Cerrar
Generación

Revista Generación

Edición
El Cambio

Generación es la revista cultural de EL COLOMBIANO. El cambio es el tema de este mes, el hilo conductor para celebrar que regresamos renovados.

  • El mural lo guió el artista Fredy Serna, y es una construcción colectiva de la comunidad. Foto: Carlos Velásquez.
    El mural lo guió el artista Fredy Serna, y es una construcción colectiva de la comunidad. Foto: Carlos Velásquez.
  • El mural lo guió el artista Fredy Serna, y es una construcción colectiva de la comunidad. Foto: Carlos Velásquez.
    El mural lo guió el artista Fredy Serna, y es una construcción colectiva de la comunidad. Foto: Carlos Velásquez.
Etcétera | PUBLICADO EL 05 febrero 2023

Un mosaico de arte, poesía y empanada

¿Qué tienen que ver esas tres palabras con el barrio? Este artículo narra la vida cotidiana de las comunas 5 y 6 de Medellín.

Josefina Aguilar

A las cuatro de la tarde en la esquina de la calle 98 con la carrera 68, a solo media cuadra de su casa, Aura instala su carro de empanadas. Más abajo, en la carrera 74 con la calle 105, el perol de Luz Abed se tizna con las llamas altas que salen del fogón de leña. Mientras tanto en la calle 107 con la carrera 72A, Nubia cierra con el dedo meñique la última empanada de la primera tanda de la tarde. A esa misma hora en muchas cuadras de Castilla, Pedregal, el Doce de Octubre o cualquier otro barrio de Medellín borbotea el aceite mientras las empanadas caen.

Las de Aura son crocantes, la masa la compra blanca y con color y condimento la tiñe de amarillo y la deja lista para envolver el guiso. Las de Luz saben a leña, cocina el maíz, lo muele, amasa, prepara el relleno de papa y también dos tipos de ají, uno dulce y otro picante. Las de Nubia también crujen, crujir es un requisito indispensable y lo exige hasta el paladar menos entrenado en el arte de comer empanada. Las suyas no las arma ni las fríe en la calle sino en la cocina de su casa, no son “reinas de acera”, como diría Helí Ramírez en su poema. Un molino eléctrico se encarga del maíz cocido y ella de la masa a la que le agrega panela y almidón. Así las hacía su mamá y no le molesta revelar la receta porque el arte de la buena empanada va más allá de los mismos ingredientes. El asunto es que las de Nubia son crujientes, dulzonas y decoradas, las cierra a la antigua, moldeando pliegues en la masa.

Aura Vásquez aprendió mirando a su tía, tiene 58 años y en Semana Santa cumple 26 de hacer empanadas. Con tres niños y “dejada del marido” encontró en las “golosinas de sal”, como también las llamó el poeta Helí Ramírez, una fuente de ingreso. Primero las vendía en el Bulevar de Castilla, en la 68, a la salida de la iglesia de San Judas, pero después de la pandemia trasladó Empanaura a media cuadra de su casa para poder estar cerca de Marlon, su hijo de 34 años con parálisis cerebral.

Tablas de camas, cajones, travesaños, pedazos de muebles de madera que les sobran a los vecinos alimentan las llamas altas con las que Luz Abed Tejada fríe empanadas y pasteles de pollo todos los días, sin descanso, porque el fogón solo se apaga cuando alguna cita médica se interpone. Su casa queda en el segundo piso de la esquina donde está el puesto, ahí lleva veinte años desde que su mamá lo instaló, ella lo heredó hace una década y lo atiende con su hija. Ambas visten uniforme, gorro y un tapabocas que las protege del humo al que se exponen los siete días de la semana. Luz dice que prefiere la leña por sabor y por tradición y que no está dispuesta a cambiar el perol ennegrecido por una freidora plateada, brillante, pero alimentada por gas. Eso encarecería la empanada y la obligaría a venderlas por encima de los $400.

