Rosalía publicó hace un par de semanas el álbum Lux y se ha dicho mucho; sorprendió la aproximación a la ópera, los versos en diferentes lenguas, la música sacra, los arreglos de cuerdas, su imagen de monja con los brazos asegurados contra el pecho, y letras como esta: “Mira, yo no tengo tiempo / Para odiar a Lucifer / Estoy demasiado ocupada / Amándote a ti, Undibel”. Undibel, palabra gitana que significa “Dios”. Primero: es una obra de arte, una bocanada en medio del imperio del reguetón y las letras idiotas. Segundo: es una obra de arte pensada para su tiempo, que responde al vacío sin fondo en el que ha caído la generación Z, cuyos ídolos han sucumbido ante el apocalipsis ambiental, político y social. ¿Quién responde a las plegarias de labios mudos? Dios. ¿Cuál Dios? Cualquiera. Rosalía dijo a Los 40 principales sobre su disco y la cercanía con lo divino: “Tengo más un sentimiento que una idea de ello. Es algo tan complicado de poner palabras, que he tenido que hacer un disco. He intentado poner mi sentimiento sobre lo divino en este disco, siendo algo imposible”. Sobre la religión le dijo a El País: “Resueno en el budismo, en el islam, en el cristianismo, en el hinduismo. Creo que todas tienen cosas en las que yo me siento”. A la Cadena Ser: “Es algo que me es tan difícil de poner con palabras, que por eso he intentado hacer este disco. Creo que lo que intento explicar con este proyecto es mi sentimiento o conexión con lo divino, cosa que ya de por sí creo que es un ejercicio imposible. Es un ejercicio que no creo que pueda ser nunca completamente satisfactorio”. Es decir: es un disco a Dios, para algún dios, para unas santas, pero no es un disco que cante la verdad del autor, porque la autora no busca aprehender eso que dice en La Yugular: “Amándote a ti, Undibel”. Hay miles de católicos entusiasmadísimos con el disco, creyendo que la cantante en español más importante de su generación alaba al “Padre”. No, es un instrumento para responder a una petición del mercado. En contraposición, llevamos en esta edición de Generación un texto sobre los quince años que cumplió el disco La Revancha de los Tímidos, de Alcolirykoz, y hay allí una obra que no responde a ningún sistema, es la voz de una dupla —Gambeta y Kaztro— que dice solo lo que quiere decir, sin pensar en que eso venda. Creo que el grupo de rap de Aranjuez es nuestro gran fenómeno musical que solo se puede comparar con la devoción que despiertan los rockeros argentinos en Buenos Aires: son muy locales y tienen una comunidad que crece con ellos y se encuentra en sus letras; en treinta años diremos que vimos el nacimiento y la consolidación de los AZ. Son justamente los cronistas de Medellín, nadie cuenta la ciudad como ellos —ningún escritor, ningún periodista, ningún artista plástico—. Lo hacen como lo hizo durante los últimos cincuenta años Juan José Hoyos, el gran periodista, que hace dos semanas presentó en la colección Palabras Rodantes, del Metro y Comfama, el libro Cuaderno de la memoria. Ella cantaba boleros y otras crónicas. No debe ser casual que tanto AZ como Hoyos sean de Aranjuez, el barrio obrero, el barrio tanguero, el barrio de los priscos, el barrio de las mulas, el barrio de los artistas, el barrio de los escritores, el barrio de los raperos. En estos 350 años de Medellín, más que mirar a los próceres, hay que mirar a los barrios: el sustrato de lo que somos.
El cumpleaños de Medellín, entre Alcolirykoz y Juan José Hoyos
hace 14 minutos
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Foto: Julián Gaviria
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