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El último abrazo de Toño y Amador al tren de Antioquia

  • Amador Pérez maquinista del Ferrocarril de Antioquia. Foto: Julio César Herrera Echeverri
    Amador Pérez maquinista del Ferrocarril de Antioquia. Foto: Julio César Herrera Echeverri
  • Amador Pérez maquinista del Ferrocarril de Antioquia. Foto: Julio César Herrera Echeverri
    Amador Pérez maquinista del Ferrocarril de Antioquia. Foto: Julio César Herrera Echeverri
  • El último abrazo de Toño y Amador al tren de Antioquia
  • Puente del viaducto en Amaga Foto: Jaime Pérez Munévar
    Puente del viaducto en Amaga Foto: Jaime Pérez Munévar
03 de diciembre de 2018
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Una fuerte tormenta azota las montañas del Suroeste antioqueño y en el horizonte una imponente locomotora avanza firme en su trayecto y se resiste ante la adversidad del clima, pero de pronto un tramo de la línea en mal estado ocasiona el descarrilamiento del tren.

Las góndolas del vehículo se desparraman a lo largo de la carrilera y bajo uno de los vagones queda atrapado Antonio López, Toño.

Sus compañeros que resultaron ilesos tras el siniestro, se apresuran a rescatarlo y quedan sorprendidos al ver que el brazo derecho de Toño fue aplastado por una de las vagonetas de carga.

“La verdad uno no siente dolor al momento del machacón, el tren no me cortó el brazo inmediatamente, fue cuando me llevaron al hospital donde los médicos tomaron la decisión de amputar”, cuenta Toño, simpático y sonriente, recordando los hechos de aquella noche lluviosa en la que no se veía nada.

Un colega desconocido

Amador Pérez, sentado en el sofá de su casa y mirando las fotografías de hace ya 40 años, recuerda con nostalgia los días en los que pilotaba una de las locomotoras General Motors por las montañas de Antioquia.

A sus 81 años, permanecen intactas y atrapadas en el tiempo esas imágenes del pasado cuando arribaba a las estaciones del ferrocarril y sus compañeros de trabajo se apresuraban a hacer el cargue y descargue de mercancías.

“De niño, cuando vivía en San Pablo, veía el tren pasar humeante repleto de madera, carbón y pasajeros, y cuando tuve la suficiente edad arranqué hacia Puerto Berrío y allá me coloqué en los Ferrocarriles”, relata Amador mientras lleva un sorbo de café a su boca.

Otra de sus experiencias fue cuando transportó un tren expreso con más de 1.000 soldados hacia la ciudad de Santa Marta.

“Este viaje lo hice en la década de 1970 y fue una responsabilidad muy grande y un deber con la Nación, por parte de nosotros los maquinistas y la tripulación, llevar a estos muchachos que iban a prestar su servicio militar en el norte del país”, indica Pérez.

Palomos dentro de góndolas

Palomos es el nombre que recibe un corregimiento del municipio de Fredonia. Y hasta allí llegaba el ferrocarril, entre los años 1927 y 1975, proveniente de Santa Marta y Buenaventura. Este vehículo servía como medio para transportar café, carbón, hierro, materias primas y para que las personas simplemente fueran de un sitio a otro.

Antonio García, que lleva viviendo allí los 64 años de su existencia, es el fontanero del corregimiento y está encargado del abastecimiento del recurso vital de 198 viviendas. Asegura que una de sus actividades favoritas era ir a “patear máquina”, es decir, estar en viajes que hacían grupos de amigos encima de las góndolas de los trenes hasta Bolombolo y La Pintada, para regresar luego a Palomos.

El lugar era un fortín para visitantes y comerciantes que abrieron negocios, e incluso era plaza de cazafortunas que cultivaban café y granos. Hubo otros más intrépidos que se adentraron en socavones en búsqueda de tesoros.

En la cima de una colina, construida con adobes y tejas de zinc, está la casa de Luz Helena Muñoz, un lugar que fue testigo de los recorridos que hacía repetidamente el tren por el Suroeste antioqueño.

Helena no olvida cuando viajó por primera vez en el ferrocarril con destino hacia el Valle del Cauca: “vivimos 18 meses en Caicedonia, en una finca cafetera; allá, junto a mi papá y mis hermanos, trabajamos cultivando y lo que más recuerdo es que en ese entonces no había tanta violencia y los vecinos compartían unos con otros sin peleas ni problemas”.

