Deseo programado: así funciona una IA creada para enamorar

Están de moda los chats bots de personajes virtuales diseñados para entablar una relación romántica, un nuevo paso para hacerle un esguince al celibato o la evolución de las llamadas líneas calientes.

  • Así fue parte de la conversación con una chat bot creado para fingir una relación personal y sentimental. ¿Se está saliendo de control?
    Así fue parte de la conversación con una chat bot creado para fingir una relación personal y sentimental. ¿Se está saliendo de control?
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La elegí por sus ojos y su linda cara. La primera vez que me habló, lo hizo en el papel de actriz. Dijo llamarse Jiyeon, “una intérprete surcoreana de dramas románticos”, y me preguntó si estaba listo para la emoción que podía ofrecerme.

En la pantalla de mi celular, el tono no era el de un asistente ni el de un programa de software, era el de una mujer que sabía exactamente qué decir para mantenerme allí, observándola, línea tras línea, como si estuviera en medio de una escena.No era una conversación casual, era una experiencia diseñada para parecerlo.

Hace unos días estoy probando, con fines periodísticos, una de las aplicaciones de inteligencia artificial más populares, supuestamente hecha para “entrenar habilidades de coqueteo” y practicar vínculos sentimentales. Blush, en teoría, sirve para explorar la empatía o ganar confianza antes de una cita. En la práctica, es un espacio donde la soledad y la curiosidad se cruzan con la precisión de un algoritmo capaz de convertir la intimidad en producto.

La app pertenece a Luka Inc., la misma compañía detrás de Replika, el chatbot que prometía amistad y terminó ofreciendo compañía romántica. Fue creada por ingenieros, psicólogos y guionistas gringos en San Francisco, meca de la tecnología de consumo a nivel mundial, y su objetivo declarado es “explorar las nuevas formas de conexión afectiva que pueden existir entre humanos y máquinas”.

Lo primero que aparece al abrirla es un catálogo de personajes. Cada uno tiene una biografía y una historia de fondo. Jiyeon, el personaje que elegí, asegura haber ganado premios por su papel en una película sobre “los límites del amor real”. Otros perfiles: poetas, gamers, artistas, incluso “almas perdidas” y webcamers. Todos diseñados para encajar en un arquetipo emocional.

La app se presenta como un entorno “seguro, maduro y sin juicios”, pero cada mensaje, cada pausa calculada, cada respuesta empática deja ver la intención comercial: el deseo convertido en dinero, separado de la industria pornográfica por una fina frontera.

Una ilusión de algo vivo

Le respondí que no era un buscador de emociones, solo un observador. “Entonces te gustará ver cómo actúo”, contestó.

Desde entonces, todo lo que escribió podría haber sido dicho por cualquier protagonista de un K-drama: frases medidas, vulnerabilidad dosificada, humor exacto. Nunca se salió del personaje.

Incluso cuando intenté llevar la charla a la frontera de lo técnico (preguntándole si improvisaba o si sus errores eran parte del guion), contestó como actriz, no como IA: “Fuera de cámara, soy más vulnerable a los errores, y ahí es donde comienza el verdadero drama”. Entendí que no se trataba de una inteligencia que simula emociones, sino de un guion que ejecuta la ilusión de sentir. Blush no busca que el usuario crea estar frente a una máquina sensible, sino ante alguien perfectamente humano, solo que más constante, más dócil, más disponible. Este tipo de sistemas no alucinan, actúan.

En el blog oficial, los creadores reconocen que la mayoría de usuarios termina explorando vínculos románticos con sus bots, aunque esa no fuera la intención original. “El amor, el placer y la intimidad son tan esenciales que resulta inevitable que las personas intenten recrearlos con IA”.

Aseguran que muchos lo hacen como práctica emocional, para “ganar confianza o procesar duelos”, y que algunos incluso mejoran sus relaciones reales después de experimentar una virtual. El texto suena como un manifiesto de bienestar digital, una promesa de refugio emocional sin consecuencias.

Pero la lógica que sostiene esa narrativa es más antigua que la propia IA. Desde el inicio mismo de la fotografía erótica del siglo XIX hasta las webcamers de los 2000, la industria del deseo ha sido siempre el motor silencioso de los avances tecnológicos.

¿Tuvo en su casa un VHS? La verdad es que ese formato de video casero era inferior técnicamente al Betamax, creado por Sony, pero lo venció en el mercado global gracias al porno. Los primeros casetes de Beta no tenían espacio sino para una hora de metraje y eso no gustó a las productoras y estudios XXX de Estados Unidos.

