Sobre Gaza: el activismo y la adultez
Mientras se negociaba el fin de la guerra en Gaza, los activistas de la Flotilla del Sumud estaban demasiado pasmados con su propia virtud como para poner atención.
El 2 y el 3 de octubre, cientos de miles de personas se manifestaron en las calles de distintas ciudades en contra de lo que llamaron “la interceptación ilegal” de los buques y “el secuestro” de los activistas de la Flotilla mundial Sumud, que, como otras que la antecedieron y otras que la sucederán, pretendía romper el bloqueo marítimo impuesto por Israel desde el 2007 en las aguas de la Franja de Gaza y entregar ayuda humanitaria a los palestinos.
Ese mismo viernes 3 de octubre, en vez de manifestarse sobre la suerte de los activistas del Sumud, algunos palestinos en Gaza celebraron el anuncio de Donald Trump de que tanto Israel como Hamás habían aceptado, en principio, un plan para terminar la guerra en Gaza y empezar a construir el camino hacia la fundación del Estado palestino, lo que luego llevó a la firma de la primera fase del acuerdo el 8 de octubre.
Que el plan de Trump haya de asegurar la paz todavía es incierto. Más incierto aún, que haya de encaminar a los palestinos a tener un Estado propio y a vivir en paz junto a Israel. Pero la simultaneidad de estos sucesos y de estos focos de atención es significativa. Para algunos palestinos, el plan de Trump no es ideal, pero hace que se detengan el bombardeo y el asedio que han sufrido durante dos años. Para la mayoría de los israelíes, tiene la ventaja de que asegura la liberación de todos los secuestrados, puede desarmar y deponer a Hamás, y excluye el sueño de anexión y migración forzada en Gaza de la ultraderecha israelí. Mientras los palestinos y los israelíes están preocupados por hacer que la guerra se detenga, a los activistas de la Flotilla y a los manifestantes que los apoyan parece motivarlos otra cosa. Pero ¿qué los motiva?
En el 2003 Mark Lilla escribió que hay dos tipos de necios y fanáticos que no entienden el conflicto entre Israel y Palestina. Los primeros son “quienes niegan o justifican el sufrimiento que la fundación de Israel les ha causado a los palestinos”. Los segundos, “quienes presentan el sufrimiento palestino como la consecuencia inédita de una ideología singularmente siniestra”. El punto de Lilla es que todas las fundaciones políticas implican ambigüedades morales, sin excepción, y que lo particular de Israel como Estado nación es que su fundación es todavía muy reciente. Creer que Israel es un Estado nacional particularmente malvado que debe ser desmantelado —o que el sionismo, a diferencia de otros movimientos de liberación nacional, es una ideología perversa— es una expresión del prejuicio contra el Estado judío, pero, sobre todo, un síntoma de ingenuidad política y de pensamiento fantasioso.
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Lilla dice que el sentimiento propalestino que veía en Europa hace veintidós años era “entendible y respetable”, pero que tenía “una cualidad apolítica extraña”. “Uno pensaría”, dice Lilla, “que quienes se preocupan por el futuro de los palestinos [...] tendrían que pensar ante todo en cómo liberarlos de la tutela de las organizaciones terroristas y fundamentalistas, y en cómo establecer y fortalecer una autoridad política legítima, respetuosa de la ley y de carácter liberal que pudiera negociar de buena fe con Israel y administrar los asuntos internos de los palestinos de manera transparente”. Entre los aliados europeos de la causa palestina, Lilla veía “una conciencia intelectual casi nula de los obstáculos políticos a la paz que existen entre los palestinos”.
Muchas cosas han cambiado en los últimos veintidós años. Y en los últimos dos, tras la masacre sádica del 7 de octubre y en el contexto de una guerra cruenta y desproporcionada —comandada por un Primer Ministro que la ha extendido innecesariamente para asegurar su propia supervivencia política manteniendo en el gabinete a políticos ultraderechistas que proponen la limpieza étnica de Gaza y Cisjordania—, el sufrimiento palestino ha alcanzado niveles sin precedentes en la historia del conflicto. Entre los terroristas de Hamás, que declaran cada vez que pueden que maximizar el martirio de los civiles gazatíes es su principal estrategia de guerra, y los ministros israelíes mesiánicos, que ven en esta guerra la oportunidad providencial de realizar sus planes teocráticos, la posibilidad real de que haya paz y dignidad para los israelíes y los palestinos parece mucho más remota que en el 2003.
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Sin embargo, el activismo actual de la Flotilla tiene la cualidad apolítica de la que habla Lilla. No parte de un entendimiento realista y pragmático de los mecanismos políticos que están en juego, sino de una serie de fantasías y deseos peligrosos. Asume que más se ayuda a los palestinos al cruzar el Mediterráneo con una cantidad de víveres y medicinas —que, en el mejor de los casos, es simbólica— que al indagar por las formas efectivas de hacer que Israel detenga sus ataques. Entre estas formas están, como los hechos recientes lo demuestran, presionar para que Hamás libere a los secuestrados israelíes, para que entregue las armas y abandone el poder desde el que atormenta y sacrifica a los gazatíes y urde planes para exterminar a los israelíes y fundar un califato, así como presionar a Netanyahu y a su coalición para que prioricen la liberación de los secuestrados, dejen de prolongar la guerra y las atrocidades, y paren de sabotear la posibilidad de fundar un Estado palestino. Por ejemplo, si su intención fuera ayudar a detener el sufrimiento de los palestinos, los activistas de la Flotilla habrían podido trabajar en conjunto con los cientos de miles de israelíes que llevan casi dos años pidiendo en las calles la liberación de los secuestrados y el final de la guerra, o con la multitud de grupos de la sociedad civil israelí, entre los que hay judíos y palestinos, que se oponen a la ocupación de Cisjordania, o con los sectores de la sociedad palestina en Gaza que han alzado la voz contra Hamás. Como lo indican las recientes declaraciones de Trump, las protestas en Israel han sido decisivas en la inclinación de la voluntad política que ha hecho del acuerdo de paz una posibilidad real.
