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El Cambio

Generación es la revista cultural de EL COLOMBIANO. El cambio es el tema de este mes, el hilo conductor para celebrar que regresamos renovados.

  • La exposición empezó en una tesis que José Ignacio y María Patricia hicieron en los años 80. Foto: Jaime Pérez.
    La exposición empezó en una tesis que José Ignacio y María Patricia hicieron en los años 80. Foto: Jaime Pérez.
  • María Patricia y Jose Ignacio. Foto cortesía.
    María Patricia y Jose Ignacio. Foto cortesía.
  • En la exposición se recrean algunos de los dibujos, como este catre. Foto Jaime Pérez.
    En la exposición se recrean algunos de los dibujos, como este catre. Foto Jaime Pérez.
  • Algunas de las sillas que dibujó Jose Ignacio. Foto Jaime Pérez.
    Algunas de las sillas que dibujó Jose Ignacio. Foto Jaime Pérez.
  • Las telas que hacen alusión a los materiales. Foto Jaime Pérez.
    Las telas que hacen alusión a los materiales. Foto Jaime Pérez.
  • La exposición empezó en una tesis que José Ignacio y María Patricia hicieron en los años 80. Foto: Jaime Pérez.
    La exposición empezó en una tesis que José Ignacio y María Patricia hicieron en los años 80. Foto: Jaime Pérez.
  • María Patricia y Jose Ignacio. Foto cortesía.
    María Patricia y Jose Ignacio. Foto cortesía.
  • En la exposición se recrean algunos de los dibujos, como este catre. Foto Jaime Pérez.
    En la exposición se recrean algunos de los dibujos, como este catre. Foto Jaime Pérez.
  • Algunas de las sillas que dibujó Jose Ignacio. Foto Jaime Pérez.
    Algunas de las sillas que dibujó Jose Ignacio. Foto Jaime Pérez.
  • Las telas que hacen alusión a los materiales. Foto Jaime Pérez.
    Las telas que hacen alusión a los materiales. Foto Jaime Pérez.
Etcétera | PUBLICADO EL 21 mayo 2023

La historia de una exposición que empezó hace 40 años

Soberanía y diseño en la ruralidad 1983-2023 empezó siendo una tesis que fue recomendada para ver en exposición. María Patricia Córdoba y Jose Ignacio Vélez son los artistas: cuarenta años después se ve en la sala de artes de la Universidad Eafit. El mensaje está vigente.

Mónica Quintero Restrepo

Jose Ignacio Vélez y María Patricia Córdoba hicieron su tesis de grado de Diseño Industrial en 1983. La llamaron Utensilios y muebles en la zona rural colombiana. Dibujaron 284 objetos, tomaron sus medidas, materiales, tiempos de construcción. Recorrieron casas campesinas de distintos lugares país. Tomaron fotos, la escribieron a mano. Entonces Carlos Arturo Fernández, uno de los jurados, les dijo que era un trabajo que valía toda la pena verlo en una exposición. Lo que pasa, dice Jose Ignacio, es que no dijo cuándo.

Cuarenta años después, esta es la exposición: Soberanía y diseño en la ruralidad 1983-2023. Está en la sala de artes de la Universidad Eafit.

María Patricia y Jose Ignacio. Foto cortesía.
María Patricia y Jose Ignacio. Foto cortesía.

Dice Jose Ignacio:

La historia es que Tati, mi esposa, y yo nos conocimos en la universidad y los dos habíamos tenido experiencias de vida que nos hacían un poquito particulares en cuanto a la manera de conmovernos con la realidad que vivíamos. La hicimos para graduarnos de Diseño Industrial y Gráfico, que en esa época estudiábamos las dos carreras y el diseño en Colombia comenzaba apenas. Yo era un dibujante, he sido un artista desde muy joven, a los 16 años ya había hecho mi primera exposición individual, es decir, era un joven de esos particulares que tenía una mirada muy clara de lo que quería ser: quería ser artista.

Tati era diseñadora, en ese momento no era artista, pero tenía una sensibilidad por las cosas del campo.

