Les voy a dar todas las pistas. Entren ustedes por la puerta principal del Museo, la que está sobre la Plaza Botero, suban al segundo piso. Ahí, apenas sobrepasen el último escalón, es fácil ver la Sala Permanente Sur.
Pero alto, no entren por esa puerta que se les presenta de inmediato, no es ese el camino más corto hacia el cuadro de 63 por 49 centímetros que estamos buscando. Supongan que están cortos de tiempo, que tienen afán, que apenas les permite el reloj ver aquella única obra.
Sigan, entonces, por el corredor hacia el fondo, como si quisieran atravesar el Museo para salir a la bullosa carrera Cundinamarca. Verán, a su derecha, la Sala del Concejo, donde otrora sesionaran los ediles y se ven algunos de los murales que encargaron a Pedro Nel Gómez para el Palacio Municipal y que el alcalde José María Bernal mandó a tapar cuando vio en ellos gente desnuda. Pero tampoco son los frescos de Gómez los que vienen a ver.
Ahora sí, entren a la Sala Permanente Sur, donde se albergan las obras de arte contemporáneo del siglo XX y XXI. Verán el ingreso a su izquierda. Pasen de largo por ese primer corredor. Ignoren, como Odiseo a las sirenas, los llamados de las obras de Guayasamín, de Rayo y hasta de la Cabeza de mujer, el grabado de Pablo Picasso que se esconde allí detrás de una pared.
Vayan hasta el final del pasillo y la verán de frente a ustedes, entre El retrato de un desconocido, de Juan Antonio Roda, y El obispo negro, de Fernando Botero. Ahí está: Homenaje a una pared blanca, de David Manzur.
Concéntrense, porque en esa misma pared están Emma Reyes, Beatriz González, Santiago Cárdenas y Adolfo Bernal, pero quédense con este cuadro, párense frente a él y quizá les parezca que algo allí se mueve, quizá les parezca oír zumbidos.