Un encanto tienen los bares, para que una persona salga de su casa o del trabajo y dirija sus pasos hasta allá. ¿Será acaso ese aspecto suyo de islas en las que no impera el deber ni el esfuerzo ni mucho menos el sacrificio, y en cambio sí el goce como ocupación central?
Cuando decimos bares, nos referimos a los cafés, las discotecas y demás establecimientos donde expenden licores y otras bebidas, y se escucha música. Y después de los sitios que se enmarcan en esta definición básica, a otros que incluyen variaciones, como lugar de baile y hasta de comida.
Los bares consagrados a un cierto género musical permiten que los seguidores de ese género se transporten a un mundo de fantasía, cuya banda sonora es esa música preferida —preferida, al menos esa noche; los gustos pueden ser variables, como la vida misma—.
Y ese traslado ficticio se produce gracias a la música, por supuesto, pero también a los demás elementos que consiguen crear el ambiente.
Entre estos elementos están las personas que lo frecuentan, cuyos gustos e intereses musicales y estéticos generan conversaciones de temas singulares.
La decoración, con objetos significativos para quienes profesen la misma “religión” musical. Muchos de esos objetos son verdaderos íconos, como las fotografías de los artistas representativos del género; carteles que anunciaron conciertos; instrumentos musicales imprescindibles en la música. En El Son de la Loma, de Envigado, por ejemplo, como quieren exaltar la salsa y especialmente el son cubano, no falta la bandera de ese país insular. Y, claro, las fotografías de El Cantante de los Cantantes, Héctor Lavoe, y de otros artistas de la música antillana.
Hasta el manejo de luces y penumbras, que contribuyen a reforzar la atmósfera, que bien puede ser intimista o que mueva a una comunicación más incluyente.
“El Son de la Loma tiene 32 años de tradición salsera —dice Sergio Rendón, quien también es columnista de la revista La Vitrola—. Soy radical en eso de que en este negocio no se escucha salsa romántica”.
Menciona entre los encantos de su bar, además de la amplia colección musical, las presentaciones en vivo. Por ese espacio han pasado Henry Fiol, Adalberto Santiago, Meñique, Gabino Pampini, Chamaco Rivera, Bayardo de la Vega, Sonora 8, La 33, Son de la Esquina, La Conmoción, Mulataje y La Contundente, entre otros artistas.
Poco va por otros bares, pero cuando ocurre el milagro, se aparece en Borinquen, en Bello; Soneros, en Envigado; La Antillana, en Caldas, porque programan salsa tradicional, como la suya.
La música es protagonista
“Lo que me atrae de los sitios salseros es la salsa —dice Orlando Patiño, el sonoromatanceromanoloco presentador de Una hora con los solistas de la Sonora Matancera, en Latina Stereo—. Cuando quiero oír salsa de verdad, salsa tradicional, voy a Borinquen Salsa Bar, en Bello; a El Son de la 70, o a El Son de la Loma, en Envigado. Pero cuando siento que el ánimo está para mezclarle otros sonidos, me voy para el Bururú Barará, donde el amigo Alberto Herrera, que intercala salsa con son cubano y bolero. Recuerdo que cuando él tenía La Fuerza, ese sitio tan concurrido, solamente sonaba salsa de la mata”.
Pero esos géneros, salsa, son y bolero, son familiares entre sí. No da la impresión de que Herrera esté poniendo músicas variadas, sino que, con todos ellos, va por la misma línea.
También la música, en primer lugar, es lo que atrae a Diego Londoño, el periodista vinculado a Radiónica y crítico musical en EL COLOMBIANO.
“De un bar o sitio por el estilo me atrae que programen música que no se oiga fácilmente en ninguna otra parte, ni siquiera en Youtube”.
Y revela que, por eso, por la posibilidad de oír rarezas, uno de sus sitios preferidos es Líbido, “un espacio medio clandestino que ahora está cercano al Jardín Botánico. Allá encuentro pospunk, new wave y gótica”.
Eso es cuando tiene el ánimo dispuesto a escuchar “rockcito”, para lo cual también acude a El Guanábano, en el Parque del Periodista, o a La Casa Asterión, un sitio cuyo nombre recuerda un cuento de Jorge Luis Borges.
