La justicia precluyó el expediente por la muerte, en extrañas circunstancias, de 42 gatos, los cuales fueron encontrados en una fosa común en el cerro de Las Tres Cruces, en el suroccidente de Medellín. El caso, que al principio parecía una conducta macabra, dio un giro hacia un final inesperado.
El recordado hecho, que conmocionó a la comunidad ambientalista de la ciudad, ocurrió el 29 de septiembre de 2020, cuando los vecinos del cerro, en límites de la comuna de Belén con el corregimiento Altavista, llamaron a la Policía para reportar que un hombre estaba enterrando varios felinos en ese lugar.
Las autoridades sorprendieron al enterrador con las manos en la masa. Técnicos forenses del CTI realizaron exhumaciones en el área y recuperaron los cadáveres de 42 gatos, los cuales presentaban amputaciones, evidencia física de golpes y señales de maltrato sexual, según Julio Aguirre, director de la Unidad Forense Veterinaria de Medellín.
El sospechoso dijo que un señor le había pagado para sepultar los despojos. Cuando la noticia se regó por la prensa y las redes sociales, la comunidad empezó a especular sobre brujería, satanismo y aberraciones sexuales. No obstante, la investigación del Grupo Especial para la Lucha contra el Maltrato Animal (Gelma) de la Fiscalía descartó esas teorías.
Fuentes del ente acusador le contaron en exclusiva a EL COLOMBIANO que, luego de practicar las pruebas y exponerlas en el estrado, el Juzgado 34 Penal Municipal de Medellín decidió precluir el caso y cesar las acciones penales en contra del sepulturero y el hombre que le pagó, quien resultó ser un ambientalista.
El amante de la naturaleza recibía gatos maltratados, abusados y enfermos que le enviaban diferentes personas desde la Costa Atlántica para que tratara de curarlos en su vivienda, que usaba como albergue. Muchos le llegaban con las patas y las colas amputadas, e incluso con los cráneos deformados por las golpizas de sus dueños.
En 2020 las cuarentenas por la covid-19 dificultaron el acceso a comida y medicamentos, por lo que varias de las mascotas se fueron muriendo, de acuerdo con el relato que entregó el ambientalista a los investigadores. Como no podía salir a la calle, el ciudadano fue almacenando los cadáveres en un congelador que tenía en su casa.
Apenas se flexibilizaron las restricciones de la pandemia, le dio dinero al sepulturero “para que los enterrara en un lugar bonito”, narró una fuente cercana a la investigación.
La Fiscalía registró la propiedad en busca de evidencias de maltrato, usando productos químicos y luces fluorescentes, pero no se encontraron pistas. Por estas razones fue precluido el expediente, certificando la inocencia del ambientalista y el enterrador.