Es diciente que la Flotilla haya rechazado las ofertas de Grecia, Italia y el Vaticano de recoger la ayuda que transportaba en un puerto cercano y transferirla por los corredores abiertos a Gaza. Entre marzo y mayo, en una decisión criminal , irresponsable y contraproducente, impulsada por los ministros mesiánicos de la coalición de Netanyahu, Israel bloqueó la entrada de toda la ayuda humanitaria a Gaza, con el alegato de que así debilitaría a Hamás, y hasta julio los mecanismos de entrega de ayuda fueron ineficientes, lo que configuró las condiciones para que hubiera hambruna en Gaza. Pero desde julio la situación cambió y hay varios corredores por los que la ayuda entra, aunque la crisis humanitaria persiste. Protestar contra las acciones del gobierno israelí que agudizaron la crisis es loable y querer cambiar esa situación es legítimo. Pero si el problema que motivaba a los integrantes de la Flotilla es que la ayuda es insuficiente, ¿por qué no contribuir a aumentar la cantidad, así la contribución que la flotilla pretendía hacer no alcanzara sino para unas cuantas meriendas?
Podría objetarse que el verdadero objetivo de la Flotilla era simbólico. No en el sentido de la cantidad de la ayuda ni del valor de su contribución al bienestar de la gente de Gaza, sino en términos del mensaje que podía transmitir al convocar a tantas personas de tantos países dispuestas a desafiar el bloqueo israelí, un mensaje de esperanza y una promesa de justicia. Pero ¿un mensaje dirigido a quién? A los israelíes, aparentemente, los tiene sin cuidado. Y los palestinos en Gaza, según se ha visto, están más interesados en la posibilidad real de que la guerra termine que en el viaje de quinientos activistas con mucha pericia en la generación de interacciones en redes sociales y no tanto entendimiento de la realidad de Medio Oriente. Quizás Hamás podría agradecer el gesto de la Flotilla, pero sus líderes están ocupados ahora mismo en lidiar con la presión que Catar, Egipto y Turquía están ejerciendo para que acepten la propuesta de Trump.
Es más probable que los activistas de la Flotilla mundial del Sumud hayan dirigido su mensaje a sí mismos y a sus seguidores en las redes. Durante su travesía vieron incesantemente su propio rostro en la pantalla del celular, y el gesto de su desafío inane al bloqueo israelí resonó sobre todo en su propia conciencia y en la fantasía de quienes los seguían en sus cuentas.
Más que un ejemplo de solidaridad, fue un acto de autocomplacencia. Con su participación en el viaje, ganaron credenciales morales para grabarse en modo selfie diciendo: somos los buenos, somos la salvación de la humanidad. Con su detención, ganaron credenciales de víctima para decir ante el celular: somos víctimas de la opresión israelí, somos los secuestrados de la guerra, somos los torturados (uno de los tripulantes españoles dijo que los retuvieron en un “campo de concentración que está entre Guantánamo y Auschwitz”, a veces “más cerca de uno que del otro”). Y con su deportación, ganaron credenciales de testigos para decirles a sus seguidores: teníamos razón, los israelíes son malvados (otra de las activistas deportadas, acusada de negar el Holocausto, dijo: “Los israelíes no son humanos. Tienen manos, tienen caras, pero no son de los nuestros. Son monstruos”).
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Estos activistas son los necios y los fanáticos de los que habla Lilla, los que, en vez de tratar de acercarse a la realidad tumultuosa y enredada del conflicto, se apegan a una fábula moral unidimensional que confirma sus creencias y su bondad. Solo que ahora esa fantasía, propia de quienes se niegan a aceptar como adultos que el mundo no se pliega a sus deseos, existe y se amplifica en las historias y los reels de Instagram. Viajaron hasta la zona del bloqueo para confirmar con likes una imagen falsa de sí mismos, yuxtapuesta a otra imagen falsa de los israelíes y el Estado judío. Viajaron para crear contenido desde el mar de Gaza, a lo mejor porque ya están muy grandes para hacerlo desde las afueras de las instituciones educativas de Estocolmo. Viajaron a no hacer nada para volver como héroes. Viajaron casi hasta Gaza sin medios ni posibilidades de ayudar a los palestinos para que la fábula fuera sobre ellos mismos.
En ningún momento vieron a los palestinos, pues no les interesa. En una publicación reciente de Greta Thunberg y de la cuenta oficial de la Flotilla en Instagram, se denuncia el trato que se les da a los prisioneros palestinos en las prisiones israelíes como uno de “crueldad sistemática y deshumanización”. Una de las imágenes con las que se pretende probar la acusación, como si fuera la de un preso palestino demacrado en Israel, es en realidad de Evyatar David, uno de los secuestrados israelíes en poder de Hamás en Gaza, que hace dos meses apareció en un video difundido por la organización terrorista con signos de desnutrición.