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¿Cañón o Minería?: en Moravia le hacen uno de estos cortes

Barber Art es un colectivo que crea cortes a partir de los recursos naturales, las prácticas que los amenazan y las memorias de sus barberos. Resisten con estéticas nuevas.

  • Los barberos José Landero y Andrián Bracamonte en la primera y segunda foto, respectivamente. Las líneas, que asemejan montañas y relieves, caracterizan parte de su oferta de cortes. FOTO jaime pérez
    Los barberos José Landero y Andrián Bracamonte en la primera y segunda foto, respectivamente. Las líneas, que asemejan montañas y relieves, caracterizan parte de su oferta de cortes. FOTO jaime pérez
  • Corte Valle. FOTO Jaime
    Corte Valle. FOTO Jaime
  • Corte Lagos o Lagunas. FOTO Jaime Pérez
    Corte Lagos o Lagunas. FOTO Jaime Pérez
30 de mayo de 2022
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Esta es la historia de Martín Cortés Orozco, un hombre de 47 años que terminó enseñando a cortar pelo en los barrios populares de Medellín, después de haber trabajado en las barberías más encopetadas de la 10 A, en El Poblado, cuando la ciudad vivía su bonanza por cuenta del narcotráfico.

También estas son las memorias de unos muchachos que migraron a Medellín desde Venezuela y algunos municipios de Colombia, y que aprendieron a cortar pelo para ganarse la vida; las anécdotas de unos desterrados que por necesidad se convirtieron en barberos.

Henyelber Boyer (32, Caracas), Adrián Bracamonte (29, Miranda), Mauricio Ascanio (19, Trujillo), Edwin Durante (19, Zulia), José Landero (17, Puerto Libertador), Bryan Gómez (22, Saravena); todos empuñaron la barbera y la dejaron correr por cabezas ajenas a cambio de unos pesos para pagar la pieza, la habitación, la residencia, un techo.

Lejos de desbandar, una vez aprendieron de Martín, se mantuvieron fieles y sentaron vida en Moravia. Allí tuvieron una revelación: que cortar era más que pasar la barbera por el cuero en donde todavía crecen pelos o hablar de fútbol con los clientes; que con puntos, líneas y formas podían crear un universo nuevo. Así lo hicieron. Diseñaron varios catálogos con motilados pocos usuales.

***

Río [No sé si así comenzaba una poesía que me cantaba mi madre cuando niño, pero recuerdo que las quebradas y ríos en el trayecto a casa de mis abuelos me hablaban de ella].

***

Martín le da instrucciones a Bryan, el aprendiz del grupo. Buenas, en qué le ayudo, pregunta el muchacho desde el interior de una carpa blanca, de cuatro por cuatro metros. Al interior: espejos, peinillas, tijeras. Afuera: el morro, el ajetreo de los carros que ruedan por la Regional, los toldillos de las dos eme —minutos, mecato—, una bandera de Colombia.

—El problema de esta ciudad, del país, de Latinoamérica, ha sido la tierra —dice Martín. La tierra es la posibilidad que tiene el individuo de intervenir la estética, porque si no se puede intervenir un territorio, sentirse dueño, las ideas de propiedad y valor siempre estarán ausentes.

Su discurso es enrevesado. Vomita palabras; decenas por minuto. Repite, como un mantra: estéticas, territorio, recursos, memoria. Está sentado en una silla plástica, en un espacio que es la nada: una plaza que no es la estación Caribe del metro, pero que tampoco es Moravia, es la frontera de todo eso.

Barber Art, más que un corte, es el nombre de la barbería. El estribillo después de la coma es la razón por la que se distingue de otras. Allí los muchachos rara vez hacen el siete, el alemán o el desvanecido con el que van a la fija los más viejos. Sus catálogos se basan en la tierra, los males que la aquejan y las memorias que los hombres construyen sobre ella.

Uno de sus catálogos, ‘Geografías y memorias’, tiene nueve cortes masculinos inspirados en la topografía colombiana: Río, Valle, Lagos, Cañón, Altiplano, Represa, Páramos y hasta Minería. Cada opción emula el recurso, tiene una memoria y es autoría de uno de los barberos de la carpa.

—Cuando llegamos a Moravia y nos ubicamos en este espacio, trajimos una estética diferente. No hablo de un hecho romántico —afirma Martín—. Por ese problema de la tierra, que aún no se resuelve, comenzamos a trabajar en una práctica que nos permitiera leer, entender e intervenir.