Y como él es melómano, su búsqueda de sitios de música no se limita a los de rock, sino que varía de acuerdo con sus luces. Cuando quiere oír salsa, va a Manrique o llega al Tíbiri, en San Juan o a El eslabón prendido, cerca al Parque del Periodista. Si lo que desea es oír tangos, va al Salón Homero Manzi, en el Centro, o a La Isla de Capri, en Envigado. Cuando va en procura de escuchar baladas románticas, especialmente de los años 60 y 70, “que también me gustan e interesan al mismo nivel que el rock, porque comparten sus inicios”, va a Melodía para 2, de la 70 o de Envigado, o a Torrenciales, también en este municipio.
Diego Londoño menciona los otros elementos que constituyen el encanto de los bares. Entre ellos destaca, en primer lugar, la gente.
“Uno va a un bar porque sabe que lo frecuentan ciertas personas que son buena onda —añade—. Si no fuera así, uno se quedaría en la casa oyendo música”.
Victoria Correa, periodista y autora de textos sobre vallenato, busca salir de la rutina del trabajo en sitios como Oye bonita y el Templo del Vallenato. “En esos espacios escucho música tradicional y también moderna, porque soy de mente abierta. Y por momentos, canto lo que suena”.
Emisoras
Las emisoras de radio también cumplen la función de difundir música para diversos gustos.
En nuestro medio, Latina Stereo es la indicada para escuchar salsa de la mata, como le dicen los puertorriqueños a la salsa tradicional.
Esta emisora en la que el locutor Jairo Luis García ha hecho célebres los “salsaludos”, tiene la dirección de Viviana Álvarez y es dueña de un estilo familiar e informal, pero reposado y amable. No se parece a la mayor parte de las demás estaciones radiales, porque pasan su música, salsa, son y bolero, con ánimo de que sus oyentes escuchen y aprendan sobre estos géneros y los artistas. Y no ensucian las canciones con gritos, promociones de la emisora o interrupciones, como sucede en la mayoría de las demás emisoras comerciales.
“Tenemos una página electrónica nutrida de información interesante para el melómano”, comenta Sergio Rendón, autor de un segmento de esta página, titulado El Salsero del Mes.
Una curiosidad: Latina Stereo, fundada el 31 de octubre de 1985, permaneció por 30 años en Envigado y hace unos meses trasladó sus estudios a El Poblado. Sin embargo, en la bella promoción en la voz del locutor cubano John Gress se sigue oyendo: «En Envigado, el Sonido de las Palmeras». Pero los seguidores de esta emisora siguen embrujados con esa cortinilla, lo mismo que con otras que la identifican.
Y a quienes les gusta la salsa romántica, su estación es Radio El Sol. Por estos días cumple 10 años “de llenar los corazones de salsa”.
Con dirección de Dianamer Pizza, en esta emisora intercalan la música romántica con temas tradicionales y, como en la anterior, respetan las canciones que emiten.
La balada romántica, llamada despectivamente plancha, tiene una emisora tradicional: La Voz de Colombia, de Caracol. Es una estación que intercala la música de los últimos cuatro decenios del siglo veinte, con la intervención de locutores que saludan al aire a los oyentes y dan la hora.
La música vallenata tiene dos emisoras que se consagran al género: La Vallenata, de Caracol, y Radio Red. Aunque en esta hay programas de opinión por la mañana y de hinchas del Atlético Nacional por la tarde, así como transmisiones de los partidos de este equipo, cuando juega.
La Emisora Cultural de la Universidad de Antioquia, en su frecuencia 1.410 AM, tiene un programa de vallenatos los viernes, desde hace más de 30 años. Una voz y un acordeón, de Marina Quintero Quintero, quien también es cantante y profesora de la Universidad.
“En el programa, también se me sale la profesora”, dice ella, refiriéndose a que en el espacio explica aspectos de la música de acordeón: las características de los aires vallenatos: el son, el merengue, la puya y el paseo; habla de compositores e intérpretes, lo mismo que de las costumbres y los saberes caribeños que influyeron en la creación de las canciones.
Una voz y un acordeón es un programa donde habita la tradición. Evoca esos espacios culturales de la música del Caribe, cuando la gente se reunía a cantar, especialmente en los patios de las casas, al caer la tarde.
Marina cuenta: “En mi casa, todos cantamos canciones distintas al mismo tiempo y a veces unos terminan haciéndole coros a otros”.
(Conozca el mapa de los bares en Medellín haciendo click en el icono infografía al lado izquierdo).