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Es sábado por la tarde y la Plaza Botero está llena de actividad. Buscando evidencia que mostrarle a los detractores del cerramiento, la Alcaldía organizó en los últimos días unas muestras culturales que ese día y a esa hora se mueven al ritmo del hip hop en una tarima justo en la entrada del Museo de Antioquia.
Los turistas andan con soltura entre las esculturas que ya no huelen a orines y se sientan en ronda en las mangas de las que dejó de emanar el olor a mierda. Una turista barranquillera, sola con su hijo, le entrega el celular gama alta a un extraño solitario para que les tome una foto a una distancia considerable, mientras los guías turísticos van y vienen narrando la historia del lugar a inquietos y nutridos grupos.
A pocos días de cumplirse un mes del cerramiento de la Plaza Botero lo único comprobable del balance que ha entregado el alcalde Daniel Quintero sobre las bondades del mismo es la placidez con la que los turistas disfrutan del icónico sitio.
Cualquier otro beneficio que quiera atribuirle el alcalde flaquea como una silla coja, según Danilo Posada, un vendedor ambulante que estira sus manos al otro lado de las vallas de la policía intentando vender Vive 100 a quienes recorren la Plaza. “Es cuestión de tiempo para que este cierre fracase igual que el otro”, pronostica.
Cuando Quintero decidió cerrar la Plaza con vallas policiales aseguró que sería un plan de choque para garantizar resultados rápidos en materia de seguridad, partiendo de un fuerte control en seis puntos de acceso, con detector de metales para evitar el porte de armas pero sin ninguna otra barrera que impidiera el ingreso de los ciudadanos.
Los detectores de metales y la tecnología prometida no aparecen en los improvisados puntos de control, que se rigen por la subjetividad de los policías. Funciona más o menos así. Turistas pasan sin problema, muchos transeúntes con pintas de obreros tienen que mostrar cédula y pasar por minuciosas requisas y la mayoría de trabajadoras sexuales y vendedores ambulantes son devueltos, mientras que los que logran entrar son perseguidos por un tridente compuesto por policía y dos funcionarios de Espacio Público y de Inclusión hasta que, sutilmente, los expulsan.
Los comerciantes de los locales, heladerías y pasajes incluidos en el cerramiento señalan que las ventas se mantuvieron estables este mes y que los clientes dicen sentir una mejoría en la percepción de seguridad. Pero ellos, que conocen al dedillo cómo funciona el entorno, reconocen que mientras los 32 policías permanentes creen tener el control, quienes verdaderamente vigilan todo el sector, incluso a los policías, siguen ahí.
A su manera, Roberto Gómez, un comerciante de la Veracruz; Isa, una trabajadora sexual; y Danilo, tienen coincidencias en los factores que ellos creen que determinarán el fracaso de este nuevo cerco.
Roberto advierte la preocupación generalizada entre los comerciantes del sector por el rumbo que pueden tomar los cientos de habitantes de calle que están empezando a abandonar el Bronx (Cúcuta con Zea) y que ya están apostándose sobre varios puntos de alto flujo comercial, sin que haya respuesta de las autoridades. Temen por un regreso a los peores años de la Avenida de Greiff.
Isa asegura que la discriminación hacia los verdaderos habitantes de la Plaza, trabajadoras sexuales y venteros, solo dejará un resentimiento contra la autoridad que no beneficia sino a los bandidos.
Danilo, segregado tras de una valla, apunta con su mano hacia el Parque Berrío y los bajos de la estación que se están densificando de comercio informal a un ritmo acelerado. “Ya hay hacinamiento de venteros y eso crea problemas, si usted pasa acá una mañana o una tarde va a presenciar varias riñas. Si se va más hacia el parque o por los lados del Banco de la República, facilito presencia varios robos. Y acá ve uno un montón de policías jodiendo a un vendedor para entrar a la Plaza”, apunta.
Voces de reclamo en el mundo
La situación que atraviesa la Plaza Botero no ha pasado desapercibida entre expertos en cultura y urbanismo en varios países. Ante la sumatoria de voces reseñadas por EL COLOMBIANO, un antiguo alfil del uribismo en Medellín y hoy amigo de la administración de Quintero, Juan Carlos Vélez, respondió a los expertos que “antes de pronunciarse deberían darse una pasadita por los alrededores de la Plaza Botero” y aseguró que los únicos que no están contentos son “los pillos y ladrones”.
Sin embargo, en los recorridos que ha hecho EL COLOMBIANO se evidencia que el diagnóstico que hacen desde otros países los expertos refleja en detalle la compleja problemática que atraviesa la plaza.
Jordi Martí, exsecretario de Cultura de Barcelona, España, y hoy teniente de alcalde a cargo de cultura, educación, ciencia y tecnología en esa ciudad, expresó que “hay dos “maneras de gestionar los conflictos de espacio público, que ocurren en todas partes del mundo: una es mediar, construir comunidad, acordar, pactar usos; otra es cerrar, privatizar, cercar, es más sencilla, pero se carga la condición humana, la condición de ciudad”, dijo.
Marciano Durán, exdirector de Cultura de Punta del Este, Uruguay, recordó tres episodios en los que la administración de su ciudad hizo cierres en lugares públicos y culturales.
Uno de ellos fue un vallado alrededor de varios monumentos, para evitar que las personas se aglomeraran porque era pandemia; otro fue la instalación de vallas alrededor al puerto deportivo de la ciudad, para que las personas residentes no se acercaran a “las lujosas embarcaciones de los extranjeros”; y una más fue en 2002, para que una marcha de trabajadores no llegara a Punta del Este.
“Lo de Medellín es diferente. Acá, una vez fue para que la gente no tuviera acceso a esos monumentos, la segunda para que los ciudadanos locales no pudieran disfrutar de los bienes de toda la comunidad y la tercera para mantener a los pobres y trabajadores a raya. ¡Qué casualidad!”, expresó Durán con ironía.
También durante el fracasado cerramiento anterior, la Alcaldía realizó eventos, picnics y demás en la Plaza. Al final, las vallas fueron destrozadas lentamente y las conversaciones de fondo quedaron aplazadas.
Soy periodista porque es la forma que encontré para enseñarle a mi hija que todos los días hay historias que valen la pena escuchar y contar.