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Generación es la revista cultural de EL COLOMBIANO. El cambio es el tema de este mes, el hilo conductor para celebrar que regresamos renovados.

  • Andre Agassi contó en sus memorias sobre los dolores: “Soy un hombre joven, relativamente joven. Tengo treinta y seis años. Pero despierto como si tuviera noventa y seis”. Foto: Getty Images
    Andre Agassi contó en sus memorias sobre los dolores: “Soy un hombre joven, relativamente joven. Tengo treinta y seis años. Pero despierto como si tuviera noventa y seis”. Foto: Getty Images
  • Batistuta dijo en una entrevista que después de 17 años de carrera y varias lesiones empezó a sufrir dolores insoportables en las piernas. Foto: Getty
    Batistuta dijo en una entrevista que después de 17 años de carrera y varias lesiones empezó a sufrir dolores insoportables en las piernas. Foto: Getty
  • Andre Agassi contó en sus memorias sobre los dolores: “Soy un hombre joven, relativamente joven. Tengo treinta y seis años. Pero despierto como si tuviera noventa y seis”. Foto: Getty Images
    Andre Agassi contó en sus memorias sobre los dolores: “Soy un hombre joven, relativamente joven. Tengo treinta y seis años. Pero despierto como si tuviera noventa y seis”. Foto: Getty Images
  • Batistuta dijo en una entrevista que después de 17 años de carrera y varias lesiones empezó a sufrir dolores insoportables en las piernas. Foto: Getty
    Batistuta dijo en una entrevista que después de 17 años de carrera y varias lesiones empezó a sufrir dolores insoportables en las piernas. Foto: Getty
Edición del mes | PUBLICADO EL 07 agosto 2022

Por el cuerpo y contra los gimnasios

La relación de los deportistas con el cuerpo es diferente a la del resto de seres humanos; es raro que quienes van a un gimnasio comparen sus rutinas con quienes buscan en canchas y pistas la gloria de pretender la inmortalidad.

Daniel Rivera Marín

Intenté ir al gimnasio hace varios años y escogí uno crossfit, fue tan difícil que los primeros días tenía que pedir ayuda en el trabajo para sentarme. Me tiraba en la silla a descansar porque los músculos me ardían, los sentía tensos y recogidos; soñaba con que pasados los meses estaría flaco y musculoso. En algún momento desistí porque estaba cansado de levantarme a las 4:30 de la mañana; además, me sentía como un idiota haciendo marcha al frente de un espejo cuando todavía no salía el sol y sonaban como un trueno canciones de reguetón.
Meses después de mi fracaso con el gimnasio —no digo deporte por obvias razones— leí Open, las memorias del tenista Andre Agassi, y en los primeros párrafos me encontré con la imagen de un hombre tirado en el piso, inmóvil, que no se reconoce a sí mismo por el peso del dolor. Dice: “Soy un hombre joven, relativamente joven. Tengo treinta y seis años. Pero despierto como si tuviera noventa y seis. Después de tres decenios corriendo a toda velocidad, deteniéndome en seco, saltando muy alto y aterrizando con fuerza, mi cuerpo ya no me parece mi cuerpo, sobre todo por las mañanas. Como consecuencia de ello, mi mente no me parece mi mente”.

El libro cuenta la relación de Agassi —uno de los tenistas más importantes de su generación— con el deporte, habla del rastro que dejó en su cuerpo entrenar todos los días de su vida con el propósito de ser el mejor: él era su principal enemigo. El deporte —el entrenamiento— está signado porque el que lo practica es su primer y último adversario, cada uno encuentra en su cuerpo el principio y el fin de su capacidad; mientras en el gimnasio la gloria se la lleva el músculo, en el deporte la gloria se la lleva el esfuerzo, la habilidad, el genio. El cuerpo se lleva el dolor, el desgaste, la miseria.

En 2017, el exfutbolista argentino Gabriel Omar Batistuta dijo en una entrevista que después de 17 años de carrera y varias lesiones empezó a sufrir dolores insoportables en las piernas. Eran tan terribles que les pidió a los médicos que se las cortaran. Dijo: “Es verdad que le pedí a un doctor que me cortara las piernas porque no podía caminar (...) No quería ni siquiera ir al baño a la madrugada porque ya sabía que esos tres o cuatro pasos me iban a hacer llorar”.

Le pasó a Batistuta —tres mundiales, el argentino que más goles ha hecho en todas sus participaciones—: entrenó tanto, jugó tan sin descanso, que acabó con los cartílagos, porque todo su peso se apoyaba sobre los huesos, nada amortiguaba las coyunturas.
Entrenamiento, deporte, todo tan lejos de la moda y del Instagram. El gimnasio, tan risible.

