Faltan 744 horas para que se acabe el 2015 y el cielo de Medellín estalla como una guerra en su punto más álgido. Miles de destellos iluminan el cielo que de a poco se inunda de una espesa nube de humo. Son las 12:01 de la noche del primero de diciembre de 2015 y el capitán Jorge Osorno empieza la cuenta regresiva. Son los 31 días más complejos para su profesión como bombero. Un desafío a la vida, a su vida y al bienestar de dos millones y medio de medellinenses.
A las 10:45 de la noche se empezó a sentir el rugir de las explosiones. Y una hora y 15 minutos después las calles de la capital antioqueña estaban convertidas en un incansable traqueteo. La llamada alborada decembrina no respetó las campañas de sensibilización, tampoco las 22.048 huellas que se recogieron para y que lograron un Record Guinness. Por el contrario, las luces y los artefactos explosivos estallaron sin descanso durante más de una hora.
-Dios quiera que no nos toque trabajar- dice con gracia el capitán Osorno. Un hombre de contextura gruesa, poco pelo y seriedad continua, que lleva 20 años en el cuerpo de Bomberos Medellín. La razón de su anhelo la justifica luego de recibir un parte de tranquilidad de las ocho estaciones de emergencia que coordina esta noche. -Es difícil pensar que en estas fechas se pueda quedar tanta gente sin trabajo, enferma y quizá muerta por cuenta de una mal llamada tradición-, señala.
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Al final de la jornada, la cifra trágica de quemados fue de 10 personas, el año anterior habían sido 23, sin embargo en la madrugada de este martes dos heridos por balas perdidas aumentan la preocupación de las autoridades.
En sus años de experiencia y contando los 20 diciembres que ha pasado cubriendo emergencias ha visto la desazón de muchos ciudadanos al llegar a sus empresas y encontrarlas en cenizas por culpa de un globo o una chispa de la pólvora quemada en estas fechas de fin de año. Lo propio con aquellos que han resultado quemados y con marcas indelebles para toda la vida.
El Capitán manipula un radio teléfono que para su fortuna y premonición no tiene mensajes de alerta. Va y viene contando historias sobre las experiencias que le ha dejado este trabajo al que agradece su sustento, pero más el poder servir a la gente. Hoy su base de operaciones es el Comando Central de los Bomberos Medellín en Guayabal y no la estación Libertadores, donde labora regularmente.
Vigilante desde una torre de entrenamiento contra incendios divisa gran parte de la ciudad, al frente está El Poblado, zona de Medellín sobre la que se observa poca actividad de juegos pirotécnicos. Se da una vuelta de 80 grados y sobre la comuna nororiental el “festín” de los ciudadanos ilumina el cielo una y otra vez con luces multicolores. Más a la izquierda sobre la comuna 13 pasa lo mismo, el estallido no da descanso. Han pasado cinco minutos del primer día de diciembre y la quema es intensa.
Mientras el capitán y comandante encargado esta noche de las emergencias ve con sorpresa las luces y los pocos reportes, cerca de allí, en el barrio Guayabal La Colinita, Ligia Sánchez envía un “chispazo” de premoniciones y con sus palabras advierte de los riesgos para sus tres hijas y dos nietos si se van a la terraza a observar la alborada. La mujer de avanzada edad teme una tragedia en su casa.
Diez minutos después, en medio de los gritos las personas bajan corriendo a la vivienda mientras ayudan en el afán a *Jonathan, su nieto, que viene con señales de quemaduras en su cuello y pecho. -Estábamos en un tercer piso y vimos que alguien puso un tubo con pólvora sobre la loma y después de la primera explosión eso se descontroló y apuntó contra nosotros. Esa bola de fuego impactó el cuello de Jonathan”-, cuenta Álvaro Hincapié, primo de la primera víctima reportada en Policlínica por quemaduras en la noche de alborada.
El parte inicial del centro asistencial le decretó quemaduras de segundo grado en el pecho, los hombros y el cuello al joven de 19 años, además de una herida en la boca. -A quién le va a reclamar uno si la persona que manipulaba el artefacto poco le importó lo sucedido. Ahí uno se tiene que quedar callado por no sabe quién es quién-, agrega Álvaro, visiblemente conmovido por la situación de su familiar y compañero de trabajo en un negocio de repuestos en la Bayadera.
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