Tati y yo nos conectamos a través de ella con un cura que de algún modo nos cambiaría un poco la vida, a mí especialmente, que venía con unas búsquedas espirituales muy de derecha. Así que sucedió esa vaina en mi vida a través de Tati que es conocer a Gabriel, quien en ese momento era un personaje de la Iglesia Católica colombiana, porque él había representado y llevado el mensaje de la teología de la liberación, de una famosa experiencia que se tuvo aquí en Medellín, la había llevado a América Latina. Gabriel, que lo habían enviado a estudiar para cardenal en París, se había vuelto un cura revolucionario, y esa manera particular de ver la realidad, de hacer una opción preferencial por el pobre y especialmente por el campesino en su caso, nos conectó mucho en nuestra relación de pareja y empezamos a ayudarle a él en las comunidades donde trabajaba.

¿Y cómo le ayudábamos? Nos íbamos con él a cualquier comunidad y trabajábamos con los niños en creatividad, en lo que pudiéramos ayudar. En una comunidad hacíamos letrinas gato, en otra mejorábamos la escuela, trabajábamos en talleres de dibujo, de pintura, de tridimensionalidad con los niños. Cantábamos con ellos, jugábamos.

La tesis la decidimos justo porque en esos recorridos con Gabriel fue tan evidente que entrábamos a cualquier cocina campesina y veíamos las cosas más maravillosas: el pilón, el palote, el rastrillo, el mecedor, el colador, una cantidad de cosas que era tan evidente aquella grandeza y esa maravilla, y como que en la universidad nunca nos habían presentado ninguna opción por lo endógeno. Jamás se ocurrió pensar en el objeto colombiano.

Recuerdo que había representado a la universidad en un simposio internacional de diseño, creo que es posible que haya sido el único y el primero en Antioquia, y habían venido unos diseñadores importantes de afuera, pero recuerdo que vino un diseñador colombiano que se llamaba, yo creo que ya murió, no lo sé, Jaime Gutiérrez Lega. Era como uno de esos pioneros del diseño colombiano y la ponencia fue, la hamaca es el mejor mueble del mundo. Eso era divino, o sea, muchas cosas apuntaban a que nosotros nos interesáramos por esto.

En la universidad recibimos una clase maestra con el que iba a ser el director de tesis, Francisco Arango, que le decíamos Pacho Cohete porque él era el decano de la facultad de Mecánica, y nada que ver con nosotros, pero él nos daba una clase que se llamaba el Club de Roma.

El Club de Roma existe todavía, es un grupo de sabios que anualmente se ponen a pensar cómo es que nos vamos a desarrollar, cuáles son los recursos que tiene el planeta, y es una cosa espectacular. De hecho, en 1982 nosotros tuvimos la clase con él, y Pacho ya decía: Nos estamos gastando el último 4 % del agua potable del planeta.

En 1982, Mónica, mira lo que te estoy diciendo, vos no habías nacido.

En la primera pared los curadores la describen la exposición como hecha a mano, que habla de los objetos creados en la cotidianidad rural. Los dibujos cuelgan en el resto de las paredes y en algunos momentos alguno se recrea, como la Perezosa, como un catre, como la escoba de paja que está sostenida en la pared y que si usted tuvo una abuela campesina lo hace pensar en su abuela, y lo devuelve en el tiempo: la ve barriendo las tablas de madera.

A esta exposición, a veces, no le ha pasado el tiempo. O no tanto. O de pronto sí.

Dice María Patricia en un audio que se escucha mientras pasan las diapositivas de las fotos en una pared roja y se ve a un Jose Ignacio sin camisa, sentado en un banquito, dibujando, el pelo sin canas, joven, y también a ella con el padre Gabriel y con otras personas que miran a la cámara:

Algunos objetos habrán desaparecido, habrán sido reemplazados por unos objetos más industrializados, algunos lugares tal vez ya no existan, algunos otros habrán mejorado entre paréntesis sus condiciones. Pensamos que algunas familias hayan sido desplazados.

Vaya despacio observando los objetos. En San Bernardo del viento dibujaron una Silleta. Diciembre 27 de 1981. Tiempo de construcción: mediodía. La silla mide de ancho 51 centímetros, de alto 63 y entre las patas 40. Madera: ceiba. Jose Ignacio le dibujó en el espaldar los punticos de los clavos.

En la exposición se recrean algunos de los dibujos, como este catre. Foto Jaime Pérez.
En la exposición se recrean algunos de los dibujos, como este catre. Foto Jaime Pérez.

