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El Cambio

Generación es la revista cultural de EL COLOMBIANO. El cambio es el tema de este mes, el hilo conductor para celebrar que regresamos renovados.

  • Ilustración de Luis Miguel Rivas hecha por Camilo Uribe Posada.
    Ilustración de Luis Miguel Rivas hecha por Camilo Uribe Posada.
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    Ilustración de Luis Miguel Rivas hecha por Camilo Uribe Posada.
Etcétera | PUBLICADO EL 15 enero 2023

No-retrato de Luis Miguel Rivas

No es un perfil, dice Eduardo Peláez Vallejo sobre este texto, es un retrato literario de un escritor, hecho por un amigo.

Eduardo Peláez Vallejo

Luis Miguel Rivas es un varón abundante. Y tiene la piel gris. Sus facciones son imprecisas, confusas, como si hubieran sido dibujadas a lápiz con punta de grafito y después les hubieran pasado un borrador de goma. Esto las hace recordables o, si se quiere, inolvidables, en paradoja. (Paradoja: “Mira al avaro, en sus riquezas, pobre.”). Y esa no es su única paradoja. Seguramente alberga en su bodega contradicciones más que aparentes, tal vez esenciales, de esas que remueven paradigmas, caracterizan, hacen de tripas corazón.

Por su aspecto es un híbrido de tigre y león: Del tigre tiene los ojos de variables verdeamarillos felinos y el hocico recio de líneas curvas; del león, la melena greñuda, emblema de autonomía; de los dos patrones, la dignidad, la naturalidad, la seriedad, la fortaleza, la elasticidad, la distancia y esa atención expectante que anuncia y refuerza la disposición para la defensa y el ataque, porque siente que es salvaje y vive en la selva. Tras los ojos de presencia cambiante, allá en la penumbra, bajo la melena, irradia y colorea el enigma: Su verbo ser, la máquina de la palabra y la literatura, que se le activa al toque de la chispa interna sobre las emociones, las sensaciones y la cultura que lo constituyen, se relacionan y maduran en él a golpes de soledad. No necesita mirarse al espejo para saber si está triste o contento, porque su exterioridad habita en su caverna.

Pero es “humano, demasiado humano” para sobrevivir en la selva de gasolina, envidia y demonios que la habitamos. A su humanidad salvaje le iría mejor la soledad plena, pero es popular e imantado, y algo me dice que disfruta esas propiedades, que le abren la mejor de las sonrisas, la interior invisible, porque no le molesta que un kilo de sol ilumine su penumbra.

No sé si Miguel se está humanizando o animalizando a partir de su nacimiento, el 27 de enero de 1969, pero en él alienta hoy la vieja definición de la esencia del hombre, acogida por mi diccionario de la RAE de 1970: “Animal racional”. El último diccionario de esa academia ha eliminado esa bella definición, y su lugar lo ocupa esta, simplona y sin humor ni aroma: “Ser animado racional, varón o mujer”. Animado quiere decir con alma, pero alma sí es una filigrana de largo aliento que demanda la resurrección de la filosofía y los filósofos de todos los tiempos y lugares para que nos expliquen profundamente los fundamentos de sus discordancias.

El gran narrador sifilítico-hipersensible por herencia y espíritu, autor del relato “Bola de Sebo”, el francés Guy de Maupassant, se acuchilló el cuello en 1892, a sus 42 años, y lo encerraron en un manicomio, donde murió. El último parte médico sobre su estado de salud dice: “Monsieur de Maupassant va s´animaliser” (“El señor de Maupassant va animalizándose”). Tengo la sensación de que en el narrador colombo-antioqueño habitante de Buenos Aires, Luis Miguel Rivas, avanzan dos procesos simultáneos, recíprocos y de alcance impredecible: los animales felinos que encarna van racionalizándose y el hombre del diccionario de la vieja filosofía va felinizándose, y sus tres especies conviven en agradable e inestable simbiosis en una individualidad encriptada, original, que irradia. En eso estriban la peculiaridad y la gracia de su escritura, que tiene tanto de instinto jugoso cuanto de racionalidad... olfativa. Hoy siento que es una fiera dotada de ternura y que un estallido interno puede disgregarlo en dos o tres Migueles, porque su vida de funámbulo trascurre en la cuerda floja, sustentada por pértigas diversas: soledad, lectura, soledad, parranda, soledad, escritura, instinto, paternidad de Bruno, soledad, contemplación, inactividad, soledad...

