Por más de una década la única certeza era salir de la casa sin saber si habría un nuevo abrazo con los seres queridos. Entre 1984 y 1993 en Colombia, 46.612 personas nunca regresaron dice un informe oficial de la Alcaldía de Medellín. Sus madres, hijos y esposas no pudieron decirles una última palabra. Se quedaron solo con sus familias completas en el álbum de fotos.
Trescientas de estas víctimas presenciaron ayer la demolición de la antigua mansión del victimario. Se abrazaron, recordaron a sus muertos y algunos lloraron. Catarsis colectiva, tres décadas después, para decirle adiós a una sombra.
“Tuve una sensación de alivio. Yo perdoné, pero no olvidé y ese olvido tiene que ser sin dolor”, dijo Aura Leticia Ruiz de Calero, madre de Andrés Felipe Calero, el más joven de los 107 pasajeros del avión de Avianca que explotó el 27 de noviembre de 1989. “Tenemos que contar la historia de otra forma. Es borrar un pasado que nunca debimos haber vivido”, añadió.
“Dolor, pero con regocijo”
Un día cualquiera, la mamá de Catalina López no volvió. Era fiscal sin rostro, la figura utilizada en la época para tratar de blindar la acción judicial. Igual no importó porque la muerte descubrió su identidad. “Era una persona tranquila y en la casa no demostraba preocupación, igual yo estaba muy niña”, recordó Catalina, que asistió ayer con sus hijas.
“Quiero que vean el cambio que ha tenido la ciudad, para que no se idolatren más los bandidos sino a quienes entregaron sus vidas”.
Carmelita Valencia de Zuluaga, viuda del magistrado Gustavo Zuluaga Serna, asesinado el 30 de octubre de 1986, opinó que la demolición era un ejercicio que “se tenía que hacer para que, poco a poco, los jóvenes entiendan que no podemos alterar los valores si queremos seguir adelante”.
Dijo que el dolor se removió, esta vez, con regocijo y, rememorando lo que decía su esposo, citó: “Primero muerto antes que claudicar”.
Una nueva narrativa
La reducción a ruinas de la mansión —estuvo 33 años en pie y cayó en 3,2 segundos— es una oportunidad de replantear la historia, opinó el escritor Jorge Franco.
“Hay una generación que no padeció los hechos directamente, hace falta contar lo que sucedió porque ellos tiene una percepción tergiversada de quienes fueron los verdaderos protagonistas”, dijo.
Para Franco, narrar esta nueva Medellín requiere de responsabilidad. “No son los que salen en la televisión o aparecen en los libros, los que realmente son héroes son las víctimas, ellas deben estar en la memoria de Medellín” .