Dice María Patricia:

Las condiciones de los lugares cambiaban bastante, en algunos estuvimos más cómodos, en otros se pasaron dificultades. Familias muy pobres, en algunas casas no había electricidad ni alcantarillado, la alimentación era muy sencilla, muy básica. A las casitas donde llegábamos éramos muy bien recibidos. Nos interesaron mucho los elementos de la cocina y las herramientas de trabajo. Era lo que más se acomodaba a lo que estábamos buscando.

María Patricia, Tati para él, tomaba las fotografías, registraba los datos, conversaba. Jose Ignacio dibujaba en el sitio. Mientras él se concentraba en el dibujo ella también le ayudaba a espantar los mosquitos o ventilarlo. Las condiciones eran difíciles en algunos momentos: dibujar en la madrugada, soportar el calor intenso, dibujar con linterna porque no había energía.

Dice Jose Ignacio:

Las rutas que establecimos primero fueron de acuerdo a los lugares donde Gabriel trabajaba: en Mecana, Chocó; en Nueva Esperanza, Córdoba; en el Llano, Antioquia. Y nosotros empezamos a establecer otras rutas que nos interesaban por varias razones. Una, por paseo, porque además era con nuestra platica, entonces decíamos, por qué no vamos a conocer Tierra Adentro y de una vez trabajamos el Cauca. Y por qué no vamos a conocer San Agustín y allá hacemos Huila. Cosas así.

El hecho real es que nos fuimos armando nuestros cuentos. Yo tenía mucha acción sobre el Golfo de Morrosquillo, sobre las Islas de San Bernardo, y Tati en el Oriente antioqueño. Y empezamos a hacer rutas en veredas de Antioquia, en muchos lugares, y por donde nos llevaba el bus, el jeep. Siempre intentamos veredas o lugares que fueran lejos.

Algunas de las sillas que dibujó Jose Ignacio. Foto Jaime Pérez.
Algunas de las sillas que dibujó Jose Ignacio. Foto Jaime Pérez.

En cuarenta años claro que pasaron muchas cosas. Ellos vivieron en Europa, María Patricia se volvió experta en tejidos, Jose Ignacio ha dedicado media vida a El Carmen de Viboral, a la recuperación de la cerámica carmelitana y a un proyecto de estética urbana. Ha ganado premios como artista y, en fin, han hecho una vida alrededor del arte y del diseño.

Como también les recomendaron publicar la tesis, hace como seis años ya tenían unos ahorros para hacerlo y le dijeron a una amiga editora, Cristina Londoño, que ya era hora. Empezaron, llegó la pandemia, las consecuencias de la pandemia, y ese dinero les sirvió para vivir dignamente en la crisis. El libro, chao, se fue, dice el artista. Aunque esperan que ahora pueda ser publicado por Comfama, que es uno de los aliados de esta exposición, y la editorial Mesa Estándar, que recién publicó el ibro de él, Carmen. Cerámica e iconografía.

La curaduría es de Germán Ferro y Olga Acosta, quienes llevaron la tesis a números: cuántos dibujos, cuántos departamentos, cuántas veredas visitaron. Eso no lo sabían María Patricia y Jose Ignacio. También plantearon la exposición que además de los dibujos tiene otros elementos, como unas telas que cuelgan del techo y en las que están dibujados algunos de los materiales de los objetos. En una pared verde está la lista: mortiño, mora, encebollado, cedro, eucalipto, fique, chaquiro, café, tagua, pino, ciprés, laurel, copé, totumo, garrocho, espadero, cedrillo, carate. Etcétera: la pared está llena de nombres.

Lea en pared del frente, por detrás, también en verde:

“El campesino debe adaptarse a una topografía definida, a unas posibilidades de subsistencia construyendo sus propias herramientas de trabajo, sus utensilios, sus muebles; viéndose exigido a aportar a la labor creativa, por unos materiales que su misma región le prodiga”. Córdoba y Vélez, 1983.

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Dice Jose Ignacio:

Encontramos todo lo que era necesario, mira, esto es un molinillo hecho de una raicita, que esto es natural, así viene, pero esto es un molinillo que es creado, que es ensamblado o amarrado. Está el fogón de la cocina, están los palotes para revolver el arroz, o cómo cuelgo las cucharas, o cómo tengo una repisa que cuelga. Está el uso del totumo, el uso de la calabaza, el uso del coco mono, o sea, semillas, todo, plantas. Encontramos infinidad de cosas.

