supuesto, pero lo cabrón es que quizá la palabra no es descubrir, porque son cosas que yo sabía. Fueron muy pocas de las que me enteré en el proceso de escritura, casi todo ya lo sabía. Es más, una cosa de interpretar ciertas cosas que estaban ahí, que habían sucedido, pero que no las había visto como lo hago ahora. No hablo solamente de la vida de mi abuelo o de mi padre, sino de la mía. Sobre todo de la mía. De las tres historias, fue la que más me sorprendió en su reinterpretación”.

¿Cuáles fueron esas reinterpretaciones?

“Poner en contexto las tres historias y encontrar tantas similitudes. Yo estaba buscando eso, ¿qué se repetía? ¿Cuál era esa corriente en el fondo que nos movía a los tres personajes? Encontrar tantas cosas que nunca fueron habladas y que sin embargo fueron reproducidas. Encontrar que yo estaba queriendo escribir una novela sobre lo que ellos habían hecho y de pronto me encontré con una novela sobre lo que los tres habíamos hecho. Eso fue duro emocionalmente, ver de qué manera había reproducido yo, sin darme cuenta, cosas que pensaba que era capaz de juzgar, pero que estaba viviendo”.

Esta novela me recordó a Ellos Hablan de la mexicana Lydia Cacho, que aborda el machismo desde el punto de vista de los hombres...

“Es verdad que son libros relacionados, tienen como fondo esas marcas y esa manera en la que el machismo impide o castra la masculinidad. Cuando pensamos en el machismo, pensamos en que su gran víctima son las mujeres, pero la gran víctima del machismo somos todos: los hombres y las mujeres. Las mujeres son víctimas fundamentalmente de la violencia física y evidente del machismo, pero los hombres somos víctimas de la violencia emocional y menos evidente del machismo, que destruye nuestra posibilidad de masculinidad y eso también es muy cabrón. Ese es el centro de la novela y no lo iba a ser. El centro iba a ser la huida, la fuga y de pronto entendí que esa necesidad de escapar era consecuencia de esa imposibilidad de tener una masculinidad sana”.

Después de haber escrito este libro, ¿cómo interpreta al hombre sinaloense?

“Es muy difícil. Todos los libros dejan una marca en quienes los escriben, como en quienes los leen. A veces es evidente y a veces no, pero ahí está. Y así como en mis libros yo veía cosas evidentes que había dejado en mí, aquí sigo muy revuelto. Como consecuencia de lo que te dije, de haberme desconectado tanto para escribirlo, empezó el proceso de tratar de entender lo que había hecho. Sé que me dejó completamente desubicado, nunca he estado tan desubicado como después de escribir este libro y estoy tratando de entender todavía el lugar en el que me quiero colocar”.

¿Y lo contó todo?

“No, no lo conté todo, pero creo que todo lo que quería contar, lo conté”.

3
años se demoró Emiliano Monge en escribir esta novela sobre su historia.
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