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El auge de chinos en Dabeiba, ¿qué hacen allá?

Además de construir autopistas, túneles y puentes, en Dabeiba los chinos han levantado mitos. Tratamos de descifrarlos.

  • El auge de chinos en Dabeiba, ¿qué hacen allá?
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  • Para la construcción de los 254 kilómetros de la Vía al Mar 2, la empresa china que se ganó el contrato se trajo desde Oriente su maquinaria y mano de obra. A Dabeiba llegaron cientos, pero la mayoría ya se ha ido. FOTO carlos velásquez
    Para la construcción de los 254 kilómetros de la Vía al Mar 2, la empresa china que se ganó el contrato se trajo desde Oriente su maquinaria y mano de obra. A Dabeiba llegaron cientos, pero la mayoría ya se ha ido. FOTO carlos velásquez
  • El auge de chinos en Dabeiba, ¿qué hacen allá?
18 de marzo de 2023
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Rectificación del 18 de mayo del 2023

En una comunicación enviada a este diario el día 19 de marzo de 2023 a través de su Representante Legal, La compañía CHINA HARBOUR ENGINEERING COMPANY (CHEC), encargada de la construcción del proyecto Mar 2, entregó su versión de los hechos con respecto a la crónica periodística titulada “El auge de los chinos en Dabeiba, ¿qué hacen allá?” y que fue publicada el pasado 18 de marzo de 2023.

Con respecto a los tiempos de construcción y retrasos que ha tenido la obra del proyecto Mar 2, la compañía manifestó que cada proyecto tiene cronogramas previamente establecidos.

Manifiesta en su comunicación, que a pesar de que su llegada al municipio para construir la obra implicó la ocupación de muchas (pero no todas) casas, apartamentos y hoteles que estaban disponibles en el centro del pueblo, el alza en los precios responde a un fenómeno multicausal y no exclusivamente a su arribo al municipio de Dabeiba.

Afirma también que ninguno de los trabajadores chinos era prisionero en su país y que estaban pagando en Colombia sus penas. Además, que la razón por la cual la mayoría de trabajadores chinos con el tiempo han sido reemplazados por trabajadores colombianos es la “territorialización” y el cumplimiento de porcentaje de empleo de los colombianos. Aseguran que sus trámites son legales, formales y se apegan completamente a la norma. Los trabajadores chinos que terminaron su misión en Dabeiba, dice la CHEC, regresaron a su país de origen o se fueron a otros proyectos que la empresa está ejecutando otros países, pero no se fueron a prestar sus servicios a la obra del Metro de Bogotá, como lo afirman otras fuentes consultadas por este diario.

En cuanto a la información publicada sobre la jornada de trabajo y los salarios de los trabajadores de origen chino, la CHEC le comunicó a este diario que sus contratos tienen reserva legal.

Lo anterior se publica en cumplimiento del fallo de tutela de primera instancia, proferido por el Juzgado Primero Laboral del Circuito de Medellín el pasado 28 de abril del 2023.

***

En Dabeiba hay un perro que sigue instrucciones en mandarín. Se llama Kiwi. Es un labrador amarillo de tres años y es la mascota de Michelle. Michelle en realidad no se llama así, pero es el nombre que se puso cuando llegó al occidente de Antioquia desde Cantón, una ciudad al sur de China con más de 13 millones de personas. El cambió fue drástico, Dabeiba es un pueblo de 23.000 habitantes, de ellos, 7.000 son indígenas.

Michelle tiene 31 años y es una de las traductoras de la China Harbour Engineering Company (Chec), que tiene sede en Dabeiba desde 2019, cuando llegó a construir el proyecto Mar 2, la vía que dejará a Medellín a tan solo seis horas del mar. La vía tenía que estar lista en diciembre del 2021, pero la pandemia retrasó todo.

Es una obra grande y difícil: nueve municipios atravesados, 254 kilómetros, 63 puentes y 12 túneles. Casi dos billones de pesos de inversión. No es raro que un proyecto así tenga retrasos en Colombia. Lo raro es que los constructores son chinos, capaces de construir rascacielos y autopistas de seis carriles en una semana, en una noche, y grabarse mientras lo hacen.