Esta gente es curadora, pero eso son sillas. Los curadores pusieron estas telas que hacen alusión a los materiales en los que están hechos los objetos: mangle, totumo, guadua, café, madera. Esos son todos los materiales que casualmente nosotros encontramos en los instrumentos. Desde un mortiño, que son árboles, o que son plantas, o que son enredaderas.

Las cosas existen realmente y en comunidades más metidas, en la selva, estas cosas tienen que existir todavía. Ahora, esto es un llamado de atención muy teso, primero sobre los materiales endógenos, que no los estamos utilizando. Si hiciéramos investigación de materiales encontraríamos muchos para evitar el 90 % del uso del plástico. Siempre tuvimos ahí el bocadillito empacado con hoja de plátano, pero no nos damos cuenta de la grandeza de ese empaque, que yo lo puedo botar a la calle si quiero y no contamino. Esos pequeños detalles cambian la vida. Ahora, acordate que el Club de Roma que nos decía que nos estábamos gastando un 4 % del agua potable del planeta en ese momento, hoy puede ser que nos estemos gastando el último 1 %. Esto ya no es carreta barata, Mónica.

Si ustedes y nosotros y nuestros hijos y nietos, yo tengo un nieto, no se ponen las pilas, esto es como decía Gorbachov, el avión aterrizó y queremos levantar y no va a tener la posibilidad de levantarse porque hay una muralla allá adelante. O sea, nos vamos a estrellar todos, todos, todos, todos completos. Esta exposición es una reflexión sobre la materialidad, sobre las maneras de ser, sobre la sostenibilidad planetaria, sobre los recursos que pueden ser renovables, sobre los materiales que no hacen daño.

Vuelva a la mitad de la sala. Pregúntese: ¿Qué hace una silla rimax roja en la mitad de una exposición? Mírela, encuéntrela acompañada por dos tablas de madera. No sepa el nombre de la otra silla, descúbralo aquí: se llama Perezosa. La roja esa reemplazó a la perezosa aquella.

Dice Jose Ignacio:

Una perezosa hecha de madera, con madera que trae el río y el campesino la coge, hace su perezosa y listo. Las sillas como las de allí, que son obras maestras, incluso del arte, esa vaina se me acabó, se me quebró y la tira al río y no contamina. Ahora, tirar la rimax, ¿entiendes? Esto es un punto de quiebre, eso cambió la vida.

Entonces toda la posibilidad recursiva, el imaginario de la gente, la capacidad de solucionar problemas de la cotidianidad... Al hombre de la ciudad se le acabó la posibilidad de solucionar problemas.

Yo todavía me levanto y me dice Tati, ve, no hay agua Jose, y Jose se va para el monte allá a organizar el agua. En el camino me encuentro que el árbol se cayó porque llovió mucho, yo tengo que irme de machete, y pienso, esta madera me sirve para esto, entonces la guardo.

Ahora que bajaba de arriba del Oriente vi una chacita vendiendo ahí café, y había no sé cuántas motocicletas, cada una con un vaso de plástico desechable. Me puse a pensar, “son millones en media hora, millones, que podríamos solucionar el problema mañana si quisiéramos”. Y no lo queremos solucionar. Ese es un llamado importante a repensarnos desde una dinámica de lo sencillo, es como, a ver, tengamos calma, respiremos y pensemos en nosotros. Y quiénes somos nosotros: nuestro espejo siempre ha sido Europa, Estados Unidos, pero nosotros no hemos sido capaces de pensarnos desde nosotros mismos. Lo primero que nos enseñan en el colegio es nuestra historia, que está dañada y plagada de anormalidades. Empezando porque no pudimos ser indígenas, ya no pudimos ser indígenas. Y ahora ser indígena es igual a ser indigente, más o menos, en este país. Ser negro también es una dificultad. Pertenecer a una etnia o a un grupo menor también es un problema. Yo con esta carita de español, de gringo, de lo que sea, a veces como que digo, cómo duele ser así y no pensarnos en profundidad desde nuestros valores. Mira el río Magdalena, para poner un ejemplo, lo fuimos destruyendo paulatinamente, y esa es la arteria principal, esa es la yugular de los colombianos y está casi destruida. No se puede comer el pescado del Magdalena. No sé si eso en contexto, aunque sea el 5 % de los colombianos lo puede entender o lo sabe.

