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Críticos | PUBLICADO EL 15 enero 2023

Las camisas de Olga Vieira

Luz Imelda Ramírez

Hace un par de meses visité Casa Enso, en el municipio de El Retiro, y me encontré con una exposición cuya particular belleza continúa resonando en mi interior. En ese espacio tan rico de confluencias contemporáneas, entre las diferentes formas del diseño y de lo artesanal con el arte, y que define ese lugar, Olga Vieira y José Antonio Suarez Londoño dieron “una segunda vida” a esa “prenda que usamos a diario y que nunca pensamos en ella” sino cuando la moda nos llama la atención. La camisa está en el origen, es “Donde todo comienza”, como llamaron a la exposición: un viaje por “La historia de la camisa y su paso en el tiempo”.

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Las camisas de Olga Vieira

En la Casa Enso las camisas se expusieron suspendidas en la sala, colgadas del techo. A su alrededor, había imágenes y notas históricas, libros, un maniquí de sastre, así como unos dibujos de camisas de José Antonio Suarez Londoño, quien, cuando Olga le contó su proyecto, contemplado durante muchos años, desempolvó unas camisas viejas que tenía guardadas y las dibujó aún con las marcas de los dobleces. Las camisas, pienso, al estar tan íntimamente unidas a nuestros cuerpos y a nuestros gustos, terminan por parecerse mucho a nosotros y nos ayudan a crear una imagen muy parecida a lo indecible que somos.

El viaje que se propuso Olga Vieira, no para explorar el vertiginoso presente de la moda, sino para ir pausadamente a “Donde todo comienza”, ilumina una historia de vida, de viajes y de amor por los tejidos en tradiciones diversas y milenarias. Olga estudió diseño en la Universidad Bolivariana y moda en Nueva York. En esta ciudad, trabajó para una compañía de la India, y posteriormente creó su propia marca, KoKo, que en japones significa “aquí”. En sus viajes periódicos a la India encontró un país que la enamoró, al que ahora, de regreso en Colombia, extraña más que Nueva York. Olga comenzó el proyecto de la historia de la camisa junto con Lucia Victoria Vélez, diseñadora textil radicada en París, y amigas de muchos años, con quien compartió los primeros pasos de la investigación y las primeras puntadas, así como con Melva y Rubiela Llano, costureras de su confianza. Les tomó casi un año confeccionar y bordar unas cincuenta prendas, entre chales y camisas.

Durante sus viajes, Olga recogió telas, hilos, botones, letines, encajes en randa y adornos. La mayoría de las telas de algodón de color crudo para la exposición las trajo de la India y fueron hechas en telares manuales, como el Khadi, popularizado por Gandhi al buscar fortalecer la economía local para enfrentar el poder colonial inglés. Algunas camisas fueron teñidas con índigo, el “oro azul”, línea creativa de Olga que recuerda otro aspecto de la historia de la explotación colonial. Algunas piezas estaban hechas en lino, una tela tan antigua como la humanidad, otras provenían de herencias familiares: sábanas y manteles de su abuela, de su mamá o de sus tías, cuyo valor radica en ser “memorias tejidas”. Unas más estaban hechas en telas locales, como el tradicional “opal”.

Las camisas de Olga Vieira

Tras una primera mirada, las camisas parecían hacer referencia a modelos de diferentes épocas y lugares: el vestido egipcio de Tarkhan, de más de 5.000 años; la camisa Kurta, tradicional de la India y sus países vecinos; los Kimonos japoneses; los camisones medievales y las camisas caballerescas occidentales: para una de ellas, consiguió copia del patrón original. Más detenidamente, era posible descubrir la magia de cada prenda: había unas completamente hechas a mano, con puntadas a la vista en hilos de color; otras, con hermosos bordados, casi imperceptibles, del mismo color de la tela, o con encajes y letines en los cuellos y en las mangas; también camisas con remiendos a la vista, con detalles y figuras bordadas que recordaban esas tradiciones del Japón y de la India, como la del Boro y el Kantha, que reutilizaban las prendas gastadas superponiéndolas y uniéndolas con puntadas corridas (Sashiko). También piezas bordadas con puntadas de arroz que formaban patrones aleatorios como bandadas de pájaros en el cielo; en otras, las puntadas hacían caminos de ida y vuelta, dibujaban formas orgánicas, o revoloteaban en círculos. Muchas veces los remates se anudaban y los trozos de hilo sobrante se dejaban sueltos, como flecos.

Algunas prendas y los chales tenían frases bordadas también con hilos del mismo color de la tela. En el puño de una camisa, Olga bordó la fecha del comienzo de la costura y, en el otro, en la que la finalizó. A una camisa tradicional hindú le bordó frases de Gandhi (“No dejes que muera el sol sin que hayan muerto tus rencores”) y de Pablo Neruda (“Es tan corto el amor y tan largo el olvido”). Los chales, hechos en seda de algodón, los dedicó a “grandes mujeres”, como Emily Dickinson, Virginia Woolf, Frida Kahlo, Amanda Gorman o Anna Frank, y les bordó formas vegetales y frases, como la de Anna: “No veo la miseria que hay, sino la belleza que aún queda”. En todo el proceso se notaba frescura y espontaneidad: “Ha sido un proceso creativo abierto a una exploración” en el que no definieron “cómo iban a terminar las puntadas que comenzaban”, para darle importancia al proceso, y disfrutarlo.

Las camisas de Olga Vieira

La exposición, producto de una larga experiencia de “aprendizaje y estudio de las tradiciones étnicas del mundo”, retoma el tejido como memoria cultural, como hilos que nos unen y nos conectan, como el proyecto social “Hilos que unen”, en cuya tercera versión, con cinco amigas hicieron unos “Detentes”, especie de escapularios protectores bordados con formas coloridas, de motivos sagrados, de amor y de protección; con su venta obtuvieron fondos para una comunidad en condición de desplazamiento. Los hilos nos vinculan con el pasado, nos permiten reparar lo dañado, lo que para Olga siempre será “una tristeza cómo dejamos morir esa industria textil, una región líder internacionalmente”. “Reinventarse”, ver otras posibilidades, pues habrá siempre “caminos para seguir la marcha”, y se pueden “conservar las cosas a través de otros ejercicios”. Su trabajo, como todo ritual que nos ayuda “a concentrarnos en un oficio”, invita a ir despacio, a cuidar y a cuidarnos, a aprovechar las cosas sin desperdiciarlas, a reciclarlas, a remendarlas, a darles una segunda oportunidad. Así permanece la belleza.

*Artista plástica e historiadora.

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