*

Miguel y yo nos hemos visto solamente dos veces:

La última, el 9 de septiembre de este 2022 (hoy es 7 de diciembre), en el Jardín Botánico de Medellín, cinco minutos antes de que él presentara la novela “Tirano Melancólico”, de nuestro amigo Simón Ospina, en la feria del libro de esta villa de bulla. Nos vimos, nos abrazamos y nos prometimos revernos durante su estadía aquí, pero no pudimos encontrarnos porque él estaba ocupadísimo en dar talleres de escritura de cuentos, en la presentación en Bogotá y aquí de su libro de cuentos “Malabarista nervioso” y porque “la tiranía de amor” de su público gastó todo su tiempo y no nos permitió conversar cara a cara y solos por primera vez, no obstante que ya somos amigos, nos tratamos de vos y vos, deseamos vernos y coversarnos y bebernos, y compartimos la esperanza y la certeza tambaleantes de emborracharnos y soltarles las riendas a las lenguas conversadoras, desbocarlas. Si algún día se da ese encuentro inaugural, nos encomendaremos a los demonios de los alcoholes y las palabras.

La primera, el 16 de septiembre de 2017, a la hora del almuerzo y hasta la del algo antioqueño, borrachos a fondo desde el comienzo, en el restaurante Lucio Carbón y Vino, en Envigado, la querencia de Miguel y de sus prosas de fantasía y verdad. Nos acompañó e intermedió Simón, que es amigo de Miguel desde su vida estudiosa en Buenos Aires, donde leyó literatura latinoamericana, bebió vino, comió carne, conservó el acento antioqueño y saltó obstáculos a caballo en picaderos argentinos, vestido a la inglesa. Miguel vivía allá desde antes, huyendo de las busetas irrespirables que lo trasportaban por el calor apretujado de Medellín, buscando, buscándose, porque desconcierta un ejemplar así y no es fácil encontrarlo ni encontrarse a sí mismo, “...y huyendo de la luz, la luz llevando”, como el cocuyo de Gutiérrez Gonzáles, el portador de su lumbre en la cola, que vuela y se vuela sin mirarse.

Ese primer encuentro fue un reguero de luces y palabras provocado por la premura emocional de la cascada de alcohol: en tres horas, Miguel se bebió una botella de whisky Old Parr, Simón una de aguardiente antioqueño y yo una de vodka Absolut vivo y embriagador en Bloody Mary con jardín de apio.

Le llevé a Miguel, de bienvenida a la amistad, mi novela “Aves de paso” y se la dediqué con palabras que me encontraron sobre la marcha de la borrachera y nunca me pasaron por la memoria. Miguel no pudo descifrar la dedicatoria y se la traduje en la sintaxis del alcohol, él gritó “Ay...”, le arrancó de la mano a Simón su ejemplar de “Era más grande el muerto”, la novela de Miguel, presentada la noche anterior, que Simón había llevado para que se la dedicara, la abrió en la página en blanco anterior a la de las dedicatorias (la del título, el nombre de la editorial y el del autor) y me la dedicó con su letra más que ilegible con estas palabras de pura emoción, que son las mejores: “Pa vos Eduardo. Que lo había conocido alado y cuadrúpedo en letras y ahora frente a mí más amplio que él mismo, como un abrazo de hermandad. Miguel, sep 16-2017”.

Simón todavía no ha aterrizado de su sorpresa. Abrió más los ojos, sonrió desencantado y dijo: “¿Ahora qué hago yo? Quedé como el marido engañado que le presenta su mujer al amigo que se la va a quitar”.

Lea más: El buñuelo es más importante que la natilla por Luis Miguel Rivas

Las primeras exhibiciones menguadas de nuestros egos fueron anuladas por la niebla alcohólica. Por ejemplo, no vi las manos de Miguel, yo que sé que en las manos de la persona titila su espíritu desde la oscuridad del ser.

