Una cuchara de madera. Ese es el nuevo símbolo que el profesor Antanas Mockus está utilizando en sus talleres sobre cultura ciudadana y construcción de paz. El pasado jueves, cerca de 200 personas vivieron esta experiencia en el Museo de Arte Moderno de Medellín.
En cada cuchara los participantes escribieron el nombre de una persona cercana víctima del conflicto o de la violencia en Colombia, y la fecha del momento de victimización. En la parte ancha describieron hechos relacionados con la violencia y si ya había perdonado, si no podía hacerlo, o si no quería.
Al final, algunas personas sembraron este objeto casero en un jardín, otros prefirieron dejarlo en el MAMM o llevarlo a casa. Unos cuantos lo dejaron en poder de la corporación del profesor Mockus.
En diálogo con EL COLOMBIANO, contó que su estrategia pedagógica, “la paz a cucharadas”, es una experiencia de trabajo colectivo que inicia con el ejercicio del “admiródromo”, en el cual las personas reflexionan y aprenden sobre la importancia de la aprobación del otro.
¿Cuántas cucharadas son necesarias para digerir la paz? ¿Por qué decidió escoger ese símbolo?
“Trabajamos con sicología social, con sociología, con antropología, pero digamos es sacarles el cambio cultural voluntario, entonces estamos partiendo de que Colombia quiere la paz, y esta, por medios culturales, es nuestra especialidad. La cuchara se vuelve un monumento, pero es un monumento extraño. Abre el cajón de la cocina de su casa donde usted guarda los cubiertos y se encuentra con la cuchara que hace parte de la historia de la familia. La paz se toma por cucharadas”.
Ya inició el proceso de implementación, pero se acentuó la polarización. ¿Qué papel debe jugar el discurso del perdón en el debate electoral que arranca?
“La política sin polarización no existe, pero si esto se come todas las energías, pues la sociedad se va para abajo, se estrella. Deberíamos dedicarle el 80 por ciento de nuestra energía a construir. La paz no es ninguna maravilla, es un titular horrible, pero no es fácil. En parte los agarrones en que andamos los colombianos son exactamente lo que queríamos cuando se dijo que silenciáramos los fusiles. Se silenciaron, pero aumentó la gritería. Hay que regular esa explosión. Es como si nos hubieran prohibido durante muchos años hablar y ahora estamos, como niños, descubriendo que uno puede decir cualquier cosa y otro le responde. La paz no es ningún paraíso. Entraña una tensión distinta y unas restricciones sobre los medios. La política tiene que volverse pedagogía. Parte de la polarización se da entre quienes se enfrentan a la corrupción y los que se enfrentan a la desigualdad”.
¿Por qué medio país siente que perdieron con la firma del Acuerdo?
“Hay un fenómeno que los sicólogos han estudiado que es la aversión a la pérdida. Algunos estudios dicen que si uno pierde 10.000 pesos, no queda en paz consigo mismo encontrándose 10.000 pesos, sino que tiene que encontrarse entre 23.000 y 25.000. Las pérdidas son vistas con una lupa que magnifica la pérdida, eso tiene unas bases etológicas, en el mundo animal”.
¿Es muy difícil que haya una sociedad reconciliada?
“Lo primero que hace la gente para sobrevivir es asegurarse, no perder lo poco que tiene. Yo no entendía la ley del talión, me parecía una barbaridad eso de “ojo por ojo, diente por diente”. Lo que pasa es que por sicología la gente por un ojo quita dos, o hay quien quita dos y medio... lo espontáneo es la escalada. Usted me mata uno, y yo le mato dos. Entonces, seguramente en el momento no va a ser fácil, sirve para un momento de alto entusiasmo en el país. Con el Acuerdo se advirtió ojo que hay otras fuentes de violencia, eso no piensan otros investigadores, otros candidatos, otros políticos. El político, con la paz, ya no puede justificar sus barbaridades como las justificaron ayer. Matar gente, secuestrar, no es fácil. La politización armada se combate de dos maneras, por el lado político o militar”.