En sus 20 años, Alejandro López ha cambiado de casa en varias ocasiones. Entre 2019 y 2020, alcanzó a vivir en tres. Pero en ninguna de las “mudanzas” estaban su mamá y su abuela, su familia más cercana y querida. Estuvo quince días en el Centro de Servicios Judiciales para Adolescentes (Cespa), tres meses en un establecimiento de reclusión en La Candelaria y siete meses más en La Pola. Robar a una persona le cambió la estadía y, por ahí derecho, la vida.
“En el Cespa me hicieron la audiencia y me dieron un abogado de oficio. Él me dijo que aceptara los cargos porque todas las pruebas estaban en contra mía. Acepté. Allá me dejaron 15 días. Luego me dijeron que me iban a dar medida de aseguramiento preventivo”, recuerda. Alejandro entonces tenía 17 años. Supo, tras el anuncio, que le esperaba un buen tiempo encerrado.
Apoyado en los movimientos de sus manos, pone en palabras lo que en ese tiempo era: “Yo era complicadito”, dice. “Con mi mamá, usted no se imagina”. Por esa época cursaba los primeros grados de la secundaria. Descolgar en bicicleta con los “parceros” por la antigua vía al Mar era el plan de todos los días. Tirar vicio no podía faltar. “Me dejé llevar por el vicio y los amigos”.
Su historia la cuenta en las instalaciones de la Cámara de Comercio de Medellín, sede El Poblado. Lo acompaña su novia, de 17 años, Katherin Pulgarín Hernández. Son la personificación de la exposición que allí estuvo disponible hasta ayer y que se trasladará a Cali. Se trata de Conexión Futuro, una iniciativa del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (Icbf) y el British Council, de Reino Unido, que apoya a jóvenes que han delinquido.
La exposición, a través de mensajes y fotografías, le propone al visitante una pregunta: “¿Le daría una segunda oportunidad a un joven como estos?”. Los jóvenes tienen nombre. Son de Cúcuta, Cartagena y Medellín. En algún momento delinquieron. Esperan formarse y encontrar un trabajo. Hay tableros con espacios para responder, textos con sus historias y videos en los que cuentan cuáles son sus metas.
“Estábamos muy drogados: eso nos llevó a tomar una mala decisión. Robamos a una persona. Solo por vicio le hicimos daño. Mi amigó le causó una lesión. A los 15 minutos nos cogió la Policía. Eso fue de una”. Esta fue la causa por la que Alejandro afrontó un proceso reeducativo de 18 meses. Su buena conducta le permitió salir antes, pero los recuerdos, pese a los aprendizajes, no son del todo buenos.
“En el primer punto la comida era muy poquita. El algo: un banano con leche. Muy estrecho. Desesperante. Cuando llegué a La Pola fue distinto. Era amplio. Bonito. Allá aprendí muchas cosas. Recochaba, pero mire: salí antes por buen comportamiento”, dice.
En sus primeros días pensó en ahorcarse. “Era muy cerrado. Chiquito. Dormíamos doce ‘peludos’ por habitación. Las camas eran de cemento. Por nada nos ponían a asumir: hágame diez de pecho o 15. Si uno se alebrestaba, lo encerraban en el cuarto del primer piso. ¿Si me entiende, mi viejo?”, cuenta sobre sus primeros tres meses de reclusión.
El programa
Su experiencia es la de decenas de jóvenes. De los 95 del país que participan actualmente en Conexión Futuro, 42 son de Medellín. Julián Guerra Ortega, coordinador de la iniciativa en la zona, lo explica: “Esto es una ruta de apoyo para jóvenes egresados del sistema de responsabilidad penal para adolescentes. Apoyamos su retorno a sociedad”.
El programa comenzó en septiembre de 2021 y concluirá el próximo agosto. Los participantes, como Alejandro, han recibido un salario durante todos estos meses. Ha estado en cuatro componentes: apoyo psicosocial, formación, prácticas restaurativas y gestión de oportunidades.
“Al posinstitucional llamaron y dijeron que necesitaban ocho compañeros. Estuve entre los primeros que llamaron”, dice Alejandro, quien agrega que actualmente cursa los grados 10° y 11°. “En Conexión Futuro vamos a los barrios: pintamos parques, compartimos con los ancianos, llevamos algos a los colegios”.
Según Katherin, quien también pasó por un internado, Alejandro ha cambiado. Ahora es menos acelerado, piensa en que puede lograr sus sueños y confía en sus capacidades. Por algo, dice, ya ajustan tres años de novios. Vidas normales, mediadas por segundas oportunidades, es lo único que piden.
El motivo de la exposición en la sede de la Cámara de Comercio era uno: que el sector privado, desde los pequeños comerciantes hasta los más grandes empresarios, apoyen la resocialización de estos muchachos. Que les permita, como hacen sus familias y entornos más cercanos, empezar de nuevo.
“Tomamos malas decisiones, pero queremos salir adelante. Uno solo se apoya, pero no es suficiente. Si me dan empleo, a mí me da la disciplina para meterle moral. Me gustaría estudiar producción musical. Soy mezclador y ya he tocado en fiestas”, concluye Alejandro, quien espera no volver a “mudarse” sin la compañía de los suyos.