El asedio animal, de Vanessa Londoño (TusQuets. 121 páginas) y Tortuoso arado, de Itamar Vieira junior (TusQuets, 335 páginas)
Voy a empezar hablando de mí. Aunque para hablar de los libros de otros. El pasado abril fui invitado a la Feria Internacional del Libro de Bogotá —Filbo— y mientras estaba allá me preguntaba la utilidad de los eventos literarios. No de Filbo en particular, sino de todos en general, porque me parece que el énfasis tiende a ponerse en los escritores y no en los lectores. Pero esa es una argumentación muy larga y para otro lugar.
El caso: pensaba en la utilidad de todo aquello y en los costos enormes de hacerlo (paréntesis para irme a la deriva: más que eventos literarios se trata de eventos culturales en la medida en que allí se mueven y se muestran muchas expresiones artísticas, además de la literaria. Es decir, las bellas artes como una de las formas de la cultura. Pero noto que cada vez con mayor frecuencia equiparamos cultura a urbanidad, y nos aterra que un escritor, y sobre todo una escritora, se salgan de las formas dado que están en un evento cultural)... pensaba en la utilidad de las ferias del libro, decía, y por supuesto sigo encontrando valores en ellas. Uno de tantos es exponernos a desconocidos.
Cuento mi experiencia: entré en contacto con una autora y con un autor que para mí hubiera sido difícil descubrir. No sé si me hubiera interesado en sus libros al verlos, qué se yo, en una librería o en una biblioteca. La atención —al menos la mía— suele estar posada en tantas cosas a la vez que, sin quererlo, me pierdo de lo curioso y lo importante.
Vanessa Londoño es colombiana y autora de El asedio animal, una novela que hay que leer con cuidado: son cuatro relatos que al final forman una «historia terrible», como dice en la contratapa. Vuelvo a decirlo: es un libro para leer despacio, con atención; de otro modo será complejo establecer al final las conexiones sobre quién era quién y la manera en que las situaciones se rozaron. Esta novela ganó en 2017 el premio internacional de literatura Aura Estrada que se otorga en México. Y bien lo mereció: su lírica es hermosa. Nos recuerda que sí, que siempre existirá la opción de narrar una historia de forma fría y sintética. ¿Para qué ponerse en algo más si al fin de cuentas es lo más efectivo? Pero es que las novelas también son una forma de explorar la belleza, en este caso la del lenguaje, y al hacerlo no se disminuye un ápice el valor de los horrores que se quieren contar. Al contrario, lograrlo bellamente refuerza el efecto.
