Juan Fernando Herrán sus cuadernos de campo
Conversamos con el artista y docente colombiano a propósito su exposición “Materialidades y constelaciones” que este mes inaugura el Museo de Arte Moderno de Medellín y, en septiembre de este año, el Museo de Arte Miguel Urrutia del Banco de la República, en Bogotá.
Es posible que la historia del arte en Colombia no pueda contarse a través de vanguardias o movimientos, tal vez por la cantidad heterogénea de artistas, bienales, salones, investigaciones históricas y curatoriales que ofrecen distintas maneras de narrarla. Y qué bueno que sea así.
Existen artistas, y sobre todo obras, que han girado el discurso e impactado en la práctica artística. Por ejemplo, Bernardo Salcedo y su serie de ensamblajes escultóricos; Feliza Bursztyn y sus instalaciones con chatarra; Óscar Muñoz y el registro fotográfico más allá del papel, o Beatriz González y la expansión de la pintura en objetos decorativos. En esa generosa lista Juan Fernando Herrán (Bogotá, 1963) es una incorporación valiosa para construir el relato.
Juan Fernando no proviene de una familia de artistas, pero sí tenían interés por las artes, en especial la música. Su padre —melómano— tocaba el piano de oído y una tía cantaba ópera. De la infancia recuerda jugar fútbol, baloncesto, montar en bicileta y visitar los museos. Por cuestiones de trabajo, su familia se fue a vivir a Suecia y durante un año viajaron a Francia, Italia y Rusia. Los padres, en algunas ocasiones, lo dejaban a él y al hermano mayor en un museo para que hicieran recorridos libres. “Ellos nos decían: encontrémonos en la entrada del museo a las 11. Miren lo que quieran y si nos quieren contar o mostrar algo, hacemos eso”, recuerda Herrán.
El interés por el arte llegaría en la adolescencia, después de haber cursado varios semestres de zootecnia, con la idea de querer trabajar en la finca familiar, y al reconocer que no quería dedicarse a ese oficio, viajó a Europa —esta vez solo— y después de darle vueltas al asunto —un periodo largo de reflexión— se decidió por el arte. De esa época dice: “Sufrí de timidez y en el arte encontré una especie de refugio donde podía estar viendo y leyendo muy a gusto, tuve también varios amigos con los que conversaba y me compartía libros”. Ingresó en 1985 a la Universidad de los Andes y allí encontró “un grupo pequeño, diverso y muy interesante. Ahí conocí a María Fernanda Cardoso, Rodrigo Facundo, Johanna Calle, Luz Ángela Lizarazo. El ambiente era muy experimental”, recuerda. Algunos de sus profesores fueron los artistas Miguel Ángel Rojas, Doris Salcedo, María Cristina Cortés y Eduardo Consuegra, este último un referente del diseño nacional. Artistas plásticos e investigadores que son tema de estudio en diferentes universidades del país.
Sus trabajos tempranos buscaban una relación directa y experimental con los materiales, guiado por la intuición y menos consciente del posicionamiento de una obra en el contexto. Sus obras incluían cubos de hojas prensadas, un bastón de cáscaras de naranja, tapas de gaseosa intervenidas, pelo humano en objetos, en tapetes, boñiga... Un poco antes de eso, casi en simultáneo, realizó una serie de dibujos y pinturas de vocación abstracta con las que se graduó, para después viajar a Londres (1992) y realizar una maestría en escultura en el Chelsea College of Art. Allí asumió el proceso artístico de una manera amplia, realizando procesos más extensos que involucraron la fotografía y el video, y en los que incluyó otros elementos como hierro, barro, huesos y arcilla.
Gracias al Museo de Antioquia y al Encuentro Internacional Medellín 07 (MDE 07), que tuvo como eje las prácticas artísticas contemporáneas, fue invitado a hacer una exposición con otros cinco artistas que tuvo como tema la ciudad de Medellín. De esa experiencia surgió la serie Escalas (fotografías, 2007), que luego llamó Itinerarios. Recorriendo la periferia de la ciudad se interesó por “expresiones que se pudieran entender en términos escultóricos”. Es así como encuentra las escaleras, que en los barrios existen no solo para el acceso y el desplazamiento, también para conectarse con la ciudad. Esto fue posible gracias a largas jornadas de trabajo donde Herrán registró —a través de la fotografía y el dibujo— el uso y los materiales para construirlas y disponerlas en el espacio.
De ahí le siguieron como un efecto, producto del trabajo de campo, Espina Dorsal (instalación escultórica, 2009), una escalera que crece y se ramifica por la sala; Progresión (escultura, 2011), que reúne distintos tipos de inclinaciones y medidas, las dimensiones que tenemos para ascender o descender por un lugar; Posición horizontal (instalación, 2012), un conjunto de camas —una dentro de otra—, como un juguete que guarda en su entraña un material más pequeños, sencillo y noble; La vuelta (video monocanal 2009-2013), que recoge distintos testimonios de personas implicadas en la violencia de los noventa; y Modalidades de vuelo (serie de fotografías 2014), fotografías que pretenden fijar la velocidad de los hombres en su motocicleta, el deseo tal vez de borrarse de la imagen.
Para llegar a sus obras, Herrán tiene como método el trabajo de campo que le permite observar el espectro sociológico de los lugares. “Lo que más me gusta es la sorpresa de lo que uno no conoce”, explica. En libretas y cuadernos no sólo hay bocetos e ideas, también hay testimonios, acercamientos teóricos, visuales, literarios, experimentación... para luego producir una pieza única o una serie que por lo general es de carácter escultórico o instalativo. Por su amplia trayectoria no podemos decir que Herrán sea un artista etnógrafo o un artista que necesite el archivo para crear. Él se considera un artista mixto en el que la obra, de alguna manera, le pide el medio para materializarse.
Esta vez Medellín recibe una muestra amplia de sus proyectos, bajo el nombre de “Materialidades y constelaciones” inaugurada el miércoles 12 de marzo en el Museo de Arte Moderno de Medellín (Mamm). De esta manera, Herrán regresa a la ciudad luego de haber expuesto por primera en 1988 en el VIII Salón Arturo y Rebeca Rabinovich, evento que se interesaba en el arte joven del país, y de participar, un año después, en el Concurso Nacional de Arte Riogrande II, que convocó a distintos artistas para crear obras a gran escala que hicieran un cruce entre arte e ingeniería, ambos eventos acogidos por el Mamm. La nueva exposición, comisionada por la curadora Margarita María Malagón-Kurka, la componen más de 40 proyectos —no busca ser una retrospectiva— e involucrará archivo de sus procesos como bocetos, dibujos, esculturas a pequeña escala, entre otros documentos.
¿Y qué se necesita para recorrer esta exposición? Como en cualquier visita a un museo o galería, una mirada atenta, contemplativa y mucha curiosidad para sentir el amplio flujo de ideas que nos confrontan y nos ofrecen lecturas de algunos aspectos de nuestra realidad, como los vínculos que establecemos con el territorio y el paisaje. El oficio de la imaginación para crear obras de arte tan potentes como lo pueden ser una novela o una canción que saben decirnos de otra manera y que Juan Fernando Herrán, como el gran artista que es, cuida, al punto de ser uno más entre los montajistas. Las obras vuelven a recibir su huella. Cada vez que no lo puede hacer —le ha pasado en otros museos— no queda contento. En el guion, él actúa también como extra. Es un personaje silencioso, siempre ocupado, que llega a su casa temporal sólo a descansar.