Yo creo que si lo supiéramos valdría la pena salir a la calle, y aquí qué pasó. Pero no, salimos a la calle para que no le pongan impuesto a las gaseosas. Estamos manipulados, estamos idiotizados, estamos estupidizados.

Las telas que hacen alusión a los materiales. Foto Jaime Pérez.
Las telas que hacen alusión a los materiales. Foto Jaime Pérez.

Esta exposición no la hicimos para pensar en ser una obra de arte. En las condiciones en que el arte se plantea hoy, con todas sus condiciones de conceptualidad que me parecen valiosísimas. Ahora que yo veo estos dibujos, 40 años después, yo digo, hijo de madre. Eso puede ser de las cosas más especiales que yo haya hecho dentro del campo del arte. Así haya hecho obras que son premio nacional o que hayan sido reconocidas. Esto tan sencillo puede tener más fuerza y más valor y más lenguaje y más profundidad.

Hace 40 años llegaban a un lugar, a la cocina, saludaban a la señora que estaba ahí. Doña María, cómo le va. Vea, vinimos a ver las cositas lindas que usted tiene. Y la señora contestaba: Yo no tengo nada señor, ¿cómo se le ocurre? Y María Patricia o Jose Ignacio la miraban y le decían, sí, mire ese colador que tiene ahí colgado. Entonces le preguntaban por el material, les pedían permiso para dibujarlo, les contaban que les interesaba. Casi siempre les ofrecían aguapanela, una arepita. Para ellos era un objeto visualmente acogedor, amoroso, que tenía una manera de ser. Terminaban y dibujaban otro objeto. Los objetos los escogían por su valor de uso por encima del valor comercial.

Dice María Patricia:

Viajamos en automóvil, en avión, en barco, a veces a caballo, otras veces caminando a lugares más retirados, y así íbamos encontrando en el camino los lugares que elegíamos para buscar estos objetos que eran los que nos interesaban. Las dormidas a veces eran en camitas buenas, otras veces en catres de madera con estera. Dromíamos en hamaca donde había riesgo de picadura de culebra. Dormimos en sleeping donde nos cogía la noche, en casitas abandonadas, en entradas de hospitales. Todas experiencias hicieron que nos enriqueciéramos en todos los sentidos.

Dice Jose Ignacio:

Nosotros en ese momento, por eso te menciono lo del Club de Roma, porque muchas cosas nos atravesaban el corazón. Casi que no se hablaba de transversalidad, sino que a uno lo atravesaban las cosas en el corazón. Para nosotros esas cosas eran importantes, pues yo había vivido cosas muy tesas, por ejemplo, el Golfo de Morrosquillo. Y a los 10 años tuve mi primer maestro de tallar totumo. Soy un experto tallador de totumos y también aprendí a tallar canoas con otro maestro. Pequeño era muy ávido con ese tipo de cosas, pero también veía al señor que me enseñaba a tallar la canoa, lo veía pasar a 15 metros de la playa con un taco, tirando, para sacar sábalos. Y yo no entendía eso, porque a mí me tocaba recoger los pececitos muertos cuando estaba pequeño. Y yo decía, “pucha, así se van a acabar los peces”. De hecho, 40 años después, ahí en esa zona, tú te puedes matar para ver un banco de sardinas. Antes no era sino salir a las 5:30 de la mañana, cogíamos la sardina y empezábamos a pescar. Ahora ya es imposible. O sea, está muerto el Golfo de Morrosquillo. A mí me tocó vivir todo eso. Esto estaba atravesado por eso, pero hoy tiene más vigencia, porque hoy sí que estamos gravemente heridos de muerte.

Mire la perezocita. Tiene hasta una madera para recostar bien la cabeza. Apenas para un chocolate con alguno de los tantos molinillos que están al fondo.

Mónica Quintero Restrepo

Es periodista porque le gusta la cultura y escribir. A veces intenta con la ficción, y con los poemas, y es Camila Avril. Editora de la revista Generación. Estudió Hermenéutica Literaria.

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