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Saint-Exupéry voló más allá del universo de El Principito

Pasó gran parte de su tiempo entre el blanco: el de las nubes y las hojas de papel. Más allá de El Principito, así se desembocaron sus letras.

  • El autor y piloto Antoine de Saint-Exupéry empezó a escribir cartas y poemas desde la niñez. FOTO Getty Images
    El autor y piloto Antoine de Saint-Exupéry empezó a escribir cartas y poemas desde la niñez. FOTO Getty Images
  • Saint-Exupéry voló más allá del universo de El Principito
29 de junio de 2020
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La primera vez que Antoine de Saint-Exupéry voló tenía 12 años. Desde niño sentía fascinación por los aviones, visitaba una pista ubicada en Ambérieu, una ciudad cercana a Lyon donde nació el 29 de junio de 1900, hace exactamente 120 años.

Iba hasta allá en bicicleta durante las vacaciones, cuando su familia se quedaba en el castillo de Saint-Maurice-de-Rémens. Venía de una familia con títulos, su madre era una condesa. En esos paseos, que a veces hacía con su hermana Gabrielle, él fantaseaba, curioseaba entre los motores y los modelos. Ese niño, embelesado por imponentes máquinas, escribiría luego uno de los libros más citados de la historia: El Principito, publicado por primera vez en 1943.

El piloto de ese primer vuelo de Saint-Exupéry fue Gabriel Wroblewki-Salvez, quien había fabricado la nave en la que ambos le dieron un par de vueltas a un terreno. La nave medía un poco más de 10 metros de largo y 2 metros de alto, era un gigante con alas para ese niño.

Desde entonces los aviones, esas herramientas voladoras creadas por el hombre, se volvieron un objeto de veneración para él, quien luego se convirtió en piloto y también en escritor. Tomó clases de vuelo cuando prestaba servicio militar, en 1921, aunque su primer vuelo en solitario, ese mismo año, resultó en un incendio al aterrizar.

Trabajó para una empresa de correos, volaba transportándolos, luego trabajó en compañías francesas de aviación y en cierto momento volaría aviones como parte las Fuerzas Aéreas en la Segunda Guerra Mundial.

En julio de 1944 partió desde Córcega a una misión de reconocimiento sobre el cielo de Francia, pero su nave se esfumó de los radares y no se supo más de ese reconocido piloto/escritor que no era muy amigo de las guerras.

La fundadora de Proyectos B612, Adriana Viera-Lara, repasa que en 1998 un pescador encontró una pulsera que tenía grabado el nombre del escritor. Los restos del avión fueron rescatados en el Mar Mediterráneo, cerca a Marsella, en 2004.

Trayectorias rectilíneas

Cuando niño su madre le leía, luego se convirtió en un lector que disfrutaba a Baudelaire, Leconte de Lisle, Dostoyevsky y Mallarmé. También se gozaba la poesía y, de hecho, fue una de las primeras cosas que escribió. Se aventuró a crear pequeños poemas de amor en su juventud.

Durante su vida el cielo no se le salía de la cabeza. En la biografía alojada en el sitio web que creó su familia, se cuenta que Saint-Exupéry escribió uno de sus primeros poemas tras su primer vuelo. También le gustaba escribir cartas, un hábito que mantuvo durante años, incluso hasta días antes de su inesperada desaparición.

Su primer relato, publicado en 1926, fue El Aviador. En 1932 sacó la novela Vuelo Nocturno y en 1942, Piloto de Guerra. En muchas de esas páginas quedaron consignadas sus reflexiones y los impases que experimentó viviendo en el aire.

Uno de ellos fue un incidente en el Sahara, en el que el autor se quedó varado en medio del desierto con un compañero durante varios días hasta que un beduino los ayudó, recuenta la escritora Claudia Restrepo Ruiz, ganadora de una Beca de Creación literaria en 2009.

Ese suceso llegó a la páginas de El Principito. El adulto que narra la historia es un piloto que, varado con su avión averiado en medio del Sahara, se topa con un niño rubio que viene de un asteroide, donde todo es mucho más pequeño que él.

“La aviación le había dado algo que hacer y lentamente le daba algo que decir”, explicó la editora Katheryn Crim, en la revista literaria The Threepenny Review en 2009. “Al final era más un escritor que un aviador. Todos sus libros se originaron por reflexiones que nacieron en el aire”.

En 1939 publicó un texto autobiográfico llamado Tierra de los Hombres, en el que repasaba algunos de los episodios que le habían sucedido como piloto de correos desde 1926. “El avión es una máquina, no hay duda, pero qué instrumento de análisis. Nos ha permitido descubrir el auténtico rostro de la tierra pues durante siglos las carreteras nos han engañado”, así inicia el cuarto capítulo del libro.

“En cuanto despegamos, abandonamos esos caminos que se tuercen hacia los abrevaderos y los establos o que serpentean de ciudad en ciudad. “Solo ahora, desde lo alto de nuestras trayectorias rectilíneas, descubrimos el fundamento esencial, los cimientos de las rocas, de la arena y de la sal en los que, algunas veces, la vida, como el musgo en los recovecos de las ruinas, aquí y allá, se atreve a crecer”.

Crim destaca que para el autor la aviación era un lente apropiado para ver el mundo. “Para Saint-Exupéry, volar hacia completo a un hombre”, apuntó. “Leer su trabajo te da una idea de que la cabina del piloto es el sillón adecuado para un filósofo moderno”.

Ese príncipe

Restrepo explica que, desde su análisis, en esa obra también está conectada inevitablemente la idea del viaje. Transitando de un planeta a otro, “El Principito viene de un asteroide, es un viajero del cosmos”.

Dice que está enlazado con la historia del escritor francés, quien vivió exiliado en Nueva York cuando la invasión Nazi llegó a Francia. Fue allí, al otro lado del Atlántico, que escribió la obra. En esos años en los que poco pudo pilotear un avión, antes de la guerra, voló de nuevo a través de las letras. “Era un nómada que no quería poseer nada diferente al cielo –remata Restrepo– tener alas”.

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