Y le narré al autor su propio relato “El rebelde obediente”, que encontré sin buscarlo unos años antes en el número 80 u 81 del periódico Universo Centro, que un mediodía me regaló el mesero Jose (sin tilde) del restaurante La Tienda del Vino, donde comí la cazuela de bagre con trago doble de jerez Tío Pepe incorporado al plato, después de beber como aperitivos tres o cuatro tragos dobles de ese jerez, en la mesa de dos patas que formábamos para decirnos cualquier risueña intrascendencia del vicio de la conversación Óscar Jaramillo y yo. Jaramillo es un gran dibujante y retratista a lápiz de grafito, trementina y servilleta. Y Miguel parece un retrato suyo, del estilo de los magníficos del acordeonista casi ciego de La Casa Gardeliana y del escultor Hugo Zapata, a quienes les materializó el espíritu dibujándoles en luces y sombras el cuerpo.

“El rebelde obediente” es el relato sobre el vicio, desde su definición en diccionarios y el paso por la culpa, “el pensar vicioso” que se basa en ella e impide el disfrute, la entrega libre de culpa al vicio, el goce sano del vicio, la convivencia placentera de la escritura literaria y el vicio, tan poética como si se inspirara en el anciano Romancero Español, en estos versos de Juan del Enzina (o de la Encina):

Busquemos siempre el placer

que el pesar

viénese sin le buscar

Cuando terminé el relato, Miguel gritó como un loco: “Lo entendiste, güevón, lo entendiste...”, y se me lanzó encima como una fiera en ataque de ternura, me tumbó las gafas, que volaron hasta cinco mesas más allá y cayeron desbaratadas en el plato donde una señora joven y hermosa exhibía discretamente su carne sexual y contemplaba sin malicia una magnífica porción de punta de anca a la parrilla, me abrazó hasta el ahogo, me miró con sus ojos felinos en trance de humanización y volteó la mirada hacia adentro sin que yo le pudiera notar si desde los ojos perdidos en el colorido inhumano le brotan o no lágrimas.

Miguel tenía algún compromiso social-literario y Simón lo acompañó. Yo alcancé a llegar a la cama de los sueños, con los ojos intactos, la novela de Miguel en la mano y la certeza de una amistad nueva que nació íntima sin necesidad de hechos ni palabras, a puro instinto.

*

Ahora “nos vemos” en mensajes de voz larguísimos por WhatsApp, en sesiones esporádicas, él en Buenos Aires y yo en Medellín, en el escritorio al lado de la ventana del quinto piso de este edificio, aislado por los árboles enormes, los pájaros, las ardillas, la bandada de loritos verdes y amarillos que conversan al vuelo, trozos casi anaranjados de luna que trasparentan el follaje, noches sin ella, el cielo azul de sol, las densas nubes grises que no miro, la brisa sonora, los ruidos del más allá y esa sensación de intrascendencia que me traen los libros, los sueños que son mis hechos y la anulación del tiempo en la permanencia de la soledad: sol cálido que derrite la noche polar.

En los mensajes percibo la voz clara y original de Miguel, perfectamente modulada, de tono y volumen medios y como música de cámara, emotiva y racional, literaria, sincera, inteligente, cercana y muy amable. Esa voz me inspira confianza y me comunica paz, es reconfortante. Y cuando el emisor está prendido o rastrado (prendido y trabado) se le siente una cercanía bondadosa con la alegría, una mansedumbre de hombre bueno y un eco poético de los buenos siglos españoles:

Pa las cuestas arriba

quiero mi burro

que las cuestas abajo

yo me las subo

*

Los mensajes de voz comenzaron el 29 de julio de 2021 y me imagino que ya acumulan como un millón de palabras, suficientes para el avance del mutuo conocimiento, cortas para mi escritura de su retrato. Quizás alcanzarían para eso que los periodistas denominan “perfil” y pretenden asimilar al retrato, pero por ahí no camina mi prosa.

El retrato literario es uno de los principales y más abundantes temas de las novelas y los cuentos que he leído y leeré en mi vida, y es bien diferente al género del perfil. El retrato pretende y debe exponer el ser del retratado, desdoblarlo como un guante, sacarlo de su interior y presentarlo en la pura exterioridad de las palabras, y para eso es esencialmente necesario que el retratista conozca al retratado. El perfil periodístico se refiere a una persona (el perfilado, cuyo ser ignora el perfilador) en cuanto sujeto de unos hechos o actos, no en cuanto ser interior. El retratista conoce al retratado; el perfilador no conoce al perfilado.

Así entiendo el título de estas palabras.

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