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Bajo la carpa del circo cabe toda la ilusión

En Medellín hay 15 espectáculos circenses y otros dos en formación. Buscan reconocimiento y apoyo.

  • “El circo es como una gran maloca en la que se reúne una comunidad”, dice Carlos Álvarez. Los artistas de un circo son versátiles: cada uno realiza números diferentes. FOTOS manuel Saldarriaga
    “El circo es como una gran maloca en la que se reúne una comunidad”, dice Carlos Álvarez. Los artistas de un circo son versátiles: cada uno realiza números diferentes. FOTOS manuel Saldarriaga
  • El arte circense transforma a los seres humanos. FOTOS Manuel Saldarriaga
    El arte circense transforma a los seres humanos. FOTOS Manuel Saldarriaga
  • Bajo la carpa del circo cabe toda la ilusión
  • Bajo la carpa del circo cabe toda la ilusión
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  • Bajo la carpa del circo cabe toda la ilusión
12 de marzo de 2016
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A pocos pasos de la colorida carpa del Circo Estrellas Kandry, sobre un terreno baldío del barrio Olaya, hay otra más pequeña donde un hombre se viste de payaso.

Es su casa. Y como están los faldones levantados, se ven los enseres, el camarote, el televisor y, más allá, la cocina.

Su esposa, Claudia Milena Valencia, desde la cocina; su hijo Juan David, conocido en el mundo circence como Bananín, tumbado en la cama más baja del camarote; Jorge Iván Tobón, el mago Jorvan; Ómar Parra Díaz, el payaso Archy Charly García —estos dos, vestidos con traje de calle—, y otras personas que nos revolvemos alrededor, lo observamos transformarse. Dejar de ser Jhon Henao, el hombre de tez trigueña y cabello recortado, que hasta hace unos minutos vestía camiseta roja y bluyín, para convertirse en Pirinola, de cara pintada, sombrero brillante y vestido con un traje de colores colmado de bolsillos inmensos.

Celebramos las tonterías que se le van ocurriendo.

—Mi padre fue el payaso Trompito. Era un hombre de circo. Pobrecito, murió en la cuerda.

—¿Era equilibrista? —le pregunta alguno, seguramente Jorvan, quien, cuando no hace de mago, de acróbata, monociclista o fonomímico, hace de picador, es decir, de ese personaje “serio” que le sigue la corriente al cómico para que pueda decir sus chistes y que se presta, incluso, para ser objeto de burlas.

—No. Murió ahorcado por robarse una gallina.

Es como si este hombre actuara todo el tiempo. Hasta en los momentos cuando es Jhon Henao, y más aun, en los momentos cuando es difícil ser Jhon Henao, por los problemas de la vida.

No para de emitir esos chascarrillos que tal vez llegue a mencionar en la pista, durante la función de las 7:30 de la noche. O tal vez no.

Si sumara las horas en que ha permanecido pintado y vestido de payaso, tal vez se daría cuenta de que ocuparían al menos un tercio de su existencia.

Nació y se crió en circos, después, además de trabajar en carpas, se ha dedicado a asistir al Mago Alfonsini por veinticinco años.

Por eso no resulta extraño enterarse de que vestido de payaso fue que Claudia Milena lo conoció hace más de tres lustros.

Él actuaba en uno de los circos que van de un barrio a otro de la ciudad, el cual, en una de esas, ancló en un terreno de Aranjuez. Y de ese cómico pintado fue que ella se enamoró.

Después de doce años de vivir en casas de paredes rígidas, suelo embaldosado y techo que no se agita como juguete del viento, con puertas y ventanas, es decir, en viviendas como las demás, ambos optaron por vivir en el circo, para ahorrarse el arriendo.

Para Adriana Arango, la dueña, eso no es un problema. No ha dejado tampoco de pagarle a Alberto, el celador, que tiene una vida trashumante, como la del circo.

—Yo viví diez meses en uno de los circos donde trabajé —comenta el mago—. Fue duro. Estábamos en la costa. Para tener agua fresca a la hora de bañarnos, debíamos almacenarla desde el día anterior, porque allá siempre sale caliente.

—Para mí, lo más horrible —revela Claudia Milena— es la ida al baño. Porque no me gusta pedir que me dejen entrar a ninguna casa. Por eso, Jhon armó un bañito con lonas, aislado de todo.

Malabares

Esta noche, como todas las demás, habrá función. El Circo Estrellas Kandry es uno de los quince que van por barrios y municipios del Valle de Aburrá de manera permanente.

Adriana Arango también es la presidenta de la Mesa de Circo del Consejo Municipal de Cultura. Llegó a este mundo de entretenimiento hace diecinueve años. Fue esposa del payaso Sombrillita —reconocido cirquero de la ciudad, quien también tiene carpa— y hasta hace cinco años, cuando se permitía la inclusión de animales artistas en el repertorio, tenía un número en que bailaba con culebras.

Los reptiles, recuerda, se acostumbraban tanto a su presencia o, por qué no decirlo así, se encariñaban de ella de tal manera, que en horas diferentes a las de las funciones, se arrastraban hasta quedar a su lado y allí permanecían mientras ella no cambiara de sitio.

—Ahora, ella brega con las culebras los sábados —interviene Archi—. Es el día en que llegan los vendedores a cobrar los contados, y los atiende.

Pero la vida del circo no es solo está, hecha de chistes y sorpresas que brindan artistas atrevidos a un público asombrado que les devuelve a cambio carcajadas y aplausos.

Desde el momento en que los ocho artistas están atando la carpa en el terreno sin construir de un barrio cualquiera, Adriana Arango está recorriendo la ciudad en busca de otro sitio apropiado para instalarla al cabo de un mes.