En el pueblo nadie sabía de la llegada de los chinos, que aparecieron de repente cualquier día de 2019 y ocuparon todos los hoteles y las casas que estaban en arriendo. La vivienda se puso carísima y las prostitutas también. Los arriendos de 300.000 pesos se pusieron a 700.000 y los polvos de $50.000 a $200.000. Trajeron toda la maquinaria nueva desde China, construyeron sus campamentos, sus baños sin inodoros y sin separaciones, decoraron oficinas con globos, serpentinas y faroles rojos, mandaron a traer cocineros y comida china, escribieron letreros y pasacalles en mandarín y empezaron a trabajar.

Además de carreteras, túneles y puentes, en Dabeiba los chinos han construido mitos: nadie sabe a ciencia cierta cuántos llegaron ni en qué condiciones: en algún momento la empresa dijo que eran 600, pero en el pueblo dicen que eran más de 1.000. Además, no son pocos los que aseguran que quienes trabajaban como operarios rasos eran prisioneros en su país y estaban en Colombia pagando sus penas. Ahora, cuando la obra ya va en más de un 90 por ciento de avance, queda apenas un centenar de asiáticos entre ingenieros, administradores, traductores y un par de cocineros. Las razones por las cuales la mano de obra china ha sido reemplazada por la colombiana es otro mito: se dice que se les vencieron las visas y no se las renovaron, que se fueron a trabajar al Metro de Bogotá —que también será construido por la Chec—, que ya terminaron de pagar sus condenas o que se dieron cuenta de que los colombianos salían más baratos.

Pero los chinos hablan poco. O nada. No solo porque la mayoría no aprendió español en estos tres años, sino porque no les interesa sumergirse en la babel del mundo. Los dabeibanos cuentan que se han podido entender gracias al traductor de Google y que no han tenido grandes inconvenientes, salvo porque una vez el inspector de la policía tuvo que ir hasta el campamento a decirles a los ingenieros chinos que no le podían pegar con los cascos a sus subalternos. La primera vez que el inspector fue a la obra no lo dejaron entrar, entonces tuvo que ir la oficina de los chinos, pedirle permiso al jefe y volver.

A Michelle le toca hablar en español. Su trabajo, además de cuidar a Kiwi, es responder las peticiones, quejas y reclamos que llegan a la obra, y ser la mano derecha del director chino del proyecto. “Cuando ella habla, es como si hablara el gerente”, dice uno de los ingenieros colombianos. Aprendió el idioma en Venezuela, donde vivía con sus abuelos, tíos y padres hasta que el Chavismo saqueó el país y todos regresaron a China.

Como traductora de la Chec, también ha vivido en Bolivia y en Guinea Ecuatorial. En China viven su esposo y su hijo de 7 años, con ellos habla por videollamada por Wechat (el Whatsapp chino) cuando en Dabeiba anochece y en Cantón es la hora del desayuno. La rutina de Michelle es la de todos sus compatriotas que han pasado por la obra: desayuno a las 8, almuerzo a las 12, siesta hasta las 2 y trabajo hasta las 6. En la noche, en los hoteles hay torneos de ping pong, de tiro al blanco y de bádminton.

Toda esa rutina, al menos en los oficinistas, ocurre en los dos hoteles que todavía tiene la empresa ocupados. Son hospedajes convencionales de cuatro estrellas: las habitaciones tienen aire acondicionado, una cama, un escritorio y un baño privado.

Uno de los dos hoteles funge como sede principal. En la entrada hay un letrero que dice “felicidad y diversidad” en los dos idiomas, una fuente y un jardín bien cuidado, una cocina y un comedor redondo y giratorio donde se ponen todos los alimentos, para que cada uno saque su bocado. Hay una botella de Buchanans y muchas botellas de agua.