Siguiendo más al norte, se encuentra la estación Jonás, un lugar que a diferencia de Palomos, ha sido restaurado y conservado para servir como centro de atención a la comunidad y habitantes del lugar, especialmente para los niños que acuden allí para leer y escuchar las historias de los antiguos pobladores que tuvieron la oportunidad de viajar en tren.

La historia misma del departamento avanzó con el sonido de las locomotoras. Freneros, caporales y maquinistas hacían parte de la tripulación que impulsaba el sueño que alguna vez tuvo Francisco Javier Cisneros.

La historia que no se olvida

En el portón de la entrada a su casa, Toño conversa tranquilamente con sus hijas. Por sus ojos lúcidos y su mente ávida de historias, deleita con cada frase y palabra a quienes lo escuchan.

“Nuestra labor como freneros era muy dura, debíamos estar atentos a las indicaciones que hacían los maquinistas y el caporal, especialmente cuando la máquina iba bajando, cualquier error por parte nuestra podría ocasionar un accidente”, recuerda.

Toño sigue aferrado al recuerdo latente del ferrocarril, la casa donde lleva viviendo por más de 50 años fue, en algún momento, la posada de descanso de los trabajadores que le hacían mantenimiento a la línea.

El lugar parece un museo: piñones, ruedas, rieles y la misma edificación que fue construida en los años 40, son un baluarte de la historia antioqueña.

Con 85 años de edad, Toño sigue recorriendo las antiguas vías del tren, se entristece al ver lo deterioradas que están, pues el tiempo y las manos de los hombres han sido despiadados, porque se han perdido los rieles de algunos tramos y ni hablar de los puentes que están a punto de colapsar.

Así mismo, Amador Pérez se resiste a olvidar un pasado glorioso. Trae a la conversación las hazañas de los hombres antioqueños que trabajaron incansablemente, de sol a sol, y acarreando a sus espaldas el duro acero con el que construían cada día varios metros de vía férrea.

“Sin duda alguna, lo más significativo para nosotros como tripulantes y maquinistas de las locomotoras era el servicio que prestábamos, si debíamos detenernos a mitad de camino para recoger a un campesino que se acercaba hasta las vías del tren con su carga de café o un bulto de papas, lo hacíamos sin ningún remordimiento”, afirma.

Y aunque Amador y Toño nunca se conocieron, siempre existirá ese vínculo especial que los mantendrá unidos por siempre y es la historia misma del ferrocarril, porque gracias a su esfuerzo y talante, transportaron durante muchos años el desarrollo de la región.

El principio del fin

Ya para el año de 1972, el desbordamiento del río Cauca en el municipio de La Pintada ocasionó una pérdida de la línea férrea, y con la construcción de nuevas carreteras, muchas personas habían dejado de utilizar el ferrocarril como medio de transporte, hecho que produjo una reducción considerable en las arcas de esta institución.

Las cargas de café y otros granos ya no se arrumaron más en las estaciones de Jonás y Palomos, los vagones de carbón y madera ya no rodaron más por estos lugares y dieron paso a las volquetas y camiones. Las antiguas vías férreas se convirtieron en el hogar de familias de escasos recursos, muchos de ellos desplazados por la violencia bipartidista.

De esta manera, muchas empresas ubicadas al sur de Medellín dejaron de recibir productos provenientes del Suroeste. Todas las fábricas de la avenida los Industriales tenían entrada para el tren y aún se pueden observar algunos rieles y correderas en las bodegas donde funcionó el Idema.

Aunque hay un proyecto para reactivar el ferrocarril, son muchas las consideraciones que deben tenerse en cuenta, como la construcción de nuevas líneas, viaductos y túneles, advierte el ingeniero Joel Moreno.

Los llamados de los maquinistas y los silbidos de los caporales ya no se escucharon más, los pasos de los muchachos que iban “pateando máquina” se detuvieron y se unieron al silencio de las locomotoras y de las estaciones, porque ya no volvió la gloriosa máquina de vapor a estos lugares .

Antonio López, “Toño”. Foto: Jaime Pérez Munévar

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