***

Valle [Cuando salgo a caminar por la ciudad, de forma inconsciente busco caminos amplios que espero nunca se acaben, transformando lo que recorro en un valle sinfín].

***

Su cara es alargada. Sus manos, a simple vista, son las de un agricultor y no las de un barbero. Martín fue primero campesino, luego vendedor y después dejó La Unión, en el Oriente antioqueño, cuando su papá los abandonó.

—Comencé en una barbería en El Poblado —dice Martín—. Recuerdo que uno de los fundadores de la Barbería Colombia —la meca de los barberos en la Medellín del siglo XX— montó un local. Necesitaban gente para cortar. Yo me apunté.

Martín no sabía de cortes de pelo. Sus padres eran del campo, y lo más cerca que había estado de una actividad distinta para ganarse la vida fue cuando le montaron un toldillo en la plaza de mercado del pueblo para vender lo que producían en la finca: tenía 11 años.

Corte Valle. FOTO Jaime
Corte Valle. FOTO Jaime

A esa edad vio de frente la violencia; la miró a los ojos: la sangre vaciada en el pavimento, el movimiento como algo ajeno al cuerpo que estaba vivo, la mofa de la vida ante el fusil a punto de ser accionado por otro cuerpo.

Supo de la guerrilla porque se tomó el pueblo: sitiaron la plaza en que aprendió a vender. Luego fue testigo de la expansión de los paracos. No sabía quiénes eran; no aprehendía los conceptos que ahora quiere y puede. Solo hechos, imágenes, dolor: empezaron a matar gente; gente conocida.

***

Lagos [Cuando pierdo algunos recuerdos, suelo pensar en que algunos los nombran como lagunas mentales; pero por más que lo intento no alcanzo a entender a dónde van].

***

Año 1999. En Medellín arreciaba el narcotráfico. Martín trabajaba para una barbería ostentosa, a dos cuadras del Parque Lleras, en El Poblado, pero una bomba que estallaron las mafias al pie del local terminó por reubicarlo en la 10 A, bajo la tutela de los mismos patrones.

Decidió seguir su instinto: ver su oficio como una extensión del arte: exposiciones, fotografías, vínculos con investigadores universitarios. Su círculo más cercano: líderes de la Corporación Región, el Instituto Popular de Capacitación, la Unidad de Restitución de Víctimas.

—Éramos jóvenes de barrio con un negocio de barrio —dice—. Pero las estéticas administrativas, los pagadiarios, lo iban asfixiando a uno.

Afirma haberle cortado el pelo al hijo de René Higuita, al exfutbolista J.J. Tréllez y a Hernán Darío, el Bolillo, Gómez; a Maluma, desde los ocho años, y también a J. Balvin. Pero las estéticas administrativas, los que vacunan para dejar trabajar o para cuidar lo que al Estado le queda grande, lo desangraron. Se tiró a la calle.

Desde allí trató de cultivar a los barberos de la ciudad; los instó a que no vieran en el oficio solo una labor técnica. Fracasó: cuenta que casi lo linchan. Desde el Popular entró luego una llamada. Querían que se trepara en esos morros a enseñar a cortar pelo.

Allá formó a 300 muchachos pero ninguno se quedó; todos emprendían en desbandada cuando cogían cancha. Las barberías también estaban en bonanza. El arriendo en esas lomas alcanzaba ‘el palo’ —mucha plata para la época—. Esa vez su verdugo no fue la violencia; fue otra vez la falta de plata la que lo desplazó.

—Llegué a Moravia con una mesa y cuatro sillas —recuerda Martín—. Ahí comenzó el camino definitivo para Barber Art. Les dije a los muchachos: “Somos pares: tú no tienes, yo no tengo; somos nuestras memorias”.

Han pasado cinco años.

***

Cañón [En mi memoria existe un río caudaloso y profundo, apretado por un cañón que en sus grietas esconde el misterio de lo desconocido].

***

Leer, entender e intervenir fue el propósito que Martín se trazó en Moravia. Esas tareas han tomado forma con los cortes que allí han diseñado. Algunos hablan de subdesarrollo, otros de migración, y otros sobre amenazas a recursos naturales.

El ramillete es amplio. Con el Museo Casa de la Memoria diseñaron otro catálogo inspirado en los siete cerros tutelares de la ciudad. Reconstruyeron las cosmogonías de esos picos, de los indígenas que los habitaron, de los que vieron de cerca el cielo y las entrañas del Aburrá.

