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  • La Filarmónica de Medellín surgió en una época de contrastes: por un lado la delincuencia creció hasta ocuparlo todo y por el otro los gestores culturales crearon espacios de resistencia y arte. La imagen es de 1984. Foto: Archivo.
    La Filarmónica de Medellín surgió en una época de contrastes: por un lado la delincuencia creció hasta ocuparlo todo y por el otro los gestores culturales crearon espacios de resistencia y arte. La imagen es de 1984. Foto: Archivo.
  • La Filarmónica de Medellín surgió en una época de contrastes: por un lado la delincuencia creció hasta ocuparlo todo y por el otro los gestores culturales crearon espacios de resistencia y arte. La imagen es de 1984. Foto: Archivo.
    La Filarmónica de Medellín surgió en una época de contrastes: por un lado la delincuencia creció hasta ocuparlo todo y por el otro los gestores culturales crearon espacios de resistencia y arte. La imagen es de 1984. Foto: Archivo.
Etcétera | PUBLICADO EL 02 abril 2023

Los finales de los setenta y principios de los ochenta: los años de las bombas y de las orquestas

En la historia de Medellín los setenta y ochenta fueron una encrucijada entre la emergencia del narcotráfico y la resistencia cultural. En ese contexto se creó la Filarmónica de Medellín.

Ángel Castaño Guzmán

En la historia nada sucede porque sí. Los fenómenos sociales, culturales y políticos responden a dinámicas complejas que incluyen los asuntos domésticos y los negocios del mundo. Gran parte del Medellín actual se gestó en los años finales de los setenta y los primeros de los ochenta. En esos calendarios la ciudad vivió fenómenos simultáneos que le dieron su fisonomía y carácter actual: se frenó el crecimiento industrial, apareció con fuerza la economía del narcotráfico, se incrementó la violencia urbana y, al tiempo, la sociedad civil creó formas de resistencia al fundar instituciones culturales de impacto regional y nacional. Esos años estuvieron marcados por los tiros y la bombas, por las pinturas de aires contemporáneos y apuestas por un teatro cercano a las poblaciones con menores capacidades financieras.

A mediados de los setenta la economía de la ciudad vivió una lenta pero imparable desaceleración de la dinámica industrial, hasta ese momento uno de los rasgos principales de la capital de Antioquia. “Medellín había alcanzado a absorber su crecimiento natural y por migración, en la medida en que su economía y su industria crecían. Pero el crecimiento industrial no alcanzó a mantener el paso y se desbordó este equilibrio después de 1974, ‘vísperas de la crisis económica’” afirma el profesor Luis Fernando Dapena Rivera en el documento Núcleos de vida ciudadana: racionalidades y coyunturas en la gestión de un proyecto urbano. Las ofertas legales de trabajo comenzaron a resultar insuficientes para cubrir la mano de obra disponible en la ciudad. Ese contexto de pobreza y desempleo fue propicio para el crecimiento del narcotráfico, que con sus dólares trastocó la escala de valores. Ambos elementos explican la “filantropía” de los líderes del narcotráfico, en particular la de Pablo Escobar con la construcción del barrio Medellín sin tugurios —conocido por los turistas y los medellinenses con el nombre del capo—, destinado a las familias radicadas en el basurero de Moravia.

La violencia dejó de ser un monstruo confinado a la ruralidad para mostrar sus tentáculos en las calles de la urbe. Esos años fueron, precisamente, los que le granjearon a Medellín el apelativo de la ciudad más violenta del mundo. Al respecto informa la Casa Museo de la Memoria en su página web oficial: “En Medellín se dio un entramado de violencias proveniente de múltiples actores (guerrillas, paramilitares, milicias, sectores de la fuerza pública, narcotraficantes, bandas delincuenciales) que hicieron muy difícil entender, diferenciar y caracterizar el fenómeno de la violencia en la ciudad”. Para vislumbrar la dimensión de la mortandad conviene recordar la cifra de muertos por el narcotráfico, difundida por la alcaldía de Medellín en 2017 y consignada en el estudio Memorias y violencias en Medellín, del sociólogo Gerard Martin: murieron 46.612 personas. Esos brotes de barbarie respondían a la llegada al escenario de nuevos actores de poder que, muy pronto, desplazaron a los tradicionales. El filme Sumas y Restas, de Víctor Gaviria, resulta esclarecedor para entender cómo se configuró el tablero político y económico de la ciudad en esas décadas.

Y también por esos años la ciudadanía dio un paso al frente para plantar cara a la violencia y el desmadre general. En pocos años se crearon instituciones culturales que con el tiempo se convirtieron en epicentros de la vida social y artística de la ciudad: en 1972 abrió sus puertas el Jardín Botánico Joaquín Antonio Uribe, en 1975 el turno le correspondió a Pequeño Teatro, en 1978 se fundó el Mamm en la sede de Carlos E., en 1979 el circuito teatral antioqueño se enriqueció con la aparición de los colectivos teatrales Matacandelas y Teatro Popular de Medellín, en 1981 llegó a las calles de las periferias la fundación Ratón de Biblioteca, en 1983 el maestro Alberto Correa Cadavid afinó los instrumentos e hizo los primeros ensayos y montajes de la Filarmed. No resulta azarosa esa coincidencia: frente a la delincuencia las comunidades suelen acudir al arte para contrarrestar la desgracia. Esa ha sido una dinámica propia de Medellín: apostarle a la cultura para espantar a los demonios de la violencia. Sobre este fenómeno señala el informe de la Casa Museo de la Memoria: “En medio de esta crisis existieron manifestaciones sociales, culturales y artísticas que surgieron y sobrevivieron a pesar de la violencia: una pluralidad de formas de entender, enfrentar y resistir a la problemática social”.

El arte, por supuesto, no es una fórmula mágica para desaparecer los problemas sociales, pero sí brinda herramientas para pensar relatos comunitarios diferentes. En ese sentido las palabras del profesor Alejandro Bahena, investigador de la Universidad de Glasgow, ofrecen pistas para entender lo que sucedió en Medellín esos años: “La cultura y el arte fomentan la base social para quitar y remover aquello de lo que se apropian los grupos delictivos, porque se vuelve moralmente más difícil cometer cualquier tipo de delito cuando se hace parte de un grupo cultural o artístico; moralmente es más complicado”.

Bahena hizo parte del grupo que examinó las labores de tres décadas de los gestores culturales de Medellín y con ese insumo le entregó a la alcaldía de Acapulco un documento para pensar la política cultural de esa ciudad mexicana. A simple vista las conclusiones de ese trabajo parecen simples, pero en el fondo son la explicación de la transformación de la ciudad: los caminos de la delincuencia se cierran si los ciudadanos tienen abiertas las opciones de la educación y la cultura. Un grupo de teatro o una orquesta sinfónica o de música popular pueden hacer menos atractivos los señuelos de los combos y de las pandillas.

Ángel Castaño Guzmán

Periodista, Magíster en Estudios Literarios. Lector, caminante. Hincha del Deportes Quindío.

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