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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • La Sustancia ha hecho que la mirada de la industria regrese a Demi Moore, una de las actrices más importantes de los ochenta. También ha puesto en el radar de muchos a Margareth Qualley, una promesa del cine.
    La Sustancia ha hecho que la mirada de la industria regrese a Demi Moore, una de las actrices más importantes de los ochenta. También ha puesto en el radar de muchos a Margareth Qualley, una promesa del cine.
  • La Sustancia ha hecho que la mirada de la industria regrese a Demi Moore, una de las actrices más importantes de los ochenta. También ha puesto en el radar de muchos a Margareth Qualley, una promesa del cine.
    La Sustancia ha hecho que la mirada de la industria regrese a Demi Moore, una de las actrices más importantes de los ochenta. También ha puesto en el radar de muchos a Margareth Qualley, una promesa del cine.
Edición del mes | PUBLICADO EL 13 octubre 2024

La Sustancia, es mejor ser bella que estar viva

La segunda entrega de The Joker y el regreso a la pantalla grande de Coppolla han sido eclipsados por La Sustancia, un filme sexi y oscuro que no se anda por las ramas al atacar al patriarcado.

Por Iván Gallo

La cirugía estética empezó en las cuevas. Hay indicios que los antiguos cazadores-recolectores se preocupaban por restañar las heridas que dejaban combates con animales o algún bando contrario. Era más que sanar, era verse igual a como se veía antes de la batalla. En la India, hace cuatro mil años, se realizaron las primeras rinoplastias. Los cirujanos que eran capaces de remover cicatrices durante el Imperio Romano podrían aspirar incluso a convertirse en cónsules. Se sabe que uno de ellos le hizo una rinoplastia al emperador Justiniano, qué perdió la nariz en una batalla. La Edad Media, ese huracán que destruyó todo, condenó como una obra del demonio cualquier operación que ayudara a mejorar la estética de una persona. Los espejos podrían bien ser puertas al mismísimo infierno, por eso estaban prohibidos. Sólo hasta el Renacimiento aparecen de nuevo este tipo de intervenciones. Lo que no podía corregir un cirujano lo haría un pintor en un retrato. Como los antiguos griegos la vida espiritual no se concebía sin el goce estético de un cuerpo bien cincelado.

Todas las culturas han estado obsesionadas por encontrar las fuentes de la eterna juventud que si alguna vez existieron fueron secadas en los tiempos donde pastaban las hadas. Esa desesperación la supo plasmar Oscar Wilde en El retrato de Dorian Gray. Ese rostro, pintado por Basil Haward, se va minando con toda la vileza que traen los años, la maldad de la vanidad convertida en surcos profundos, en ojos hundidos, en narices huesudas. En tumores llenos de pus, los mismos que vemos en el rostro de Elizabeth Sparkle cuando el tónico ya no funciona, cuando la fuente se ha secado, cuando la sustancia ya ha perdido su efecto.

Las fuentes de la eterna juventud se llaman, en la postmodernidad, quirófanos. En Colombia la ciencia no avanza pero los métodos de belleza sí. Cada vez más sofisticados, más retadores. Creo que una persona que ha tomado como hábito hacerse “retoques” en su cuerpo, de manera trimestral, es posible que expulse las palomitas que comió viendo La Sustancia. Es difícil no sentirse perturbado. Los feos nos hemos resignado a no tener espejos, pero Elizabeth Sparkle, la protagonista de la película, claro que los tiene. A sus 50 años está obsesionada con ella misma. ¿Cómo no estarlo si es Demi Moore? En su juventud fue actriz y tuvo una racha buenísima que incluso le hizo ganar un Oscar. Le dieron una estrella en el paseo de la fama. Pero el paso del tiempo es cruel con las actrices. Greta Garbo, cuando cumplió treinta años, desapareció de las cámaras alarmada por las grietas que dejaban los años en su rostro. Lo mismo pasó con Marlene Dietrich, el verdadero Angel Azul, quien optó por ser el recuerdo libidinoso de una generación y no el fósil que la revista de moda buscaban para ver que todos no somos más que materia en descomposición.

No había nadie más hermoso que Jane Fonda en 1970. Heroína de Barbarella, musa de Vardim, actriz de Godard. En los ochenta, al borde de sus cincuenta años, se dio cuenta que la gloria en su negocio, sobre todo si es mujer, es efímera. Así que se reenganchó como entrenadora fitness. Fue la primera en hacer videos de aeróbicos con la que se mantuvo, hasta sus 60 años, como un síbolo sexual. 50 años cumple Elizabeth Sparkle cuando arranca esta historia. Su estrella en el paseo de la fama ya comenzó a agrietarse. Ya nadie escribe guiones para ella. El camino era la televisión. Un programa fitness, entrenar. Está preciosa, pero los productores, todos mayores que ella, están interesados en carne más joven. Uno de ellos es Dennis Quaid. Con gran angulares y primeros planos comiendo camarones con mayonesa se ve más horrible de lo que es. Y más viejo. Pero es hombre y tiene poder. El hombre es como el vino, ¿han escuchado esa máxima?

