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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • De Milei a Trump, ¿qué son los libertarios?
  • De Milei a Trump, ¿qué son los libertarios?
Edición del mes | PUBLICADO EL 08 febrero 2025

De Milei a Trump, ¿qué son los libertarios?

El libertarismo pasó de ser un movimiento de nicho, visto con extrañeza por conservadores y liberales, a jugar como protagonista en los debates geopolíticos. A su esencia económica, que aboga por la disminución —o desaparición del Estado—, la defensa máxima del individuo y la adoración al libre mercado, se le sumó en los últimos años la bandera de una lucha cultural —y a muerte— contra el progresismo WOKE. ¿De qué forma un pensamiento radicalmente liberal terminó por vincularse a las derechas más extremas?

Por David E. Santos Gómez

Una bandera amarilla recorre la política del mundo. Hasta hace no mucho —aunque parecen siglos en esta geopolítica de vértigo— el estandarte se mostraba tímido en mítines de nichos considerados extremistas por liberales y conservadores. Hoy, por el contrario, ondea cada vez más orgullosa en reuniones de Buenos Aires y de Washington y de Madrid y de Berlín. Es un rectángulo de un fondo intenso, como el sol, que tiene en el centro una serpiente de cascabel negra que gira en su cuerpo tres veces para sacar amenazante su lengua bífida. Se posa en un caricaturesco césped verde y bajo él se leen cuatro palabras en un inglés de mayúsculas sostenidas que reza: DON’T TREAD ON ME (No pases sobre mi – no me pises). Se conoce como la bandera Gadsden, tiene su origen en los años de la independencia de Estados Unidos, y hoy representa al movimiento libertario, uno que promulga por la libertad del individuo, la defensa de la propiedad privada y adora al libre mercado. Es un símbolo claro de la rebeldía contra el Estado.

Los libertarios de hoy, sin embargo, no son los libertarios de ayer. Es el mismo insecto político en aspecto, con su caparazón duro y aparentemente impenetrable, pero con unas vísceras y un alma distinta. Ataca y pica de diferente forma. Podemos encontrar rasgos del libertarismo en el anarquismo del siglo XIX y Pierre-Joseph Proudhon o Mijaíl Bakunin y su asco profundo por la idea del Estado como amo. Al mismo tiempo, aunque suene contradictorio, el libertarismo primigenio, se ramifica como concepto hacia la filosofía del individuo y el utilitarismo que atraviesa a nombres de la talla de John Locke, Adam Smith o John Stuart Mill y su insistencia en el valor del esfuerzo personal. ¿Pero de qué forma una idea política y filosófica de libertad amplia -utópica- terminó asociada en el siglo XXI a movimientos de extrema derecha que hoy atraen masivamente por igual a ciudadanos de América o de Europa? ¿Por qué se autodenomina el argentino Javier Milei como el primer presidente libertario —y anarcocapitalista— del mundo y la bandera de Gadsden se ondeó en la toma del Capitolio de Washington el 6 de enero de 2021 o en los discursos de Jair Bolsonaro? ¿Cómo una idea rebelde frente al status quo es ahora el buque insignia del conservadurismo más rancio? ¿Cómo lo liberal termina por ser, paradójicamente, lo más conservador? La respuesta la encontramos en el siglo XX.

Si bien el libertarismo, por herencia, podría moverse cómodamente desde su rechazo al Estado y amor por la libertad entre la izquierda y la derecha, es la economía del primer cuarto del siglo XX la que va a ofrecer definiciones más contundentes. Tras la crisis de los años veinte y las posturas de ampliación gubernamental de Europa, pero -y sobre todo- del New Deal estadounidense de Roosevelt, un grupo de economistas entre lo se destacan Ludwing von Mises y Friedrich A. Hayek (ellos y otros dentro de lo que se conoce como la escuela de pensamiento austriaco) se transformó en la avanzada intelectual de una mezcla de teoría política y filosófica que insiste en los perjuicios de un Estado omnipresente, aboga por la supremacía absoluta del mercado e insiste en la imposibilidad del socialismo como ejercicio práctico del poder. Planteaban que en contra de un Estado opresor, la libertad individual y de mercado debería ser el valor central de la sociedad. Aunque para la época, con el apogeo del Estado de Bienestar, las ideas austriacas tenían una participación moderada en el debate económico mundial, en 1974 Hayek obtuvo el Nobel de economía lo que resultó en un impulso de su pensamiento y en una sorpresa para sus discípulos que sostenían que estos reconocimientos son, por lo general, entregados a un progresismo hipócrita. Hayek, convertido ya en una figura de la defensa del libre mercado, fue asesor de distintos gobiernos que abrazaban la idea de un nuevo liberalismo, entre ellos el dictador chileno Augusto Pinochet.

Pero este libertarismo económico no explica el conservadurismo social que hoy acompaña a los políticos que ondean la bandera. Quizá el nombre que nos permita entender ese giro de tuerca sea el de Murray Rothbard, un economista que, perteneciente también a la escuela austriaca y eje central del movimiento libertario estadounidense a mediados del XX, decidió ir más allá al poner las bases del anarcocapitalismo, una mirada más radical que asegura que el Estado es una organización delincuencial que roba sistemáticamente y debe desaparecer para buscar un regreso originario a comunidades más simples (como aquellas que poblaron a los Estados Unidos en el siglo XV y XVI). Si ese era el objetivo en mente, la familia y la iglesia y la empresa eran instituciones que deberían ser defendidas y en torno a ellas buscar el avance social. Se empezaría a hablar de paleolibertarios. Libertad de mercado y conservadurismo social.