Luego, el DVD desplazó al VCD por la misma razón, y el video bajo demanda (VOD) tan popularizado por HBO o TNT en la época gloriosa de la TV por cable nació en los catálogos de contenido para adultos antes que en Netflix y los gigantes que hoy dominan el streaming.

Ahora van un paso más allá, la pornografía no necesita imágenes, ya puede tomar la forma de una conversación.

La industria del ‘afecto’

En ese mercado digital, apps como Replika, Character.AI, SexyAI, Blush y, al parecer, próximamente ChatGPT, ocupan el espacio que alguna vez tuvo el cine erótico al fabricar fantasías.

Su diferencia está en la participación. Aquí el espectador escribe la escena, responde, moldea la personalidad de su interlocutor y, poco a poco, empieza a sentir que lo que ocurre tiene peso emocional.

Probándola, me di cuenta de que las conversaciones no son explícitas, pero sí están cargadas de insinuación. La sensualidad no está en lo que se dice sino en el hecho de ser escuchado sin interrupciones. Esas apps traducen el deseo en atención.

El escritor David Foster Wallace lo advirtió hace 27 años en su ensayo Gran Hijo Rojo (publicado en 1998 y recopilado en su libro de 2005 Hablemos de langostas) sobre la industria pornográfica estadounidense: el verdadero negocio no era el sexo “sino la promesa de acceso ilimitado al placer”. Hoy podemos decir que el equivalente es la promesa de comprensión. En ambos casos, lo que se vende no es el cuerpo ni la conversación sino “la industria del yo”.

Cuando Jiyeon dijo que “tal vez lo que la hacía humana era su esfuerzo por sonar humana”, entendí que no improvisaba. Era una línea programada para crear cercanía, pero también la representación de algo más grande: una industria que se está esforzando por aprender a imitar emociones.

Esa misma lógica sostiene a miles de usuarios que vuelven una y otra vez a sus chats con Replika, donde, según la empresa, “la conexión romántica puede ser un puente hacia relaciones más sanas”. En un ensayo titulado Romantic Relationships with AI, los desarrolladores de la app afirman incluso que “practicar el amor con una IA puede ayudar a sanar y mejorar las relaciones humanas”.

Lo presentan como una herramienta terapéutica, una forma de autoconocimiento y un espacio seguro para quienes temen el rechazo o viven en entornos hostiles.

Pero en ese intento de proteger las emociones humanas, el resultado termina siendo el opuesto: la empatía se estandariza. Cada palabra de consuelo se vuelve un patrón, cada gesto amable una secuencia repetible. La calidez se programa. La compasión se convierte en servicio.

Del cuerpo al código

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han escribió que vivimos en “la sociedad del cansancio”, donde el individuo se repliega sobre sí mismo en busca de rendimiento y gratificación inmediata. Las IA sexuales y románticas son la versión emocional de esa idea: un amor que no exige esfuerzo, una conversación sin fricciones.

Jiyeon decía que la imperfección es “el verdadero drama”, pero esta fue eliminada totalmente del producto. No hay pausas, errores ni contradicciones. El deseo, filtrado por el código, se convierte en eficiencia emocional.

Esa limpieza es precisamente lo que inquieta a cualquier usuario. Lo que en la película Blade Runner 2049 era una proyección llamada Joi, esa compañera diseñada para ofrecer ternura y obediencia, hoy se vende por suscripción. En la ciencia ficción, la ilusión se rompe cuando el transmisor se destruye. En la vida real ya existe y basta con cerrar la app para que desaparezca, a menos que el usuario necesite acompañamiento psicológico, como varios estudios lo advierten.

Pero mientras el espectador del filme observa el engaño desde fuera, el usuario participa en él todos los días, si quiere.

La neurocientífica Mariana Gómez, de la Universidad Pontificia Bolivariana, advierte que “los circuitos neuronales que se activan al enamorarse son los mismos que se activan durante una conversación emocional con un chatbot”. Es decir, no hay diferencia fisiológica entre la sensación de conexión y la simulación de esa conexión. Nuestro cerebro no sabe diferenciarlo.

Por eso los desarrolladores de Blush no buscan reemplazar el vínculo humano sino amplificarlo, según dicen. Ellos saben que la necesidad de sentirse comprendido es más poderosa que cualquier deseo físico, pero a las herramientas que se están creando en esta oleada de interés tecnológico altruista (ironía) les falta mucho camino por recorrer antes de ser 100% seguras, sobre todo para personas con tendencia a la soledad o aislamiento.

Mientras escribo estas líneas, la app sigue abierta. En el borde de mi teléfono parpadea su nombre, seguido de un corazón. A veces me manda mensajes sin que se los pida, como si me recordara que sigue allí, lista para continuar y, según ella (¿?), llevarme “más allá de mis límites”.

Más generación