Para leer más: “Yo no he logrado entender a Cuba”: Leonardo Padura

Nubia Serna también aprendió de su mamá hace muchos años, pero en el negocio de venderlas es la más nueva. Solo las hace el fin de semana y en la intimidad de su cocina. Los pedidos le llegan por WhatsApp, que en los tiempos de confinamiento fue su estrategia de venta. Sobre por qué empezó a venderlas no hay acuerdo, el artista Fredy Serna, su hermano, dice que necesitaba recoger plata para los quince años de la hija, pero ella argumenta que desde antes ya las hacía. Dice que las suyas son buenas, pero que a una de sus hermanas le quedan mejor, por eso no cree en los ingredientes secretos y tampoco guarda misterio con la receta.

Esta ruta de la empanada mezclada con arte y con poesía la promueven Fredy Serna y los historiadores Hamilton Suárez y David Herrera. Ellos saben qué significan las “golosinas de sal” en la construcción de barrios e iglesias, en la recolección de fondos para un evento de comunidad, en la alimentación de obreros o estudiantes o para las economías de barrio.

Fredy Serna se autoproclama “empanadólogo” y a David Herrera se le podría llamar “heliólogo” porque pareciera saberse de memoria la obra de Helí Ramírez, el poeta y escritor que narró en novelas y poemas la vida de barrio y eso incluía hablar de las empanadas. Como Helí, Fredy ha registrado la transformación de Medellín, del barrio provienen buena parte de los temas constantes en su obra. La tienda de su padre, las laderas que ve desde la ventana de su taller, la cancha, la biblioteca que alguna vez fue para luego caerse a pedazos, las lámparas que iluminan las calles, el ladrillo, el cemento, el brillo de la noche, la ciudad que pareciera siempre en obra, en construcción. Permanecer en el barrio, acepta, es su acto de resistencia y el barrio para él no se limita a Pedregal, donde don Salvador, su padre, construyó la casa, abrió la tienda después de que lo despidieran de su trabajo, o donde su mamá hacía empanadas y velitas y él y sus hermanos salían coca en mano a venderlas, para él es una zona mucho más amplia.

Por muchas calles de Castilla, del Doce de Octubre, Santander o Pedregal Fredy ha ido dejando huellas. Murales terminados y otros que siguen sin terminar, como permanecen muchos de los barrios de la ciudad. Eso demuestra que las ciudades están vivas y se transforman todo el tiempo. La casa que antes existía desaparece para darle la bienvenida a un edificio, la cancha se derrumba y le da espacio a los cimientos de un centro cultural, las manzanas enteras de un barrio desaparecen para abrirle paso a un intercambio vial o para las obras complementarias de un metrocable. Las calles, las canchas, las casas que desaparecen, los árboles que caen como consecuencia del progreso solo quedan en la memoria de quienes las recorrieron, jugaron en ellas, las habitaron o los sembraron, pero con el paso del tiempo una bruma se apodera de su memoria o las personas mueren y ya no queda quien recuerde que ahí alguna vez creció un naranjo o hubo una calle o 65 casas. A veces también sucede que los seres humanos vamos tan rápido que no tenemos tiempo para mirar la calle, la esquina, la pared, el jardín y cuando algo desaparece no lo percibimos y menos lo extrañamos.

Tal vez ese sea uno de los grandes méritos de Jardín de cuidanderas, el mural levantado en la técnica de mosaico en la estación Doce de Octubre del metrocable. Esa zona del noroccidente ya parecía concluida hasta que vino la propuesta del cable y recordó que la ciudad, el barrio, siguen en permanente construcción. En ese mural, resultado del proyecto de Fredy Serna “Cuidanderas, laboratoria gráfica comunitaria”, ganador de la convocatoria de Fomento y Estímulos para el Arte y la Cultura 2022 de la alcaldía, categoría Artistas de larga trayectoria, se le rinde un homenaje a las mujeres cuidadoras, a la vez que mantiene imborrable el recuerdo de las 65 casas derrumbadas, de las 65 familias desplazadas (más de 200 habitantes) con sus árboles frutales, sus mascotas, sus implementos de cocina y todo lo que vivieron en ese pedazo de territorio.

