Quizá el ideal que le ha mantenido la moral alta —muy alta como dicen en los batallones— al cabo del Ejército Eduar Orlando Ávila Ramírez, es que en el cumplimiento de su deber logró salvar las vidas de miles de niños ajenos al sonido sordo de la metralla y el fusil que encierran la guerra.
—Salvé lo más importante. A inocentes que no tienen nada que ver con el conflicto armado, dice Ávila desde una cama de hospital donde se recupera de las heridas causadas por una mina antipersonal.
La voz de este soldado no se quiebra. La mantiene incólume, como la convicción de que perdió sus dos piernas por “servirle a la patria”. Siente orgullo de ser soldado.
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En la mente de Ávila la idea de que un niño cualquiera de Convención —ese municipio de Norte de Santander donde la guerra se vive intensamente en cada centímetro de su selva— hubiera activado la mina que por desgracia él pisó, lo revuelve, lo desvela, lo hace acostarse y volver a sentarse para hablar del tema.
“Este es el precio que debemos pagar nosotros muchas veces por ser parte de ese conflicto armado, y no me arrepiento, y quiero dejar este mensaje: respeten a los niños y a la población civil, no los involucren en esto”, dice Ávila.
Era el día de su cumpleaños
El 6 de mayo pasado, día en el que Ávila cumplió 26 años de edad, el cabo se levantó temprano. A las 5:00 a.m. estuvo listo con su uniforme y en formación para pasar revista a su grupo de hombres, otros que como él, se juegan la vida desarmando artefactos explosivos instalados por las guerrillas en caminos y selvas.
Ávila era el comandante de uno de los grupos de militares expertos en explosivos y demoliciones (Exde) de la Brigada 30 del Ejército. Por eso se levantó antes de aclarar y alistó su equipo. Sabía que debía volver al área revisada el día anterior, porque en ese sitio instalarían un parque infantil.
“A las 5:00 a.m. consumimos los alimentos y a las 6:30 a.m. iniciamos desplazamiento hacia el punto donde se instalaba el parque”.
Al llegar al sitio fue cauto. Sabía que los grupos guerrilleros podrían haber instalado otros explosivos. Pero el cálculo le falló. Se agachó a continuar la revisión. Buscó entre las piedras, giró. Eran las 7:45 a.m. sintió una descarga, la explosión, el humo negro de la pólvora, el aturdimiento y un pitido en los oídos.
A 100 metros de una de las viviendas, junto a un platanal y unas matas de cacao, Ávila dio un paso. Quedó tendido. Se vio los pies destrozados. “Nunca voy a olvidar el pasado 6 mayo. Primero porque es mi cumpleaños y segundo porque cada año que pase recordaré que en esa fecha perdí mis piernas”, cuenta el cabo.
Por esa razón agradeció al cuerpo médico de la Unidad de Cuidados Intensivos de la clínica donde permanece. —Fue una gran sorpresa que me celebraran el cumpleaños— reconoce, y agrega que todos se han esmerado por brindarle la mejor atención mientras se recupera de las heridas que le ha dejado la guerra.
Quiso ser del Ejército
Los gustos del cabo Ávila van desde la música hasta el fútbol. Es un hincha apasionado del América de Cali y le encantan las baladas y el rock. Pero sin duda, dice su padre Wilson Orlando Ávila, lo que siempre ha amado estar en las Fuerzas Militares.
Wilson recuerda: “desde pequeño fue muy casero, y cuando tuvo 17 años yo le dije que le pagaba una universidad, pero me dijo que no, que quería irse para el Ejército”.
Y hoy, tres días después del accidente, lo ve como un roble. Porque dice Wilson que su hijo siempre ha sido de “madera fina” y va a seguir con fe, y va a salir adelante.
“Él me dijo que tenía mucho por qué luchar. No es egoísta. Dijo que Dios le dio la vida y va a seguir para adelante porque tiene una niña de 8 años por quien luchar”, relata Ávila, el padre.
El amor de su familia, el que mantuvo al cabo firme en las noches que permaneció en vela en la selva, que le sirvió de fortaleza en los combates, en el frío, en el calor, bajo la lluvia o a pleno sol, es hoy el que lo reconforta.
“Mi padre es un gran ejemplo de vida, nunca ha desfallecido y nunca retrocede. Del ejemplo que me ha dado es que saco fuerzas porque no puedo echar a la basura sus enseñanzas”, dice Ávila, el hijo.
El cabo, sereno, orgulloso de ser soldado, dice que perdió sus piernas, pero no sus sueños y por eso entre sus nuevas metas está volver a caminar, estar más con su familia.
“Uno de mis sueños es recorrer Suramérica en motocicleta y viajar por Europa con mi esposa y mi hija. Claro que antes hay que pensar en tener una casa propia y un carro para poder transportarme”, sueña en voz alta Ávila.
Eln negó los hechos
Luego del accidente del cabo Ávila, la indignación se tomó el país. Autoridades revelaron que el autor del atentado fue el frente “Francisco Bossio” del Eln y que como trofeo colgaron uno de sus pies mutilado, en la malla de un colegio cercano. Ayer, en un comunicado negaron el hecho y afirmaron que esa guerrilla “no ha caído en ese nivel de degradación moral y cobardía”.
Sin embargo, Ávila no les cree—ni el país— que quieren la paz, y afirma que actúan de forma criminal “atentando contra lo más valioso: nuestros niños y nuestro futuro”. Aún así se reconforta, porque cree que su sacrificio no fue en vano.