Los lotes baldíos están cada vez más escasos, debido al ritmo acelerado de la edificación, que va ocupando todos los espacios. Si no son viviendas, son parques y bibliotecas que va construyendo la municipalidad.

Al hallar alguno amplio y plano, busca al dueño, para solicitarle que se lo ceda en arriendo. Cuando se trata de un particular es más sencillo. Acuerdan un precio y cero trámites.

En este caso, en el barrio Olaya, el propietario decidió cobrarle 150.000 pesos por la temporada.

Hay barrios donde los bandidos les cobran la llamada “vacuna”, una tarifa por estar ahí. Algunos llegan a exigirles un pago de 200.000 pesos por la estadía.

—Nos tocaron tiempos muy malos en el tema de violencia —cuenta Adriana—. Hubo noches de cancelar la función por tiroteos. También nos afectaban las fronteras invisibles. A nosotros no nos molestaban los violentos, pero qué ganábamos con eso, si las calles quedaban vacías...

Si el terreno es municipal, los trámites ante Espacio Público se toman quince días. No pagan por el arriendo. Arman la carpa y, por supuesto, reciben a los bomberos para que evalúen la seguridad de las tribunas hechas de tabla, las salidas de emergencia, los extintores...

Después, a soñar con unas graderías llenas todos los días. Pero no es fácil: como cualquier espectáculo público, el aforo, que en el Kandry es de 200 personas, tiene varias amenazas: un aguacero bien puede ser una de ellas.

—¿Cuando vienen circos de otras partes, ustedes van a verlos?

—Claro que vamos. Y los artistas de circos grandes vienen a vernos también —responde Adriana Arango—. Los circos grandes viven de los pequeños: cuando detectan a un artista que les gusta, se lo llevan. Pregunte cuántos artistas nuestros hay por todo el mundo: ¡Incontables! Hace dos semanas se fueron dos malabaristas del circo de los Hermanos Silvestre, que por estos días tiene la carpa armada en Belén Rincón.

Tradicional o contemporáneo

—El circo no muere por falta de terrenos vacíos en la ciudad —sostiene Cuchufleto, el payaso de San Antonio de Prado, sentado a una mesa de una salita del Circo Medellín, el que dirige el mimo Carlos Álvarez. Viene desde el corregimiento hasta esta carpa, anclada en la base del Cerro Nutibara, con la cara pintada y vestido con ese traje amplio y de colores que lo hace ver como metido en una bolsa. Es raro hablar seriamente con un payaso. Cuando no es payaso es Fernando Díaz.

Se refiere a que, si bien siguen existiendo los circos trashumantes, los que viajan de un barrio a otro, de un municipio a otro, de un país a otro, como se han conocido siempre, en los tiempos que corren existe una tendencia mundial: la de los circos fijos como el de Carlos Álvarez.

Porque lo importante, explica, no es la instalación sino el espectáculo que se presenta.

Carlos Álvarez aparece vestido como un prócer de la Independencia, con botas altas y sonoras, con charreteras, y con la cara pintada de blanco, como los mimos.

Llega a tiempo para decir:

—Esa es una discusión en la que se han quedado muchos artistas y gestores culturales: que tu circo es tradicional y el de aquel, contemporáneo. Para nosotros, se debe hablar solamente de circo.

Y cuenta que los cirqueros de tradición, esos que han heredado el arte de padres, tíos, abuelos, emiten a veces comentarios cargados de celos por la aparición de artistas sin un pasado en las pistas.

—Les digo que los “culpables” de esa renovación artística la tienen ellos mismos, porque un día, tal vez siendo niños, nos llevaron a un circo, a uno como el de ellos o, quizás, al de ellos, y nos enamoramos para siempre de esa vida bajo la lona.

Les explica que son seres a quienes sedujo el arrojo de los trapecistas desafiantes de la gravedad; la vistosidad de los malabaristas arrojando al aire sus múltiples clavas que iban atrapando una tras otra con las mismas dos manos de cualquier mortal; la plasticidad del contorsionista que iba encarrando miembro tras miembro, todo su cuerpo, en una pequeña maleta; la hilarante intervención de los payasos; el milagro a ojos vistas de los magos... Y esa seducción se les quedó instalada en su alma de niños a prueba de años y de frustraciones.

La función

—¡Bienvenidos, damas y caballeros, cachetones y cachetonas, buchonas y buchones... al Circo Medellín! —exclama el artista, haciendo ya de presentador...

Y después de ese saludo risueño, anuncia a los artistas de la cuerda suiza, la rueda alemana, gentilicios que se le ocurren en el momento, para decorar los nombres de tales números.

Llama después a la Princesa Kris, procedente de un país muy, muy lejano, tan lejano que no sabe pronunciar su nombre, quien subirá al aro de altura para hacer equilibrismo. Con ese título engalana el nombre de Cristina López, una chica de San Luis que salió desplazada por paramilitares de su pueblo hace unos años. A la Reina de la hula hula, “la belleza en las alturas”...

Media docena de artistas saltaron las cuerdas “suizas”, unos acostados, otros acuclillados, los demás con las manos, y algunos otros haciendo malabares con clavas.

A su turno, la Princesa Kris sube al aro aéreo vistiendo un ceñido traje, y brillante, para colgarse de los pies o balancear su cuerpo sostenido apenas desde un punto de la espalda.

La Reina de la hula hula hace girar una veintena de aros de plástico y de metal en su cintura, en sus piernas y en su cuello y después sube al trapecio a imaginar que es un ave.

La música completa la magia.

Luego de casi dos horas de risas y zozobra, el mimo hablador despide el espectáculo con una frase del español Ramón Gómez de la Serna:

“El que más noches de circo tenga en su haber, es el que primero entrará al reino de los Cielos”.

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