La traductora de esta sede —en español— se llama Estrella y tiene 24 años y unas gafas redondas muy grandes, la cara brillante y el pelo negro y liso. Estrella solo habla en presente. A Dabeiba llegó hace dos años, pero antes ya había trabajado haciendo lo mismo para otra empresa china en Bogotá, donde tuvo “la bendición” de pasar la pandemia. “Aquí no te limitan las actividades, puedes viajar, vivir normal sin importar el contagio”, dice. Ella viene desde Shangai, el principal centro financiero y empresarial de su país. Tenía la ilusión de conocer a las comunidades indígenas de las que había leído en internet, pero el desconsuelo fue duro cuando descubrió que terceros explotaban a las emberá que se encontraba a la salida del supermercado pidiendo comida.

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En el campamento número cuatro, el único que queda en pie a la salida del pueblo y donde los obreros chinos se cuentan con los dedos, aunque hace años fueron casi 500, no hay aire acondicionado ni camas acolchadas ni baños privados ni jardines ni mesas de ping pong. Las habitaciones —algunas individuales y otras compartidas— apenas tienen una ventana y están construidas en módulos de algún material endeble y caliente. En uno de esos cuartos sudorosos vive desde hace más de un año Natalia*, una ingeniera paisa, y su esposo, un ingeniero chino con quien espera irse a vivir a China antes de que nazca el bebé que están esperando.

Las parejas, otro mito.

A los chinos les pagan bien. Además de un sueldo básico para gastar en Colombia, donde ya tienen vivienda, transporte y comida, en las cuentas de su país reciben otra parte del salario en yuanes. “Ellos acá gastan mucho, hay unos que botan mucha plata, pero también a veces se aprovechan de ellos”, dicen sus colegas colombianos. Además de gastar en la vida social del pueblo, donde los precios en los restaurantes también se dispararon, en vacaciones hacen excursiones a otros lugares como Capurganá o San Andrés.

A pesar de los retrasos en la entrega de Mar 2, los chinos no han perdido su reputación de eficientes y dedicados trabajadores. “Yo volvería a trabajar con ellos a ojo cerrado —dice un maquinista colombiano—. Si yo estuviera aquí hablando con usted y me viera un jefe colombiano me haría parar, pero los chinos no le ponen problema a uno desde que usted les cumpla”.

Los chinos trabajan de lunes a domingo y, aún así, tienen tiempo para hacerse conocidos en Marsella, la discoteca más grande del pueblo, y en el Castillo Azul, el burdel, donde ya saben que les gusta la cerveza caliente. En sus contratos, dicen, no está estipulado descansar los fines de semana, simplemente por cada siete días de trabajo tienen uno libre, que generalmente guardan para las vacaciones.

El chef es uno de los que no sale del hotel ni habla con nadie. Los días de descanso los guarda para cuando va a Cantón, al norte de Hong Kong, a visitar a su mujer y a sus hijos, a los que no ve desde el 2021, cuando dejó el trabajo que tenía en Bolivia también como cocinero de la Chec. El chef no habla una palabra de español, ni siquiera se molestó en ponerse un nombre o un apodo. De la comida colombiana solo le gustan las sopas que tienen pollo. En la cocina del hotel trabaja con dos mujeres de Dabeiba a quienes solo con su mirada seria, firme y fría les ha enseñado a preparar pescados al vapor y alitas en Cocacola, que es lo que mejor le queda. Lo que más le sorprendió de Colombia, dice, son las balaceras que de vez en cuando escucha desde la ventana de su habitación.

Michelle, la ama de Kiwi, no invita a su esposo y a su hijo al país, pero en las noches les cuenta que el clima es bueno, que el chicharrón y el ceviche de camarón son sabrosos, que la carne de res es barata y que el arroz con leche es buenísimo. Les dice también que Dabeiba es un lugar tranquilo y seguro, que puede salir a la calle hablando por celular y nadie roba. Tiene razón. En Dabeiba —donde en noviembre de 1997 los paramilitares asesinaron a 14 campesinos y desaparecieron a otros tres, donde el 18 de octubre del 2000 más de 600 guerrilleros asesinaron a 54 soldados y 2 policías, donde la Jurisdicción Especial para la Paz encontró los restos de casi 50 falsos positivos— se han congregado las lenguas del mundo para darle origen a un nuevo hombre que maneja moto sin casco, habla lo justo, toma cerveza caliente, se da a entender por señas y vive en sandalias de tres puntadas

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