Las leyendas no se agotan. Tienen zonas de sombra que las mantiene vigentes. Cada generación acude a ellas para leerlas a la luz de su presente. Eso ocurre con la historia del niño marioneta que viaja por el mundo, tiene mil aventuras para merecer la humanidad y granjearse el favor de las hadas y del grillo que le habla al oído.

A esa fábula —escrita por el periodista italiano Carlo Collodi a finales del siglo XIX— apeló el director de teatro Juan Fernando Vanegas Vasco para darle sustancia a la obra Pinocho Corazón, el más reciente montaje de El Pulpo Teatro Físico.

Por el libro, el cine y la televisión todos sabemos que Pinocho es un niño de madera que tiene una peculiar inclinación a desobedecer las órdenes de Geppeto, el carpintero que lo talló del tronco de un árbol. Casi todas las versiones del relato hacen hincapié en la personalidad compleja —para utilizar un adjetivo suave— del héroe y en las consecuencias que le trae ir por la vida sin reparar en la sabiduría de los ancianos.

Sin embargo, lo que verán los que asistan a las funciones de Pinocho Corazón en El Pequeño Teatro a las siete de la noche será una obra con un énfasis distinto. Con dramaturgia hecha por Juan Fernando y Wilder Lopera, el montaje emite un veredicto diferente. La temporada comenzó el 26 e irá hasta el 29 de abril.

“La primera toma de posición que nosotros hicimos es que no vamos a juzgar al niño, que ningún niño decide una situación para ser juzgado, una situación que lo vulnere, sino que es su entorno el que lo lleva a situaciones que a él no le convienen”, dice Juan Fernando. Es decir, se trata de una paráfrasis de la idea de que el hombre nace bueno y la sociedad es la responsable de corromperlo. Ese cambio de enfoque, desde luego, obedece a transformaciones culturales que ha tenido el concepto de la infancia y la educación. Pero ese es otro tema.

Y no es la única diferencia de Pinocho Corazón. La propuesta dramática de El Pulpo Teatro físico se ancla —como su nombre lo dice— en esa variante del teatro contemporáneo que explora las posibilidades comunicativas y artísticas de los cuerpos en el escenario. En dicha línea creativa el principal papel narrativo no lo tiene la palabra —como en el teatro convencional— sino el cuerpo de los actores, que pueden ser también bailarines. “En el teatro físico intervienen la acrobacia, la danza contemporánea, el mismo corporal dramático, el teatro gestual”, dice Juan Fernando. Y, de inmediato, aclara: “no se trata de pantomima, que es teatro silente”.

El teatro antioqueño actual explora formatos dramáticos distintos a los usados por sus antecesores. Hay una apuesta sostenida por el mimo clown, por el teatro posdramático y por el teatro del cuerpo. En Medellín las únicas escuela y compañía dedicadas a la tercera línea son las del Pulpo. Y por eso su apuesta tiene ese sabor tan peculiar.