Economía liberal

/ Sociedad conservadora

Volvamos a Javier Milei y hablemos de la época en la que tuvo un perro. Era un mastín inglés al que llamó Conan, por el bárbaro. Su muerte significó uno de los hechos más dramáticos en su vida al punto que, antes de enterrarlo, guardó células para clonarlo. Lo hizo años después gracias a un laboratorio estadounidense. Lo clonó cuatro veces y, a los que llama sus “nietos”, los nombró como sus economistas idolatrados: Milton (por Friedman), Robert y Lucas (por Robert Lucas) y Murray (por Murray Rothbard) fundador del anarcocapitalismo. Las cabezas de los cinco perros, Conan y sus cuatro hijos clonados, están talladas en el bastón presidencial que le fue entregado en su posesión. De ese nivel es su compromiso con la filosofía libertaria.

Milei se autodefine como libertario y anarcocapitalista. Fue su popularidad en televisión como panelista de programas de debate y luego sus exitosas campañas políticas para el Senado y para la Presidencia de Argentina las que llevaron al pensamiento libertario a su momento de mayor auge mundial. Resulta una de las aporías más interesantes de la política contemporánea que un hombre que insiste en la desaparición del Estado sea ahora la cabeza del mismo. Argentina es —o era— considera por los libertarios el “país más zurdo del mundo” pero ahora lo gobierna un hombre que prometió con una motosierra amarilla (no es coincidencia) desbastar todas las ramas del árbol gubernamental. El triángulo hemisférico de la política libertaria, con su mezcla de absoluta libertad de mercado y conservadurismo radical en lo social, lo completan Javier Bolsonaro en Brasil y Donald Trump en Estados Unidos. Si bien estos dos últimos no abrazan de manera tan evidente la bandera amarilla como el argentino, el apoyo de esta ideología reaccionaria fue clave para sus gobiernos en Brasilia (2019-2022) y en Washington (2017 – 2021 y el según periodo que inicio este año).

Pero por un lado va la economía y por otro su visión social. Si bien el libertarismo tiene sus pilares en conceptos de mercado muy claros, ahora que ostenta el poder su principal estandarte y aglutinador es la batalla cultural contra la izquierda. “Zurdos de mierda”, los llama Milei para que no quede un resquicio de duda respecto a su postura.

Si nos acercamos, por ejemplo, al manejo del gobierno en lo económico es fácil encontrar diferencias en el trio americano (Milei-Bolsonaro-Trump). Unos insisten en la imposición de aranceles mientras otros llaman a evadir impuestos. La Casa Blanca quiere plantearse como un poder central contundente pero la Rosada camina el sendero de la contracción absoluta de la mano estatal. Pero en lo que unen manos -y puños- sin fisuras es en su enfrentamiento contra el progresismo. La palabra que une todo lo que odian en el campo cultural es WOKE. Lo que en un principio fue el término utilizado para insistir en la necesidad de “despertar” ante las injusticias sociales de los Estados Unidos de los años sesenta (retomado además por el reciente movimiento Black Lives Matter) fue asociado en los últimos años a la idea de adoctrinamiento izquierdista y su significado tomó rápidamente tintes peyorativos. Lo WOKE, entonces, encarnó para la derecha todo aquello que consideraban un adiestramiento. Desde los decretos en pro de las minorías o los libros que se leen en las escuelas hasta la cultura de Hollywood y la industria discográfica. Elon Musk, la gran referencia empresarial de la extrema derecha internacional, es al mismo tiempo la encarnación de la lucha anti WOKE. Para el empresario surafricano ese “falso despertar” trae consecuencias nefastas. Insiste en que lo vive en carne propia porque su hijo Xavier Musk empezó una transición de género que él como padre rechaza y que lo alejó de su vida. “Mi hijo Xavier está muerto, asesinado por el virus WOKE”, dijo Musk en una entrevista.

En el listado de prioridades libertarias la batalla cultural contra el progresismo tomó un protagonismo fundamental. Si bien la economía sigue siendo la sangre que nutre el corazón de la propuesta, la lucha cultural permitió unos réditos sorprendentes en las urnas y no extraña entonces la forma exponencial en la que está siendo adoptada por discursos de derecha y extrema derecha.

En momentos de efectismo discursivo, cuando el insulto y la burla son moneda corriente de la demagogia contemporánea, lo libertario se asocia a una rebeldía de derecha que quiere romper con lo que consideran “lo políticamente correcto”. Ahí aparece esa extraña y violenta contradicción de recortar derechos para ser más libres. El credo reza que el Estado no debe intervenir ni en la economía ni en la vida privada: si existen límites para la primera serán definidas por el mercado. En cuanto a lo social y cultural, por el contrario, es mejor el repliegue. Volver a los orígenes. Imponernos los límites que a la economía no le permitimos. Para un ámbito de la vida preferimos romper las cadenas. Para el otro, cerrarnos nosotros mismos los grilletes.

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