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Las voces de aquellos que enterraron la venganza

Hasta el más salvaje de los odios tiene una puerta para hallar el perdón y la sanación personal y colectiva.

  • ilustración sstock
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22 de noviembre de 2019
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Frente a una de las erradas puertas a las que puede conducir la vida, María* decidió vengarse ordenando la muerte de aquel que le juró amor eterno. De su cabeza se había apoderado una enorme sensación de “matar y comer del muerto”. Cada amanecer, mirándose al espejo, intentaba maquillar y cubrir con cosméticos, bufanda y blusa cuello tortuga, los moretones de la última paliza.

De nada le valía. Las lágrimas hacían visible su tragedia familiar. No faltaba quién en el trabajo le preguntara, con solo mirarla: ¿Te volviste a dejar cascar?, ¿hasta cuándo vas a aguantar? (...) La revictimización era constante, hacía más angustiosa su crisis.

Un día la última gota llenó el vaso de la desesperación. María dejó el asunto en manos de un sicario de la banda La Terraza, legión asesina que “impartía justicia” en barrios marginados del nororiente de Medellín.

Reencuentro de María

La amarga vida de esta mujer, delgada, frágil, 1,55 de estatura, humilde, devota del Señor, madre de familia, trabajadora incansable, es solo uno de los miles de dramas humanos que se viven a diario en la ciudad, 240 de los cuales fueron narrados, vueltos a vivir, sufrir, llorados y finalmente sanados en el taller de formación Artesanos del Perdón, la Reconciliación y la Paz, propuesta de la Arquidiócesis de Medellín, frente a la necesidad de construcción de paz, sanación individual, colectiva y no repetición en una sociedad desigual, partera de sufrimientos infinitos.

Pocos escapan de este laberinto de injusticias, sed de venganza, afrentas y odios: sacerdotes u hombres de Dios, familias completas, prostitutas, profesionales, desempleados, empleadores, niños, adolescentes, campesinos, huérfanos, viudas...

Cada quien encuentra un precipicio para lanzarse a la hoguera social del ajuste de cuentas, la puñalada, la bofetada, el balazo, el maltrato intrafamiliar u otras formas más organizadas de la descomposición social como combos, guerrillas, paras y carteles...

Una salida

El sacerdote Fabián Ortega, delegado del programa Vida, Justicia y Paz de la Arquidiócesis de Medellín y uno de los tutores de Artesanos del Perdón, analiza el mismo como una metodología para personas creyentes o no, profundamente simbólica.

“Trabajamos desde terapias artísticas, culturales, sociales, antropológicas (...) y como eje transversal la espiritualidad de la reconciliación, para brindar herramientas que ayuden a sanar heridas abiertas, muchas veces desde la infancia”, plantea el sacerdote Ortega..

Faltó el muerto

Por horas, en su puesto de trabajo, María esperó la noticia de los disparos que llegaría acompañada con el eco del llanto de sus hijos por el asesinato de su padre. Nada escapaba de la órbita del sicario, conocía la estatura, color de piel, estado de indefensión de su víctima y la dirección de la esquina a la que jamás faltaba para comprar y consumir vicio. “Solo quedaba darle y al piso. Luego cerrar el ataúd”, comentó María.

El celular no sonó. Al final de la tarde le llegó un mensaje advirtiéndole que “el tipo faltó al parche”. De regreso a su hogar, una vecina le comentó que el sacerdote de la parroquia del barrio la buscaba.

Religioso busca la paz

Compartiendo escenario con María en el Taller de Artesanos estuvo, como una víctima más, el religioso franciscano Félix Jurado, párroco de la cuasiparroquia San Lorenzo Mártir, que sirve a unas 2.150 familias de Manrique Oriental, La Honda y sus vecinos. Él antes había vivido la tragedia de violencias cruzadas en Vallejuelos, una de las más dolorosas y sangrientas de la ciudad.

¿Qué hace un religioso entre tanta persona con pasados de odio, muertes y venganzas personales? El cuestionamiento era inevitable dentro de un proceso de sanación en el que solo se espera ver religiosos como guías espirituales, cazadores de almas y guías de ovejas descarriadas.

La procesión del padre Félix iba por dentro, vivía su propio viacrucis. Un grupo armado mató a uno de sus hermanos. No había terminado de elaborar el duelo cuando otra banda le asesinó a un cuñado. Como pastor fue testigo del horror que vivió Vallejuelos (2001-2008), en buena parte por el abandono y la indiferencia estatal. Allí el sonido de las balas opacaba el tañer de las campanas que llamaban a duelo por los últimos asesinados, toda gente muy joven. Cada quien, por su propia cuenta, trataba de redireccionar su vida. A falta de Estado los humillados veían en el padre Félix su única esperanza y acudían a él, un ser atribulado por sus propias desgracias.