Le dice a Elizabeth que su tiempo en televisión ha concluído, le regala un libro de cocina francesa y la invita a retirarse. Nadie la recordará. Ya lo sabe. El mundo del espectáculo no es más que una picadora de carne.

Entonces aparece, como en La muerte le sienta bien, la sensacional comedia de Robert Zemeckis, un enfermero que le da una tarjeta. Le da una usb. Allí le explican qué es la Sustancia. Parece que es mejor que cualquier cirugía. Sólo se rerquiere inyectarse correctamente una pócima y no abusar de ella. Si sigues las instrucciones nada malo vendrá. Tan sólo “la mejor versión de ti misma”. Apenas Elizabeth Sparkley tiene en sus venas la sustancia nada volverá a ser igual. Demi Moore pasa a ser Margareth Qualley. Y empieza entonces una de las mejores películas de terror que se han hecho desde que John Carpenter dejó de hacer películas en el ya lejano 2010.

Su directora es la francesa Coralie Fargeat, que empezó a escribir el guión –premiado en Cannes– cuando cumplió cuarenta años. Esta es prácticamente su opera prima y ha entrado tumbando la puerta. Nada fue fácil en un proyecto que duró ocho años en concretarse. Ray Liotta estaba listo para encarnar al repulsivo ejecutivo cuando murió súbitamente apenas se iba a empezar el rodaje. Fue reemplazado por un espléndido Dennis Quaid aunque, bueno, son las dos actrices principales las que producen ese efecto hipnótico y exasperaste con el que navegas la que sin duda será la película más provocadora del año. La vi en Unicentro en Bogotá, un domingo a las 3 de la tarde, ante un público que, como siempre, no sabe bien qué fue lo que entró a ver y en los últimos veinte minutos la sala quedó vacía. Se levantan sobre todo los hombres. Se notan ofendidos. No han digerido bien su perrito caliente. A lo mejor creían que era una película de sexo. Demi Moore cargaba con ese estigma después de ese culto a la misoginia que fue Striptease, la película de Andrew Bergman de 1996 que casi nadie recuerda pero que fue un éxito de taquilla. La hermosa Demi Moore de 33 años es una adicta al sexo que además acosa a un sesentón Michael Douglas. Y sí, la mayoría de los hombres que se levantan son viejos como yo. Se equivocaron de sala.

Muchos comparan La Sustancia con David Lynch, Cronemberg, en algunos planos parece El resplandor, y toda la santa lista, pero lo que ha creado Fargeat es una experiencia única, una reflexión sobre la violencia estética de la que más de uno –cirujano y paciente– se va a sentir aludido y ofendido. Las fuentes de la eterna juventud no existen. Lo mejor es aceptar el espectáculo del envejecimiento. De la destrucción. Todos merecemos ir desapareciendo lentamente.

A tres semanas de su estreno en Colombia la película sigue siendo exhibida en varios cines de Bogotá y Medellín. Lejos de cualquier estrategia publicitaria La Sustancia se ha valido de algo que creíamos ya no existía en la promoción de una película: las buenas críticas y el voz a voz. Es de esos filmes de los que hablan hasta los que no lo han visto. Es, por supuesto, lo que algunos ancianos llaman “película independiente” porque costó 17 millones de dólares. En sólo 10 días de exhibición en Estados Unidos se recuperó la inversión. Ahora ha dado ganancias que rozan los 80 millones de dólares. Mientras la grandilocuencia de Coppola arruina a tres generaciones de sus descendientes por gastarse 150 millones de dólares en un despropósito como Megalopolis –que aún no tiene fecha de estreno en Colombia– Coralie Fargaet da un golpe de gracia al patriarcado, nos señala sin miedo y nos juzga, con razón: fuimos los hombres los que hemos condenado a cientos de miles de mujeres inseguras al quirófano esperando no perder sus empleos, sus maridos, sus ilusiones. Por eso molesta a tantos machos. Es una vuelta de tuerca, acaso la más brillante de todas, a la tesis que todos los males de occidente se los debemos al patriarcado.

Si quieren poner a prueba su moral, su apertura de mente y su amor al cine deben dejar todo lo que están haciendo e ir a verla ya. La Sustancia es la película del año.

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