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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • Hace unas semanas empezaron a aparecer tachanones en reconocidos lugares de grafitis de la ciudad. El supuesto autor se graba y sube imágenes a redes sociales mientras se abre la polémica sobre la validez de sus acciones. Fotos: Jaime Pérez.
    Hace unas semanas empezaron a aparecer tachanones en reconocidos lugares de grafitis de la ciudad. El supuesto autor se graba y sube imágenes a redes sociales mientras se abre la polémica sobre la validez de sus acciones. Fotos: Jaime Pérez.
  • Grafitis tachados: la pelea de los muros
  • Grafitis tachados: la pelea de los muros
  • Hace unas semanas empezaron a aparecer tachanones en reconocidos lugares de grafitis de la ciudad. El supuesto autor se graba y sube imágenes a redes sociales mientras se abre la polémica sobre la validez de sus acciones. Fotos: Jaime Pérez.
    Hace unas semanas empezaron a aparecer tachanones en reconocidos lugares de grafitis de la ciudad. El supuesto autor se graba y sube imágenes a redes sociales mientras se abre la polémica sobre la validez de sus acciones. Fotos: Jaime Pérez.
  • Grafitis tachados: la pelea de los muros
  • Grafitis tachados: la pelea de los muros
Edición del mes | PUBLICADO EL 07 noviembre 2023

Grafitis tachados: la pelea de los muros

¿Una equis repetida sobre un muro pintado puede ser una expresión auténtica de inconformidad? ¿Es válido vandalizar un grafiti?

Pascual Gaviria*
Grafitis tachados: la pelea de los muros

Pero nunca faltan los censores. Hace un mes comenzaron a aparecer tachadas, con una equis o una cruz, decenas de figuras en muchos muros de la ciudad. Un rodillo gris que ha atravesado más de ochenta grafitis en Medellín. No le interesan las letras sino las figuras “deformes”. Un niño rayado anda suelto por la ciudad. Ve el diablo por todas partes, se asusta con los colmillos, con las fauces abiertas, con las narices largas, las cabezas hinchadas. Los muros son su pesadilla. Cuando los grafiteros restauran sus figuras el hombre regresa, tapa de nuevo, insulta: “payaso”, “buena gay”, escribe sobre las paredes. Ahora se sabe que el hombre además de un rayado es un cruzado. Está luchando contra las sombras del mal. Va en su camioneta, tapa los monstruos y publica sus actos de devoción. En su cuenta de Instagram se ve mirando fijamente una figura recién tachada con una equis, acompaña la foto con un salmo sencillo: “Con este símbolo los liberarás”. Más abajo se leen los numerales, #encontradelapayasada, #encontradelafalsedad. Es fácil la lucha contra la imaginación al aire libre. Tapar solo requiere algo de rabia y fanatismo, se trata de escoger un blanco y luego alardear de los daños. Un poco de inquisición infantil sobre un arte inquisitivo.

En 1935 un acuerdo del Concejo de Medellín encargó a Pedro Nel Gómez diez frescos para acompañar desde los muros del cabildo las discusiones públicas. En Colombia las polémicas artísticas comenzaban a hablar de “conciencia social” y representación de las “pulsaciones emocionales del pueblo”. La política había llegado a los primeros salones de arte y los muros en los edificios públicos emblemáticos (Teatro Colón, Capitolio, alcaldías, universidades) eran parte de la lucha ideológica. Los frescos de Pedro Nel en el Concejo tenían algunos títulos sugestivos: La muerte del minero, La sopa de los pobres, Maternidad americana. Ni los colores, ni los temas, ni las figuras les gustaron a los políticos más conservadores y a la sociedad más pacata. Estaban acostumbrados a la exaltación de lo que ellos consideraban los valores y no a la crítica “repugnante”.

Unos años después, cuando ya los frescos presidían el Concejo de la ciudad, Laureano Gómez dejó clara su indignación por la manera como se habían “embadurnado” los muros de un edificio público: “Sin duda mayor el desconocimiento del dibujo y más garrafales adefesios en la pintura de los miembros humanos.” Más tarde, el Concejo de Bogotá aprobó una moción pidiendo que se borraran los murales de Ignacio Gómez Jaramillo que “afean las escaleras del Capitolio nacional”. Los ojos que solo aceptan una mirada al mundo propio, las representaciones de su realidad siguen existiendo en los tiempos del graffitour.

La tacha de los murales lleva un poco más de un mes y sigue día a día, con una dedicación enfermiza. El niño rayado ataca con total impunidad, con exhibición y videos de sus hazañas. Con las denuncias y la exposición al iluminado del rodillo ha comenzado una polémica ¿Es válido vandalizar un grafiti? ¿Tapar un muro no es una forma de usar la lógica y las herramientas del grafiti? ¿Por qué una equis repetida sobre un muro pintado no puede ser una expresión auténtica de inconformidad?

Quienes odian los muros pintados, los amigos de las paredes blancas o adornadas de consignas cívicas, celebran al niño cruzado: “merecen un poco de su propia medicina”, dicen. “¿Cómo así que ellos son los únicos que pueden pintar en los muros?”, argumentan. La respuesta está en la idea, el estilo y la intención.

Una cosa es el trabajo de quienes pintan o rayan desde una intención creativa, de quienes construyen una forma original, una versión propia del mundo, de quienes tienen una motivación expresiva más allá de la destrucción de la imagen ajena. Otra cosa es el gesto que tacha e invalida, siempre será distinta la imaginación a la negación, no son comparables los tics morales o religiosos –las equis, las cruces– con el dibujo de una personalidad y un talante. El aerosol difumina e irradia, el rodillo que cubre su trazo solo gira de forma maniática, en una misma dirección, patinando sobre su misma raya.

Tienen los muros de la ciudad una batalla singular, la expresión de un colectivo, sus ideas variadas, contra la obsesión de un perturbado. La torpeza de la censura siempre será un aliciente.

*Periodista, columnista y editor del periódico Universo Centro.

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