Por haber vivido el conflicto interno más antiguo de América Latina, durante más de cinco décadas el mundo ha puesto los ojos sobre Colombia, sobre la guerrilla, la sangre que se derramó en su nombre y las ocasiones en que la paz estuvo tan próxima.
Entre los países hay algunos con una participación legendaria y dominante. La presencia de Estados Unidos, por ejemplo, podría dividirse incluso en cuatro etapas: lucha anticomunista, antinarcóticos, antiterrorista y pro acuerdos de paz.
Así lo describe Marc Chernick, director del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Georgetown, para quien desde los años 50, con el acuerdo militar que instauró el expresidente Laureano Gómez, Colombia recibió asesoría de Estados Unidos a cambio de enviar combatientes para la guerra de Corea.
Luego, aunque la guerra de Vietnam los distanció de otras causas, los consejos de Estados Unidos contra el comunismo se transformaron más tarde en intervención. En la década de los 80 y 90, a ese país le surgió una nueva preocupación: el narcotráfico.
Entonces, se toparon directamente con el proceso de paz que consolidaba el expresidente Belisario Betancur con las guerrillas, y según Chernick, los diplomáticos norteamericanos le insistieron a Colombia: “No se puede negociar con ellos porque son narcoguerrilla. No hay que hacer la paz con ellos, sino enfrentarlos”.
Aquél intento fracasó, y al final del siglo XX toda la ayuda militar fue destinada a la lucha contra los capos y sus redes, y después, con el Plan Colombia, contra las zonas de cultivos ilícitos de las Farc.
No obstante, el 11 de septiembre de 2001 cambió las reglas, y la ayuda ya tenía como destino combatir al terrorismo. “Ahora Estados Unidos clasifica a las Farc como amenaza terrorista, y se fortalecen los golpes contra sus estructuras”, recuerda el académico.
Entretanto, la Unión Europea asumía otro papel en Colombia. Paula Zacarías, embajadora de la Unión Europea en Colombia, recuerda que la cooperación del Viejo Continente se intensificó con presupuestos para el desarrollo rural, la competitividad y la promoción de paz en las regiones más lejanas.
“Actuamos en medio del conflicto, tratamos de reparar el tejido social roto y darle respuestas a la sociedad con los laboratorios que nos dejaron nuestras propias guerras en Europa”, dice la embajadora.
En cuanto a Estados Unidos, para Chernick, el cambio en el discurso del Gobierno de Juan Manuel Santos, más conciliador, coincidió favorablemente con la presidencia de Barack Obama, y su país modificó la percepción negativa que tenía sobre los procesos de paz.
Distinto a todos los intentos anteriores, esta vez Estados Unidos apoyó el proceso, incluso con un enviado especial. “Mi país cambió su agenda beligerante y se sumó a la esperanza de que la paz en Colombia si es posible”, concluye Chernick.
Presente en el mapa global
En esta última etapa de diálogo otras han sido las naciones cercanas.
Cuba y Noruega, los dos grandes promotores de la mesa de negociación en La Habana, fueron vitales para coordinar temas logísticos y facilitar las condiciones para el diálogo.
El primero, aunque quiso esparcir el germen revolucionario en guerrillas estalinistas del continente, incluida el Eln, entró a jugar a la paz de Colombia con visión de oportunidad.
“Cuando desapareció la Unión Soviética, Cuba perdió apoyo financiero y entendió que las armas ya no eran una opción”, aclara Carlos Arévalo, internacionalista de la Universidad de La Sabana.
Entonces, continúa, los Castro tuvieron que entender que el proceso de desmovilización en Colombia era importante y que además les permitiría tomar protagonismo en 2012, cuando estaban concluyendo una mala racha de exclusión regional y la reactivación de las relaciones con Estados Unidos parecía más certera.
Luego, Noruega, con una tradición de apoyo a los países en vía de desarrollo, tenía un lugar casi garantizado como garante del proceso. “El país nórdico tiene muchísimo prestigio internacional, no genera polémicas políticas, no se inmiscuye en política exterior, hace su trabajo en silencio ni pretende llevarse un crédito político con este proceso”, describe Arévalo.
Tampoco era un secreto la cercanía del chavismo con las Farc, al menos en lo ideológico, y esa sintonía fue crucial para impulsar el inicio de las conversaciones. “La guerrilla y Venezuela compartían puntos de vista y, como el modelo de socialismo no lograba entrar a una Colombia con una izquierda débil, el terreno perfecto eran las Farc”, detalla Arévalo.
Así, el mundo estuvo inmiscuido con el conflicto y la paz de Colombia. Ahora, todo indica que la solidaridad es la directriz de esas relaciones.