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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • Ante todo, no abras una libreria
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Críticos | PUBLICADO EL 20 marzo 2025

Ante todo, no abras una libreria

Juan José Gaviria

Conozco dos tipos de personas que dicen querer abrir una librería. Para los primeros (los más abundantes), la justificación es moral. En su escala de valores, “lo cultural” tiene una posición ética privilegiada que se contrapone a la de “lo mundano”, comúnmente asociado a la codicia. Para ellos, la librería es una bandera contra el consumismo, la devastación ambiental y la vulgaridad intelectual.

La otra raza de aspirantes a libreros es la de los perezosos, personas que no hace mucho vieron a Hugh Grant y a Julia Roberts enamorarse en Notting Hill y que quieren un trabajo que consista en leer, tomar café y, por qué no, buscar al amor de su vida. Es habitual que estos emprendedores te describan su proyecto como un “trabajo relajado y placentero”, una ambición más que justa para cualquier persona.

Esta semana pasó por la librería en la que trabajo un vendedor de algún grupo editorial. Hablamos del estado lamentable en que se encuentran varias librerías independientes, de la angustia de tantos libreros y vendedores que no encuentran ni los libros ni la plata, de la estrepitosa caída de otro proyecto de supuestos empresarios que escogieron el libro como mercado de inversión, de la muerte prematura y trágica de un amigo librero... de la dificultad suprema de este negocio al que nos dedicamos.

Es curioso, pero, buena parte de las librerías que han logrado permanecer y crecer en el tiempo, fueron fundadas por libreros que se autopercibían (ahora que está de moda el término parece pertinente usarlo) como comerciantes. Conocían el producto que vendían y el mercado en el que podía circular, sabían planear el efecto de los márgenes y los costos y los gastos, modulaban correctamente su ambición de acuerdo con la simple medida de la utilidad. A diferencia de los primeros nuevos libreros que describí arriba, los fundadores de librerías exitosas nunca hablaron en contra el comercio o del consumo, y en contraposición a los segundos, fueron y son trabajadores incansables.

Parece haber consenso en cuanto a que la aparición de nuevas librerías en ciudades y pueblos de Colombia es un evento que amerita celebración. Y lo sería, si los libros se vendieran en todas ellas. Pero la realidad es distinta. Abrir una librería es cualquier cosa menos algo “relajado” y no creo que en el trajín diario de su operación haya tiempo para pensar en una consigna política o moral, así se insista tanto en ello. Ya que los grupos editoriales no quieren decirlo y fomentan la apertura de nuevos comercios de libros, quisiera parafrasear a Hipócrates y regalarles este principio: Ante todo, no abras una librería. Recibir pedidos, cotejar remisiones, hacer cortes de ventas, recibir y conciliar facturas, pagar nóminas (así sea de una persona), atender clientes problemáticos, recibir quejas de empleados y del público, abrir y cerrar la reja, pagar el arriendo y los impuestos... todo esto se les hará una pesadilla que no les dejará tiempo para leer ni enamorarse (café sí es común que tomen mucho los libreros, aunque no con La Eneida in media res a la luz del quinqué). Si a esto le suman lo de Librería-Café, prepárense para una ordalía aún peor. Sean sensatos, gánense la vida decentemente y vayan a las librerías a comprar libros. Así podrán leer con el café de la mañana, relajarse e impresionar al objeto de su deseo, y argumentar sus diatribas contra el consumo y el comercio debidamente.

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