“Una cosa es quien conoce el dolor y otra quien lo vive. Entrando al dolor, volviéndolo a vivir desde la memoria, se sale más rápido. Sanar exige experiencia espiritual, fraterna, sicológica y reconciliación permanente con los demás, así sean sus agresores, y uno mismo. Por ello, decidí vivir la experiencia de Artesanos como beneficio personal”, comenta el padre Félix.

“Uno como sacerdote tiene que reconocer que es humano y lo humano jamás se perderá. Si yo quiero entrar en los zapatos de mi comunidad debo entrar en el dolor y la vida de ella. Cierto que los curas estudiamos teología, filosofía, hacemos doctorados, pero debemos vivir actualizados, la realidad nos lo reclama”.

Un sicólogo

John Jairo Urrea, sicólogo de profesión y servidor de la parroquia San Miguel Arcángel, entró a Artesanos por problemas similares al de muchos de sus pacientes en el consultorio sicológico del templo: “un padre abusador, maltratador, violento, conflictivo, borracho, machista e inspirador del miedo a partir de figuras distorsionadas de Dios”.

Llegó a odiar su progenitor. Ni siquiera su formación profesional logró liberarlo de esa carga negativa. Su madre murió y el viejo enfermó. A John Jairo le tocó hacerse cargo de él, días y noches, por tres años. Al final su viejo murió.

En la última promoción de Artesanos, de la que iniciaron 360 personas, fue uno de los 240 certificados, 28 de ellos presos de la cárcel de Máxima Seguridad de Itagüí, en acto realizado en el auditorio de la UPB, presidido por el arzobispo de Medellín, monseñor Ricardo Tobón.

Fue para él muy duro llegar al final de este proceso y comprender que, pese a todo aquello que lo hizo sufrir su padre, a los maltratos contra su madre y sus borracheras, aún cabía un espacio para la reconciliación personal y familiar.

Hoy sueña abrazándolo y pidiéndole perdón. Pero en esta etapa de su vida terrena y la eternidad que habita su progenitor solo queda orar por él y el deseo, “paz en su tumba”.

Autodefensas y cárcel

En las cárceles o depósitos de seres humanos en los que han terminado convertidas estas, Artesanos tiene verdaderos milagros de perdón, reconciliación, paz interior y no repetición que mostrar.

Desde el patio dos, Cárcel de Máxima Seguridad de Itagüí, donde los internos pasan sus días en el filo de la muerte, varios de sus jefes, contactaron a la Pastoral Penitenciaria con el propósito de que la Arquidiócesis montara allí uno de sus primeros ejercicios del proyecto Artesanos (2014).

El lugar era escenario de la desesperanza. Cualquier situación, por pequeña que fuese, se convertía en un estadio del sálvese quien pueda. El odio y la venganza reinaban. Allí el Estado obligaba a sobrevivir a paramilitares, guerrilleros, narcos, capos de la delincuencia organizada, común y otros responsables de mantener viva la memoria del crimen en la ciudad y el país.

La experiencia fue sorprendente. Luego de meses de trabajo, 25 de los reos, casi todos exjefes del poder que brindan las armas sobre comunidades indefensas, cumplieron una a una todas las etapas del curso.

Para certificarse, cada uno debería replicar su experiencia y lograr la graduación, de al menos, otro seis internos. Todos la superaron. En el último taller se graduaron 28 más con el mismo compromiso.

No es lo mismo esperar a la familia un fin de semana para practicar con ella estas enseñanzas y despedirla con el espíritu abierto y la esperanza de que habrá un nuevo encuentro, que decirle hasta luego y abrazarla como si fuese la última vez, comenta John Fredy Morales Carmona, abogado, coordinador del programa Artesanos de la Arquidiócesis.

La soledad de María

Las últimas lágrimas de María regaron el ataúd y la tumba de su esposo. Murió de muerte natural, en paz con la esposa a la que tanto maltrató, con sus hijos y su propia existencia.

María recuerda que en uno de sus primeros días en Artesanos le entregaron una caja de colores y un papel en blanco para que dibujara su crisis. “Tomé un color rojo, rayé y rayé, casi hasta romper el papel. Esa vez comprendí la oscuridad que me habitaba y lloré, ya no por él ni contra él, sino por salvar mi vida”. Para su grado le pidieron un imposible: “Buscarlo y pedirle perdón”. “¿Cómo voy a pedirle perdón a un perro maltratador?, me dije, pero mi mundo interior era otro”.

Llevaban varios años separados, la vida los puso frente a frente en una reunión familiar. Ella lo miró, se le acercó y le dijo, “¿hablamos”. Él la miró sorprendido. Las palabras salieron del alma de la mujer para pedirle perdón. Esta vez fue él quien lloró.

*Nombre cambiado.

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