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En Medellín el ruido es cada vez más desesperante, ¿quién responde?

La ciudad no registra avances en su lucha por controlar los niveles de ruido. Así se vive el drama en los puntos más críticos.

  • El comercio, los vehículos y la vida nocturna son algunos de los principales factores del problema de ruido que aqueja a la ciudad. Los controles también están rezagados. FOTO Jaime Pérez
    El comercio, los vehículos y la vida nocturna son algunos de los principales factores del problema de ruido que aqueja a la ciudad. Los controles también están rezagados. FOTO Jaime Pérez
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En Medellín el ruido es cada vez más desesperante, ¿quién responde?
28 de agosto de 2022
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El ruido dejó ciego a Hernán Darío Castrillón: el 10 de julio, en la madrugada, un hombre y dos mujeres lo agredieron a golpes hasta que le “estallaron los ojos”. Fue en su casa, después de que se quejó con sus vecinos por una fiesta que no lo dejaba ni leer ni dormir. Salió al balcón en el barrio La Colina, grabó, recibió insultos, “hp, Olafo el amargado”, y cuando se había resignado le tocaron la puerta y lo “mataron”. Porque si Hernán Darío no puede leer, no quiere vivir más.

Las quejas de personas que están desesperadas en Medellín por la falta de silencio son muchas, pero parece que los oídos ya están sordos. Desde hace más de un año y medio, Nora Helena Restrepo Lema no puede ver televisión en la sala de su casa a un volumen normal. Desde que el aislamiento por la pandemia terminó, un bar-restaurante ubicado a escasos 40 metros de su hogar enciende a máximo volumen una fiesta de bachata que va hasta la madrugada.

Pese a vivir durante toda su vida en el barrio San Joaquín, a una cuadra de la carrera 70, es una de las habitantes que asegura sentirse desbordada por los altos niveles de ruido. Leer un libro, conversar o simplemente quedarse dormida se volvieron tareas imposibles.

“Es muy complejo dormir, porque ya les dieron permiso hasta las cuatro de la mañana. Aunque esto es un barrio residencial, dentro de la casa se escucha la música perfecta. Uno aquí se siente indefenso y no tiene día para descansar. Yo he pasado días derecho”, y agrega que cuando no es ese bar, es el ruido de la carrera 70 el que irrumpe con fuerza en su casa.

101
mediciones de ruido se han realizado en Medellín en lo corrido de este año.

Cómo en un juego del gato y el ratón, por lo menos otros siete vecinos —muchos de ellos prefieren mantener su identidad bajo reserva— explican que llaman con angustia a la estación de Policía y la Línea 123. Algunas veces las autoridades llegan y piden al bar bajarle a la música, pero tan pronto dan la vuelta, la fiesta se reactiva.

El testimonio de Restrepo es tan solo una muestra de una crisis ambiental de la que poco se habla. La avenida 33 (entre la avenida 80 y la carrera 75); el Parque Lleras y la calle 10, en El Poblado; la calle Ayacucho, a la altura del sector de Las Mellizas en Buenos Aires; la carrera 45, en Manrique; la calle 92, en Aranjuez; y el centro de Medellín (principalmente en ejes como La Oriental, Bolívar y Carabobo) son de los puntos más críticos.

Luis Fernando Agudelo, director del programa Medellín Cómo Vamos, advierte que los pocos indicadores disponibles que dan luces sobre esa situación en Medellín y el resto del Valle de Aburrá muestran que la tarea por mantener a raya el ruido está rezagada.

Entre 2019 y 2021 (los años en los que hay mayor información pública en la red de monitoreo del Área Metropolitana del Valle de Aburrá), en las seis principales estaciones de ese sistema (Politécnico, Museo de Antioquia, Torre Siata, Santa María, Secretaría de Educación de Sabaneta y la droguería Botica Junín en Giradora) no se cumple con la ley. Mientras en el caso de los niveles diurnos, en cinco de esas seis estaciones se incumplió con la norma en 2021, en el caso de los niveles nocturnos en todas ellas se pasó el máximo (ver Infografía).

Agudelo advierte que a la hora de pensar en el problema son varios los factores a tener en cuenta, como por ejemplo los cambios en los usos del suelo, la densificación urbana, la cultura y los problemas para ejercer controles.

***

A más de cuatro kilómetros de Nora Helena, Marvy Estela López Mejía, quien durante toda su vida ha vivido en el barrio Buenos Aires, denuncia una situación idéntica.

Desde su casa ubicada a media cuadra de la calle Ayacucho, a la altura de Las Mellizas, cuenta que desde la construcción del tranvía (inaugurado en 2015) el sector se inundó de bares y discotecas que no la dejan dormir.

Sus vecinos concuerdan, en este punto la bulla alcanza su máxima expresión entre los jueves y los domingos. Como si se tratara de una guerra, a partir de las nueve de la noche los locales de la zona compiten por cual logra imponer su música. Baladas, vallenatos y salsas se sobreponen unas sobre otras y hacen sacudir las puertas y ventanas.

Al igual que en San Joaquín, en Buenos Aires decenas de vecinos alzan sus teléfonos para pedir controles; sin embargo, al ser un sector declarado como zona mixta, la mayor parte de estos establecimientos tienen luz verde para funcionar hasta la madrugada.

Para poder descansar, López cuenta que la única solución con la que ha logrado sobrellevar el caos es irse de la ciudad los fines de semana. “Anteriormente esto era una zona residencial, pero con la llegada del tranvía fue creciendo la parte comercial. En ocasiones sentimos que esto se salió de las manos. Muchas veces uno a las cinco y media, que ya va para su trabajo, aún ve en las vías gente ebria y hablando duro”.