Corte Lagos o Lagunas. FOTO Jaime Pérez
Corte Lagos o Lagunas. FOTO Jaime Pérez

—Empezamos a entender que está el punto, la línea, la sombra, el área y que los muchachos dibujaban —relata Martín—. Nos dimos cuenta de que esculpir un corte pasaba por crear y dibujar. Eso es resistencia; literatura popular.

En Latinoamérica ya existían movimientos que recreaban en las cabezas de los hombres rostros de narcos o cantantes. Pero no montañas, ríos o el signo del que ejerce control en el barrio. Formas nuevas en el motilado, dice Martín: lo único que tienen los muchachos para mostrarse y compararse. Para ser.

***

Altiplano [Mirar hacia arriba ya no es lo mismo. Cuando niño tenía otro escenario, donde yo podía interactuar con el firmamento. Recuerdo que en las noches de luna llena todo era mágico].

***

Los integrantes de Barber Art prescinden de Martín. Bajo la carpa de cuatro metros por cuatro, resguardándose del sol, atienden a solas las preguntas de un desconocido. Le cuenta n su vida: los caminos que anduvieron tras su destierro, cómo se estrenaron en la barbería.

—Colombia y Venezuela son muy similares —dice Adrián—. La misma vía que vi desde que salí de mi casa me acompañó hasta Cúcuta. Hay montañas, de repente es plano, ves un sembrado, y vuelves y te trepas. Y Medellín es como Caracas: movimiento, metro, azare, barrios altos.

Memorias como estas fueron materia prima para los catálogos. José, de Puerto Libertador, Córdoba, y uno de los dos nacionales que allí trabajan, recreó un jaguar, símbolo que la Colonia no alcanzó a arrebatarles a los Tahamíes por completo.

—¿Un jaguar?

—¡Un jaguar!

El felino transporta a este muchacho a los arroyos en que barequeaba en busca de oro con su papá. Y a los ríos: al calmo San Jorge, al fangoso San Pedro. A las postales que dejó de ver por venirse a jornalear en una finca en San Jerónimo, en el Occidente, donde las cosas terminaron mal.

Como José y Adrián, los relatos de los demás barberos vuelven sobre un sino similar: llegaron a Moravia, no por vocación, solo en busca de empleo, por necesidad. Allí asumieron las reglas que hoy son menester para cualquiera que busque convertirse en miembro de Barber Art.

—Cuando la formación es gratis, a los pelaos les toca venir unas cinco o seis horas al día, y yo les enseño —cuenta Adrián—. Al que puede pagar, le recibimos: cobramos para la comida y también para arreglar las máquinas.

La formación no lo es todo. Esta barbería también necesita del pago de los clientes. Se siguen sus caprichos y, cuando hay un vínculo, les cuentan sobre los demás cortes y las historias que hay detrás. Lo han logrado: “Venga, hágame la Cordillera. No, el Glifosato, mejor. O cómo es que es el Desempleo”.

***

Represa [Construía caminos para que transitara el agua. Cogíamos renacuajos y peces pequeños. Nunca imaginé lo que a escala significaría. Innumerables son los daños por represar un río].

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La bandera desteñida de Colombia que ondea sobre la carpa de Barber Art bien podría ser la de Venezuela. Dos naciones se funden en una en este punto del Nororiente, y son los muchachos del país vecino los que afirman, incisivos, que cortar fue una brújula; que cuando estaban perdidos, sin nada qué hacer, encontraron en la cuchilla su redención.

Martín se reintegra al grupo. Sostiene que, además de estos ocho, son 100 muchachos los que han pasado por la carpa. Su anhelo es crear una aplicación móvil para enseñar a cortar, para la que necesita más de 5.000 videos. Montar una ruta turística para mostrarles su trabajo a los gringos y extranjeros que se pasean en shorts por la ciudad es otro de sus sueños.

Su resistencia lo llevó a lo que otrora fue un basurero. Allí, sobre el pavimento pelado, al pie de los ranchos de madera y zinc que asfixian al morro, levantó un imperio en el que recrea universos nuevos a través de los cortes de pelo.

***

Minería [Mina vieja era el nombre que usaba mi madre para hablar de un lugar en sus memorias. Sonaba mágico pero siniestro a la vez. Nunca me pregunté qué material emanaba de ese lugar]

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