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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • Ilustración Laura Ospina
    Ilustración Laura Ospina
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    Ilustración Laura Ospina
Edición del mes | PUBLICADO EL 04 junio 2023

Los pasos bienvenidos: una historia de la migración

El ser humano ha migrado desde siempre: moviéndose llegó a América y se expandió por el mundo.

Ignacio Piedrahita

Búsqueda de mejores condiciones de vida, de un territorio más amplio donde desarrollarse. Migrar para liberarse, pero también con el fin de avanzar hacia lo novedoso. El ser humano tiende a moverse, el desplazamiento está en sus genes. Alejarse de lo ya conocido con la esperanza de expandirse, crecer. Y, en otro lugar, echar raíces y florecer.

Una migración puede tener un carácter épico, debido a difíciles circunstancias. Es un sacrificio al que se está dispuesto, pues el cambio significa renovarse. Hay que reunir una gran cantidad de energía para romper la rutina y partir. La esperanza crece primero en la imaginación, de ahí salen las fuerzas. El relato de otros atrae como el canto de las sirenas a los marineros. Promete eso que en el país donde se está no se consigue, aquello que permitirá contar otra historia de sí mismo.

Una empresa de tales dimensiones trae duras exigencias al cuerpo y a la mente, es necesario entregarse por completo. Experimentar situaciones inesperadas, costumbres ajenas, paisajes ignorados. Con malos o buenos resultados, el llegar a un sitio diferente implica adaptarse. Hay que dejar a un lado lo sabido y rehacerse, cultivar una nueva versión de sí mismo. Y en ese lugar antes desconocido, es necesario asentarse, construir un hogar.

El ser humano está migrando desde que surgió como especie. Al igual que sus antecesores o linajes paralelos, salió de África buscando tierras incógnitas. Se cree que hace 100.000 años el Homo sapiens ya había cruzado las fronteras del continente hacia Medio Oriente. Y en diferentes oleadas fue poblando Asia, Europa y Oceanía. A pesar de que ya había por ahí otros homínidos, como los Neandertales, y unos cuantos descendientes del Homo erectus, el mundo era bastante inexplorado. No había fronteras y el horizonte llamaba a seguir adelante desde todos los puntos cardinales.

Esas primeras migraciones no fueron las que llegaron a América. Fue una que se estima que salió de África por la misma ruta hace unos 60.000 años, compuesta por una tribu de apenas unos cientos de personas. Sus descendientes arribaron al Medio Oriente, Europa y Asia, como sus predecesores, pero continuaron hasta llegar al estrecho de Bering y cruzaron hacia América por Alaska. Desde allí se desplazaron rumbo al sur, hasta alcanzar el extremo más austral de Suramérica.

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En este viaje de 2.500 generaciones y treinta millones de pasos, nuestros ancestros sufrieron los rigores del caminar, pero también vivieron el asombro de los paisajes inesperados. Aprendieron a adaptarse a climas diferentes al tropical africano del que habían salido, y a vivir de una manera que los alejó de las otras especies de homínidos con las que coexistieron. Como familia, nunca se quedaron quietos, siempre hubo algún descendiente que decidió avanzar hacia lo desconocido. Y, finalmente, terminaron poblando el mundo.

Se discute si el cambio climático natural de la Tierra tuvo que ver con esta migración original, aunque sí es muy probable que la haya favorecido. En los milenios que transcurrieron mientras ellos caminaban entre Etiopía y el nororiente de Rusia, el planeta se enfrió. De ahí que tuvieran que enfrentar climas cada vez más adversos, pero, al mismo tiempo, estos les permitieron cruzar de Asia a América. La cantidad de agua retenida en los polos y hielos de las montañas aumentó, y el nivel del mar descendió hasta 120 metros por debajo del actual. Esto hizo que muchas zonas de poca profundidad, hoy inundadas, fueran entonces transitables, como el actual estrecho de Bering.

Se piensa que nuestros ancestros cruzaron a Alaska hace alrededor de 16.000 años, y que hace 14.500 ya se encontraban en la punta sur de Chile. Estas cifras tienden a modificarse tras nuevas investigaciones, casi siempre empujando hacia atrás la fecha de llegada al continente americano. Es probable que estos primeros migrantes aprovecharan los recursos de la rica costa occidental de América para llegar en apenas 1.500 años hasta el sur del continente. Encontrar los vestigios de su caminata es especialmente difícil. Lo que entonces era playa, ahora está bajo el mar. Después del paso por Beringia, como se conoce a la región emergida que conectaba Asia y América, la Tierra se calentó, derritió parte de su hielo y las costas se inundaron de nuevo.

Si fue un poco antes o un tanto después, bordeando el continente o por las montañas, ese parece haber sido el recorrido más probable de aquella migración original. El Homo sapiens demostró ser inteligente y adaptable, y con el paso del tiempo se multiplicó y consiguió poblar el mundo en números que producen temor. De unos pocos miles que llegamos a ser en algún momento anterior a la salida del ser humano de África, ahora somos ocho mil millones de personas sobre el planeta. Esto ha sido posible, para bien o para mal, gracias a ese carácter móvil que está inscrito en los genes del ser humano.

Cada migración puede dibujarse por medio de líneas que trazan sobre la Tierra un bello palimpsesto. Son escrituras hechas por las pisadas de los viejos seres humanos, firmas de su tránsito. Algunas se repiten, otras se cruzan o se mantienen paralelas. En ningún momento las más nuevas borran las huellas del pasado. Todos los caminos quedan marcados para siempre en la memoria, los enseres desechados o los huesos fosilizados. La trocha de hoy tiene un correlativo en el pasado, un esfuerzo y una esperanza que funda el deseo permanente de tránsito.

Los migrantes actuales replican de alguna manera las épicas caminatas de aquellos ancestros. Las condiciones no son comparables, seguramente, pero sí los rastros que dejan sobre la piel del planeta. Sus difíciles travesías por selvas y desiertos, por mar y por tierra, a punto de ser pillados y devueltos, les rinden un homenaje a los primeros seres humanos que salieron de África y ocuparon el mundo.

El paisaje ya no es lo que era antes, despoblado y hermoso, pero estos seres humanos que se juegan la vida en su desplazamiento por la más dura geografía son los herederos de ese ímpetu milenario de cambio. Algunos se quedan por el camino o incluso perecen en el intento. Otros llegan a su destino y prosperan. Se adaptan, se asientan y avanzan a otro momento de su existencia. Esta vez llegan a lugares ya habitados, pero renuevan su sangre. Los inundan de imaginaciones, de fuerza laboral y, sobre todo, del espíritu de tránsito que mora en todo caminante.

*Escritor. Estudió Geología. Autor, entre otros libros, de Grávido Río y El velo que cubre la piedra. Los recorridos y el viaje son el insumo de sus escritos.

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