Pese a que testimonios como los de Restrepo y López vienen multiplicándose durante el último año, las cifras del distrito muestran que el número de controles está por el piso.

En respuesta a un requerimiento de este diario, la Secretaría de Seguridad de Medellín informó que entre el 1° de enero y el 20 de agosto de 2022, el total de mediciones de ruido realizadas en toda la ciudad era de 101. En el caso de la comuna de Buenos Aires, las autoridades tan solo habían consignado 5 visitas en sus registros. Por su parte, en la comuna de Laureles-Estadio el número de mediciones era 9. Otras comunas como Santa Cruz, Doce de Octubre, Villa Hermosa y corregimientos como San Sebastián de Palmitas, San Cristóbal y Altavista no aparece una sola visita.

Aunque varios expertos coinciden que los altos niveles de ruido se asocian a un claro problema de la autoridad para hacer cumplir la ley, también advierten que se vincula a problemas estructurales. Así lo expresa por ejemplo Jonathan Ochoa Villegas, ingeniero de sonido y profesor de la Universidad de San Buenaventura en Medellín, para quien la cuestión de fondo es que el asunto del ruido es una variable que se relega a un segundo plano cuando se piensa en la ciudad.

En el caso de las zonas residenciales que han entrado en conflicto con la actividad nocturna, además de hacer más estrictos los controles, el investigador plantea que faltan acciones educativas, para que los comerciantes entiendan los impactos que generan y por cuenta propia realicen acciones para mitigarlos. “Debe ser un tema presente en todo momento”, expresa Ochoa, considerando que el ruido debe cobrar más relevancia en la gestión pública.

Con la vista puesta en la discoteca que no la deja dormir, Nora Helena señala que luego de pasar toda su vida en San Joaquín no ve justo que la salida más expedita al problema sea vender su casa o abandonar la zona. “¿Entonces qué hacemos nosotros? ¿Vendemos la casa por tres pesos y nos vamos? ¿Para dónde? Cuando hemos vivido toda la vida acá”, expresa, aclarando estar consciente de que los comerciantes tienen derecho a trabajar, pero rechazando que ese trabajo le esté costando su tranquilidad.

Para conocer su diagnóstico sobre el ruido en Medellín y el avance de los esfuerzos por mitigarlo, EL COLOMBIANO consultó con la Secretaría de Medio Ambiente, pero hasta el cierre no obtuvo respuesta.

ASÍ SE VIVE EL PROBLEMA EN LOS PUNTOS CRÍTICOS

En el centro el ruido no da tregua en las calles

En Medellín el ruido es cada vez más desesperante, ¿quién responde?

Francisco Javier Afanador, un ingeniero civil que trabaja en una firma ubicada en el Edificio Henry, advierte no ver solución al problema de ruido. Ubicado en el costado occidental del Parque Berrío, en el cruce de la carrera Bolívar con la calle Boyacá, en los pasillos de este edificio el estruendo del metro y los gritos de cientos de vendedores hacen parte del paisaje diario. Pese a estar consiente de estar en una zona céntrica, Afanador señala que el ruido de los vendedores suele incrementarse a tal punto que ni siquiera puede hablar por teléfono o hacer una videollamada. “Uno entiende que estamos en una zona comercial y concurrida, pero hay personas que comienzan a gritar”, cuenta el ingeniero, agregando que por el problema una buena parte de los espacios del edificio han sido desocupados. A su juicio, el comercio debería convivir con los demás habitantes del centro.

La fiesta que nunca se acaba en la calle Ayacucho

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Pese a ser una calle poblada históricamente por cafés y bares, durante los últimos siete años Ayacucho se convirtió en el corazón de la vida nocturna del centro oriente de Medellín. Vecinos como Marvy López cuentan que a partir de las 9 de la noche, a la altura del sector de Las Mellizas, en la zona confluyen todos los problemas: una alta congestión vehicular compuesta por buses, carros, motos y el tranvía, vendedores ambulantes, aglomeraciones de personas y la música estridente de decenas de bares y restaurantes ubicados uno al lado del otro compitiendo por imponerse. Pese a que los establecimientos comerciales cierran aproximadamente a las 4 de la mañana, los vecinos cuentan que la fiesta se traslada a la calle por cuenta de los equipos de sonido de los carros y estanquillos que continúan vendiendo sus productos hasta el amanecer.

Las noches en San Joaquín perdieron la tranquilidad

En Medellín el ruido es cada vez más desesperante, ¿quién responde?

Pese a ser uno de los barrios más tradicionales del centro occidente de Medellín, ubicado cerca a la Universidad Pontificia Bolivariana, los bares, restaurantes y hoteles cada vez ganan más terreno en la calles San Joaquín. Denominado como una zona mixta, en la zona la norma permite que puedan abrirse establecimientos nocturnos junto a viviendas de uso residencial. Parmenio Mejía, quien vive hace más de cinco años en el barrio, cuenta que la mayor parte de los vecinos son adultos mayores. “Yo me tengo que esconder del ruido, porque si no duermo me voy muy maluco a trabajar. La bulla es impresionante. Uno entiende que todos tenemos el derecho al trabajo, pero el volumen puede ser normal”, dice Mejía, denunciando que en el sector los controles de las autoridades no son suficientes para que los niveles sean respetados.

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