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El cierre de restaurantes y la falta de canales de distribución tienen atados de pies y manos a pequeños agricultores de la periferia rural local en esta cuarentena.
A Wilder Vélez, del corregimiento de San Antonio de Prado, le tocó enterrar su cosecha con su impotencia de por medio. Una tonelada y media de albahaca la dispuso para compostaje y tres de tomate cherry las devolvió a la tierra para resembrarlas. Otro poco de cherry se lo dio a las vacas, que nunca antes habían probado tremendo manjar.
El valor estimado que perdió es de $18 millones. También perdió el tiempo. Tuvo que arrancar la albahaca para sembrar en su lugar habichuela, y sabe que recuperar el camino andado en ese cultivo le tomaría 90 días e inversiones en materia orgánica, harinas de roca y semillas.
“No pude venderla. Con los restaurantes cerrados, los intermediarios rechazaron los alimentos”, narra, y en su voz se escucha el drama que viven pequeños y medianos campesinos de la ciudad: están perdiendo sus productos por dificultades para comercializarlos o, en su defecto, se están viendo obligados a vender por debajo de costos de producción.
Del campo a la deriva
La emergencia ha evidenciado dificultades que, para César Quintero, agricultor de San Cristóbal e integrante de la Asociación Campesina, siempre han estado allí.
Antes de llegar al paladar, un producto pasa por cuatro o cinco manos que inflan el precio final y llevan al campesino a cobrar lo mínimo, explica. “Un comisionista en la vereda, un intermediario que lo lleva a la Mayorista, el comerciante de allí, el de la legumbrería de barrio y, al final, el consumidor”. Esa es la cadena.
A esto se suma que la regulación de precios solo protege a este último. “Existen ‘precios techo’, pero no ‘precios piso’. No hay montos mínimos de pago a campesinos”, indica.
Esa regulación, afirma Juan Gonzalo Londoño, subsecretario de Desarrollo Rural de Medellín, debería estar a cargo de las centrales de abasto.
Sin embargo, no parece operar muy bien. Vélez dice que está recibiendo $600 por un kilo de habichuela que suele valer $1.200; y $800 por uno de cilantro, que vale $3.500.
Eusebio Pérez, agricultor de San Antonio de Prado, aseguró que él tuvo que usar los calabacines de 700 matas para alimentar a pollos y conejos. Eso le significó perder $1.600.000. A la cebolla junca, por otro lado, tuvo que enterrarla para resembrar y perdió lo equivalente a $500.000. “Si se las dejaba a las bellezas de las plazas, allá sí las venden bien”.
Redes más fuertes
El programa Mercados Campesinos (MC) de la Alcaldía vincula a 750 productores, que, de manera directa e indirecta, vendían sus productos en ferias de la ciudad. Con la pandemia, el programa se adaptó y se creó la plataforma web Compra Local.
Y aunque esta es una vía importante de comercialización alternativa, pequeños agricultores aseguran que quedan muchos por fuera y permite vender solo cantidades menores (ver recuadro).
Londoño aseguró que se proyecta incluir, de forma paulatina, a más campesinos para llegar a los 750 que están en Mercados Campesinos.
Sin embargo, Quintero insistió en que se necesita ir mucho más allá . “Hace falta una política pública que garantice la transparencia del comercio convencional y que proporcione márgenes de utilidad justos con el productor”.
Y ese, explica Hector Lugo, coordinador de la Corporación ecológica y cultural Penca de Sábila, sería uno de los avances de implementar el Distrito Rural Campesino, una herramienta de planeación con acciones económicas, culturales y sociales para proteger los territorios que habita la comunidad campesina de la ciudad.
La corporación propuso diez líneas claves para su implementación. Una de ellas, enfocada en el desarrollo rural integral, es decir “todo lo que tiene que ver con comercialización, producción, mejoramiento de suelos, circuitos económicos solidarios. organización campesina y mercado para la comercialización directa”, indicó Lugo.
Porque no estimular el producto, lo acaba, como explica Quintero. “Sucedió con la zanahoria. La pagaban tan mal, que se dejó de sembrar y ya se importa”.
Otro ejemplo es la vereda Potreritos, donde vive Eusebio. Antes, narra, cada semana salían 14 toneladas de comida. “Ahora solo hay porcicultura, pollos y ganado. Somos pocos los agricultores, quedamos mis hermanos y yo” .
Periodista del Área Metro. Interesada en pensar y narrar la ciudad desde un enfoque investigativo y humano.