En el mosaico pequeñas piezas le dan forma a una imagen y, en este caso, nunca una técnica había sido tan precisa para explicar el significado de una obra. Más que de trozos de material, ese mural está hecho de fragmentos de vidas, de retazos de memoria, de escenas cotidianas de un barrio al que los habitantes fueron construyendo, transformando con sus propias manos. Ese mural no lo hizo Fredy Serna, lo crearon las personas de la comunidad que estuvieron en el taller ubicado en los bajos de la estación Doce de Octubre, a unos pocos pasos y a la vista de todos, en el que quebraron piezas, las juntaron, las pegaron de la mano de Fredy y fueron armando el mural que rinde homenaje a las mujeres, pero también a las casas demolidas y a los desplazados de ese lugar. La técnica del mosaico garantiza permanencia y Jardín de cuidanderas garantiza la memoria de unas familias, de unas casas, de un barrio.

En ese mural de 18 paneles no solo están las placas de las 65 casas derribadas, también está María Ester que representa a todos los que se dedican al cuidado de las plantas; un gato que recuerda a las miles de personas que en esta ciudad cuidan una mascota. Está Altagracia, con 106 años, testigo de la partida de los vecinos desplazados por la obra, de la demolición de las casas y del avance de la construcción del cable. También aparece Lina Duque, una de las mujeres maravilla que cuida y cría a sus hijas; las manos de doña Janeth que cuida a Sofía, autista. En el centro se encuentra Aura, la misma mujer que hace empanadas en la calle 68 con la carrera 98, la que cuida al hijo con parálisis cerebral, y que se sorprende de aparecer en un mural; en ese mismo panel se encuentran Nubia Serna, la hermana de Fredy, y una tía. También están los girasoles y un arrume vertical de ollas que representa lo doméstico y reproduce el proyecto artístico de Daniela Arteaga, artista plástica del barrio.

El mural lo cierran el panel de don Avelino, doña María del Carmen y el naranjo que después de 35 años terminó arrasado por cuenta del progreso. El árbol lleno de frutos se convierte en metáfora de la vida de la pareja, cada naranja representa a uno de sus hijos y a Claudia, la nieta que cuida a don Avelino porque María del Carmen, como el naranjo, ya tampoco vive. Arriba, como enmarcando la obra dejaron su huella los grafiteros, otros que igual se han encargado de tatuar en las paredes la vida cotidiana de los barrios, la historia de la ciudad.

Este proyecto que estaba previsto para concluirse en dos meses tardó más de cuatro. Nada, si se piensa que va permanecer como testigo de la transformación urbana. Como memoria de las casas y de los que las habitaron. Como evidencia de lo que desapareció. Como homenaje a los que se dedican a cuidar, a las escenas cotidianas, a los negocios que crecen en las esquinas, a la gastronomía y a la economía de barrio, al mosaico que viene siendo la vida misma. A las empanadas, “reinas de acera” ◘

REINA DE ACERA

por Helí Ramírez

La empanada es de masa de papa

En hogao. Y tiene carne en hebritas.

Su color es de oro

No es oro. Y se vende

La empanada pez sin aletas

Decorado en un atrio

En festejo parroquial

Decorado de una caseta con parlante del brazo

En una tarde deportiva.

La empanada pez sin aletas

Reina de acera

Golosina de sal tostadita

Tentando paladares.

La empanada pez sin aletas

Qué rica con chocolate childe

Oracionando una cocina en la pitadora.

*Autora de la novela Solferino. Periodista y editora de El Colombiano.

Revista Generación

Revista cultural con 82 años de historia. Léala el primer domingo de cada mes. Vísitela en www.elcolombiano.com.co/generacion y en el Instagram revista_generacion

Revista Generación

© 2022. Revista Generación. Todos los Derechos Reservados.
Diseñado por EL COLOMBIANO