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Antigua casona donde operan ambos centros se cae a pedazos.
Separarlos es el “plan bandera” de la alcaldía. Así es la historia.
Solo una pared de tapia, gruesa como las de antaño, separa a la Casa de la Cultura de la cárcel municipal. Ese muro, en pie desde los albores de la República, presenció, dice la historia no escrita, las agasajos de José María Córdova durante la Guerra de Independencia. Y algunos años más tarde, todavía en su infancia centenaria, fue testigo de la llegada de los primeros funcionarios municipales. Hoy, 200 años después, sigue en pie con una sola función, menos heroica que las del ayer: separar a los presos de los profesores y estudiantes.
Sus años de gloria cesaron hace décadas. La Casa de la Cultura de Barbosa está cayéndose: sus techos se rasgan ante la inclemencia de la intemperie; sus baldosas y corredores de madera, de tantas pisadas, se hendieron. El edificio perdió la batalla contra el tiempo. “Estamos haciendo unos estudios con la Universidad Nacional. Nos dicen que potenciar la casa sale más costoso que tumbarla y hacerla de nuevo”, explica Édgar Augusto Gallego, alcalde de Barbosa.
Luego de muchas vocaciones, la casa, construida en 1812, cuando la República era aún una quimera, fue declarada centro cultural en 1987. Sin embargo, nunca se hizo el trámite de declararla Bien de Interés Cultural. Al no estar declarada, no habría ningún impedimento para tumbarla y hacer un nuevo edificio. “El Estado subvalora la cultura. Si era tan importante, ¿por qué no se hizo nada para protegerla? Ahora lo más sensato es hacer una estructura nueva, de cuatro o cinco pisos. La idea es que este espacio tenga un teatro grande, salas de danza y talleres de artes”, concluye Gallego.
El monto del nuevo edificio ya está definido. Costará $15.000 millones y los aportará el Área Metropolitana. Sin embargo, la casa, en su agonía, sigue en pie, derrumbándose por dentro; los techos y paredes, en su tránsito hacia el suelo, se llevan consigo un poco más de dos siglos de historia.
Sentados sobre butacas de madera, haciéndole frente al tedio, pintan escudos de madera, hacen manualidades y trabajan sobre alguna carpintería. “El centro carcelario se ha caracterizado por la convivencia. No tenemos riñas ni hacinamiento. Acá están, principalmente, personas del municipio sindicadas por hurto o delitos contra menores”, explica Mora.
El director añade que, con la futura Casa de la Cultura, la cárcel será trasladada a una zona rural. El alcalde Gallego confirma esa noticia. El centro penitenciario se convertirá en una granja sostenible, en donde los sindicados podrán pasar el tiempo cultivando, lejos del encierro que hoy pesa sobre sus hombros. “La intención es darles también un espacio más adecuado. Somos enfáticos en respetar los derechos humanos de nuestra población carcelaria. Acá están cómodos, pero en la granja se les puede ofrecer un mejor espacio”, relata Mora.
Sin embargo, todavía no se ha definido hacia dónde se trasladará la cárcel ni qué costo tendrá esa operación. Los sindicados, por ahora, ven pasar las horas en medio de las pesadas paredes de tapia que algún día presenciaron un jolgorio celebrado por el mismísimo José María Córdova.
Francisco se sienta sobre una destartalada banca de madera y comienza el relato de la casa, desde que fue levantada hasta hoy, cuando está al borde de venirse al suelo.
Cuenta que la historia de la casona está ligada a la del municipio. Su construcción comenzó con la erección de Barbosa como distrito, en 1812. El pueblo, recuerda Francisco, había sido fundado ya en 1795, cuando Gabriel Ignacio Muñoz, el abuelo de José María Córdova, donó los terrenos para que se construyera una iglesia, una casa consistorial y una cárcel.
La construcción culminó en 1815. Desde eso, la casa se convirtió en centro del pueblo. Cuenta Francisco que, según la leyenda, José María Córdova llegaba a la morada a celebrar victorias militares. “Eso hace parte de la historia no escrita. Pero, de todas maneras, la casa es el motor del arte y la cultura, el referente del municipio”, precisa.
Como fue la disposición de don Gabriel Ignacio Muñoz, el abuelo materno de Córdova, la edificación se convirtió en la casa consistorial de Barbosa. Allí llegaron sus primeros funcionarios y la cúpula del municipio. Así fue hasta 1945, cuando la alcaldía se trasladó unas cuadras más abajo. Desde eso, la morada cambió de vocación en varias ocasiones, fungiendo como batallón, fábrica de adoquines y convento de las hermanas dominicas.
Por lo anterior, un sector de los barboseños se opone a que la casa sea derribada para construir un nuevo edificio. Para Luis Carlos Murillo, un líder en asuntos culturales de ese municipio, lo más adecuado sería conservar la fachada y, detrás, levantar la nueva edificación.
“La mejor propuesta es que se deje una falsa fachada que conserve el estilo colonial-republicano que tiene hoy. Es de lo poco que aún se conserva en Barbosa de esa época”, recalca Murillo. Añade que la casa perdió la opción de ser patrimonio cuando administraciones pasadas hicieron intervenciones en sus entrañas: “Ahí se perdió la esencia. Si van a hacer un edificio nuevo, lo importante es que se haga bien, con un espacio para el archivo de Barbosa, un teatro importante y salas amplias. Igual, dará pesar si desaparece”.
El alcalde responde esas críticas diciendo que, según el estudio de la Universidad Nacional, repotenciar el edificio no es viable. Por ahora, comenta, se está tomando en cuenta si la fachada de la casa puede conservarse.
Lo cierto es que los días de las centenarias paredes de tapia están contados. Caerán y, con ellas, callará la historia