Después de un juego, Jim Courier le dice a Agassi que gracias por salir a la cancha para “pasarlo bien”, y Agassi piensa: “Pasarlo bien. Si lo he pasado bien, ¿por qué siento como si acabara de atropellarme un camión? Si pudiera, tendría que pasar un mes entero metido en una bañera de agua caliente, pero mi próximo partido se acerca, y mi rival juega como un poseso”.

Ahora, en épocas de trabajo frente al computador, el deporte también es controlado: sucede en gimnasios que son peceras con luces de discoteca, que son una workstation.
Por eso es muy raro que la gente llame “entrenar” a esa rutina. Entrenar es “preparar o adiestrar personas o animales, especialmente para la práctica de un deporte”. Se entrena para otras cosas, podríamos decir que en este caso para el deporte rey —el verdadero deporte—: posar en Instagram y esos trofeos en que se convirtieron los likes. En las redes sociales no solo importa la foto, también la leyenda —el copy, la frase que vende—, y ahí todos dicen que buscan su mejor versión, como si fueran un continuo remake cada mañana. Pero somos como la roca, cuya única vocación es seguir siendo roca.

Batistuta dijo en una entrevista que después de 17 años de carrera y varias lesiones empezó a sufrir dolores insoportables en las piernas. Foto: Getty
Batistuta dijo en una entrevista que después de 17 años de carrera y varias lesiones empezó a sufrir dolores insoportables en las piernas. Foto: Getty

Los deportistas suelen burlarse de quienes van al gimnasio, o de quienes solo “entrenan” en el gimnasio. Aunque ambos buscan una marca, los deportistas como los artistas tienen un fin estético y ven en su propia cara el impedimento. Desde los griegos queremos ver sangre en la arena, la sangre del deportista que hace milagros con su cuerpo. Ahora mismo recuerdo a David Foster Wallace cuando habla de Roger Federer:
“... Lo que consigue hacer ahora Federer es invertir instantáneamente el impulso de su cuerpo y dar un brinco hacia atrás de tres o cuatro pasos, a una velocidad imposible, a fin de atizar un drive desde su esquina de revés, desplazando todo su peso hacia atrás, y el drive en cuestión es un pelotazo brutal con efecto liftado que rebasa a Agassi junto a la red y se va para el fondo, y Agassi se lanza a por la pelota pero ya la tiene detrás, y la pelota vuela en línea recta siguiendo la línea de banda, aterriza con precisión en la esquina de dobles del lado de Agassi y obtiene el punto; Federer todavía está danzando hacia atrás cuando aterriza. Y el público de Nueva York guarda ese pequeño segundo familiar de silencio asombrado antes de estallar en vítores, y en el televisor John McEnroe con sus auriculares de locutor invitado dice (principalmente para sí mismo, parece): ‘¿Cómo se puede anotar un tanto desde esa posición?’”.

¿Ven? ¿Cómo compara a un tipo o a una tipa corriendo la carrera sin fin en la banda con la belleza del movimiento de una futbolista o de un tenista —como Federer—? Además, el gimnasio solo tiene la poesía del reguetón y del Instagram, que está hecha de publicidad. Miren, escribió Alessandro Baricco sobre Federer: “La diferencia fundamental entre Roger Federer y los demás tenistas del planeta no es la que resulta más evidente, es decir, el hecho de que, a la larga, sea él quien gane. Eso es un corolario, tal vez una coincidencia, a menudo una consecuencia lógica. La verdadera diferencia entre él y los demás, como todo el mundo sabe, es que los otros juegan al tenis, mientras que él hace algo que tiene más que ver con la respiración, o con el vuelo de las aves migratorias, o con la fuerza renovada del viento en la mañana”.

Mientras en Instagram y en los gimnasios y en los quirófanos se idolatra al cuerpo, el deporte lo lleva a sus límites y allí lo muele, lo ofrece como sacrificio a un dios ciego. El que entrena, lo hace para quemarse en un altar que solo conoce quien comparte su vocación, mientras tanto el espectador se queda con la imagen, con el milagro.
No hay que leer la Ilíada o la Odisea para darse cuenta de que el deporte —o el esfuerzo o la guerra— no le cantan a otra cosa más que a la gloria del ser humano y sus gestas momentáneas en contra de la naturaleza, la gesta en la que parece que la vida ha terminado y solo queda la inmortalidad ◘

Daniel Rivera Marín

Editor General Multimedia de EL COLOMBIANO.

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