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El Cambio

Generación es la revista cultural de EL COLOMBIANO. El cambio es el tema de este mes, el hilo conductor para celebrar que regresamos renovados.

  • Sobre los escritores contemporáneos, decía: “¿Quién puede hacer una novela de ficción cuando esta realidad es tan impresionante?”. Luego se paraba rápidamente, llamaba a Brusca y salíamos a caminar.
    Sobre los escritores contemporáneos, decía: “¿Quién puede hacer una novela de ficción cuando esta realidad es tan impresionante?”. Luego se paraba rápidamente, llamaba a Brusca y salíamos a caminar.
  • Sobre los escritores contemporáneos, decía: “¿Quién puede hacer una novela de ficción cuando esta realidad es tan impresionante?”. Luego se paraba rápidamente, llamaba a Brusca y salíamos a caminar.
    Sobre los escritores contemporáneos, decía: “¿Quién puede hacer una novela de ficción cuando esta realidad es tan impresionante?”. Luego se paraba rápidamente, llamaba a Brusca y salíamos a caminar.
Edición del mes | PUBLICADO EL 02 octubre 2022

“Escribir es muy difícil”: Fernando Vallejo

Un recuerdo de Fernando Vallejo, el escritor que regresó a Medellín después de 40 años, que escribe en voz alta “porque se escribe con el oído”. El que, como un cura, bendice y maldice.

Daniel Rivera Marín

Hacía un verano tremendo en marzo de 2018. Era ese tiempo en el que grupos de guacamayas cruzan el Aburrá graznando como profetas que nadie oye. Bajo ese cielo límpido, en el patio central de su casa de Laureles, el escritor Fernando Vallejo miraba sin mirar y con bastante empeño a un niño de yeso que estaba recostado en la pared como una fuente condenada. Lo miraba, pero pensaba en otra cosa. ¿En su pareja David Anton muerto meses atrás? ¿En el libro que escribía y que tituló Memorias de un hijueputa? ¿En el periodista que tenía al lado y con el que llevaba semanas hablando? Hablábamos de literatura y destrozaba a otros escritores como Pablo Montoya, Juan Gabriel Vásquez, Héctor Abad. Vallejo estaba solo acompañado por su perra Brusca y se pasaba las tardes escuchando la emisora de la Universidad UPB. Había acabado de llegar de México después del luto y un terremoto, desde ese 2018 permanece en esa casa, algunos lo han visto caminar con su perra, con la que va de visita al café Vallejo, propiedad de su hermano Aníbal.

Durante tres meses lo visité con mucha regularidad, casi dos veces por semana, y algunas veces hasta días festivos. “Venga cuando quiera, que yo estoy aquí desocupado”. Cuando tocaba la puerta y pasaba por el vestíbulo en el que había colgados afiches de Jesús y la Virgen María, y miraba de reojo el piano en el que había la única foto de la casa —en ella su amado hermano Darío—, recordaba las palabras de Ricardo Piglia sobre Jorge Luis Borges: “Era increíble saber que Borges estaba en Buenos Aires y que se podía visitar”. Era increíble saber que Vallejo había regresado después de cuarenta años de vivir en México; que estaba en Medellín, la ciudad de todo su amor y de toda su rabia, la ciudad de toda su obra.

Entre las largas conversaciones que tuvimos, compartimos tequilas, ron, té y alguna galleta. Nunca lo vi comer grandes platos, solo vi en ello a su perra Brusca, a quien le cocinaba pollo y arroz. Hubo momentos en que pasamos a su cuarto, en el que había dos camas, un escritorio y un computador cubiertos por una sábana, y leíamos algunas partes del libro que estaba escribiendo; incluso me mostró una posible portada que ya había conversado con su editora Pilar Reyes y en la que aparecía el propio Vallejo sonriendo mientras abrazaba una calavera, el título tentativo de ese libro era Escombros. Decía cosas que ya había escrito en Logoi y que revelan la piedra fundamental de su escritura: la diferencia entre el lenguaje hablado y el lenguaje literario; que la escritura es la búsqueda de un lenguaje único que no se corresponde con ningún otro.

Mientras escribía, leía en voz alta y se acercaba mucho a la pantalla, aunque tuviera las gafas bien puestas; buscaba sinónimos, repetía palabras, contaba sílabas. Todo lo hacía a favor del ritmo, “porque se escribe con el oído”. Vallejo es un pianista soberbio, aunque él diga lo contrario; en su infancia compartió clases con Teresita Gómez, a quien admiró para siempre: “Ella sí tenía talento y oído”.

En esos encuentros, delante del computador hablaba largamente sobre la diferencia entre escribir con el oído —a favor del ritmo— y otra escribir con el lenguaje hablado. Por lo general quienes escriben imitando el lenguaje hablado yerran porque desconocen el lenguaje literario. Sobre los escritores contemporáneos, decía: “¿Quién puede hacer una novela de ficción cuando esta realidad es tan impresionante?”. Luego se paraba rápidamente, llamaba a Brusca y salíamos a caminar y empezaba a perorar por los andenes sin continuidad en sus huellas para ciegos, por los huecos en las calles, por los motociclistas imprudentes, por los conductores de carros que aceleran, aunque en la mitad de la calle esté parado un cristiano. “¿Cómo puede ser que te intenten asesinar con el peso de toneladas?”. Esa realidad apabullante aparece en su última novela, Escombros.

El tiempo de entrevistas se acabó rápidamente. Escribí un perfil. No quedó amistad ni complicidad. Al contrario, quedó una amargura, un malentendido. Nunca más volví a la casa blanca de Fernando, donde el niño de yeso orina sin orinar y él se queda mirándolo sin mirarlo: no lo mira, solo piensa y maldice y bendice, como un cura en jubilación. Recuerdo sus palabras: “Escribir es muy difícil y pocos lo logran” ◘

Daniel Rivera Marín

Editor General Multimedia de EL COLOMBIANO.

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