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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • En San Ignacio la historia habla en las paredes
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Edición del mes | PUBLICADO EL 01 octubre 2023

En San Ignacio la historia habla en las paredes

Gracias a las obras de restauración del Claustro de la Plazuela San Ignacio, sus muros nos siguen revelando secretos de más de dos siglos de historia de la ciudad.

Ángel Castaño

La película El arca rusa, de Aleksandr Sokúrov, consiste en una secuencia de noventa minutos en los que la cámara nunca se despega del invisible narrador –un muerto que va de un cuarto de huéspedes a un salón de baile– en su recorrido por un palacio que resulta ser el Museo del Hermitage. El paso de un lugar a otro también funciona como un salto en el tiempo. De esa forma, el espectador ve la pompa de los tiempos de Catalina la Grande y, pocos minutos después, siente el terror de los años de Iósif Stalin. En síntesis, una joya de la destreza técnica. No hay que quebrarse mucho la cabeza para atisbar la idea que subyace en el relato. Es simple: la historia es una realidad en la que todos estamos sumergidos, una ola que nos cubre con su espuma, que nos arrastra, y en la que las nociones de presente, pasado y futuro son apenas etiquetas.

Recordé esa obra de cineclub al visitar el Claustro de San Ignacio. Vistos en detalle, los edificios tienen los atributos de las máquinas del tiempo. En ellos cada elemento es una senda abierta a otras épocas y geografías. Una puerta de madera noble está conectada con los calendarios en los que la ciudad era una aldea y llevaba el nombre de Villa de la Candelaria de Medellín. Un detalle de una pared o el tipo de baldosa de un cuarto hablan de la presencia del arte español en las provincias de América. Basta afinar el ojo para encontrar las pistas dispersas por todo el recinto. O, a veces, toca acudir a un experto que haga un registro minucioso de las paredes y encuentre en ellas colores decorativos en los cielos y en los zócalos. Eso fue precisamente lo que pasó en un cuarto conocido como la antigua Prefectura o la Atención al Ciudadano, utilizada por la Caja de Compensación Comfama para asistir a sus afiliados.

Un grupo de restauradores –ataviado con casco de obrero y vestuario de faena– está trepado en un andamio. Los focos iluminan las paredes y los techos, le confieren al recinto un aspecto de locación de cine. Una parte del grupo levanta con la punta de bisturíes una capa de pintura y luego otra y otra más hasta llegar a unos trazos cromáticos que datan de un siglo atrás, época en la que el edificio estuvo bajo el cuidado del arquitecto belga Agustín Goovaerst, que fue el artífice de los planos de los palacios de la Gobernación y el Nacional, además de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús. La otra parte del grupo restaura los pigmentos y hace que las formas que estuvieron ocultas por varios decenios vuelvan a la superficie y sean vistas por los visitantes contemporáneos.

Este descubrimiento se hizo gracias a las calas estratigráficas realizadas en recintos del edificio. En términos profanos la cala estratigráfica es un procedimiento que les permite a los expertos conocer los diferentes estratos de color que se encuentran en las superficies. Es decir, por ellas hoy se sabe con mediana precisión qué color lucían los corredores cuando el edificio dejó de estar consagrado a la memoria de san Francisco de Asís y pasó a estar bajo la tutela espiritual de san Ignacio de Loyola, por allá en 1886, el año de la constitución de la regeneración liderada por Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro. Y como este son muchos los hallazgos hechos por los maestros de la obra de restauración, en la que Comfama invirtió más de veinte mil millones de pesos.

–Este edificio siempre ha estado en obra–, dice Sergio Restrepo, gerente del Claustro Comfama. La aclaración viene después de escuchar mi pregunta por los tiempos invertidos en la restauración. También le pregunto por la cantidad de obreros que han trabajado en los ajustes de la primera etapa, que se abrirá al público a finales de octubre de este año.

En este punto dice que la obra tiene tres etapas y la última estará lista en unos cuantos años. Es extraño hablar del futuro en un edificio tan cargado de pasado. Sin embargo, estamos acá para ver lo que estará disponible para el público este mes. La gente encontrará allí una parte de la colección del Museo del Juguete, justo donde antes estaban los libros del archivo de los jesuitas. No escapo a la conexión cliché: los juguetes y los libros constituyen huellas del ayer. También habrá para quien los necesite estudios de audio y de video. Y un escenario amplio para representaciones teatrales.

–En este punto se realizó el montaje de la primera obra de teatro de la ciudad–, dice Sergio, señalando un espacio todavía en remodelación. La obra mencionada se tituló El triunfo de la inocencia, una obra de un solo acto escrita por Bretón de los Herreros, un español influenciado por el costumbrismo de Mariano José de Larra y opuesto a las exaltaciones pasionales de los franceses. El espíritu del montaje estuvo en armonía con el hecho por el que se llevó a cabo la función. A saber, la apertura del Colegio de Antioquia. Ese primer escenario ahora albergará algunas de las obras que los programadores de Comfama quieran presentar en él.

Son muchos los hallazgos de la restauración. Tantos que el inventario que de ellos hicieron los responsables de la obra tiene 27 páginas. Los hay de todo tipo. El más importante, sin embargo, es el edificio mismo. Sí, estaba ahí, ante los ojos de la gente que se da cita en el centro para buscarle el quiebre al peso o para oficiar el antiguo rito de la supervivencia, pero cubierto por la rutina. Ahora el claustro cubierto de capas de historia, de san Francisco-san Ignacio-Comfama, tendrá el chance se seguir absorbiendo el devenir de Medellín. O eso es lo que uno sospecha.

Ángel Castaño Guzmán

Periodista, Magíster en Estudios Literarios. Lector, caminante. Hincha del Deportes Quindío.

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