viernes
7 y 9
7 y 9
Decir que los canes adultos no aprenden y por eso resulta problemático adoptarlos es como si dijeran que una persona de 50 años ya no puede estudiar.
Por supuesto que entienden, dice Fredy Manrique, veterinario y etólogo, dueño de esa idea inicial.
Fredy indica que, como los perros hoy tienen expectativa de vida más larga que los de épocas anteriores —lo mismo que pasa con los humanos—, si uno adopta uno de 8 años, todavía tiene más o menos otro lapso igual por delante a su lado.
Esto de las edades, para no dejar la intriga y seguir adelante como si nada, lo explica Fredy diciendo que no es cierta esa tabla que presentaban en la que un año del perro equivalía a siete de un humano: “Ese es un mito y no tiene asidero científico”.
Y que así como el humano ahora espera vivir más tiempo, por los cuidados alimenticios, el avance de la ciencia que le previene o cura enfermedades, así los de cuatro patas también están viviendo más. Si hace unos años, uno duraba unos 10 años —cifra que varía de acuerdo con la raza, la calidad de vida y las condiciones genéticas de cada individuo—, ahora es común que pasen de los 17 o 18 años.
Esa creencia de que si alguien acoge un perro mayor se encarta porque está lleno de resabios y difícilmente aprende normas, igual la desvirtúa María Isabel Calle Uribe, una ingeniera administradora que trabajó por años en un banco y ahora dirige el refugio de las Narices Frías, en la Variante a Caldas.
Y ella tiene por qué saberlo: durante más de dos años ha dedicado su tiempo a cuidar a los caninos, tiene 130 y cuando halla o le entregan uno mayor e incluso anciano, lo recibe sin pensarlo dos veces, porque sabe de esa idea errónea tan generalizada, de modo que adivina que si no lo acoge, quién sabe, tal vez nadie más lo haga.
“Un perro adulto aprende más fácil y rápido las condiciones de una familia, que uno cachorro”.
Explica que aquel ya ha visto y vivido muchas cosas, de tal manera que sabe aprender. Se concentra en ello con mejores resultados que uno muy joven, que necesita probarlo todo y ha visto menos cosas; en suma, que tiene menos experiencia.
Ese aprendizaje incluye orinar y hacer sus deposiciones en los sitios establecidos por sus amigos humanos, y los demás requisitos que le ponen para estar en la casa.
“Por ejemplo —comenta Isabel—, los perros beagle son tan inquietos, que la gente los compara con los niños hiperactivos; o un lobo siberiano, que, en general es inquieto, loco y dañino. Al llegar a la edad adulta, ambos se convierten en unos compañeros apacibles, sin perder dinamismo y alegría”.
Hace pocos días, relata, entregó en adopción una beagle adulta. La había tenido desde cachorra. Ese animal era dueño de una a juventud tan inquieta, que hasta se orinaba en las camas. No conocía disciplina ni límite. En cambio, cuando la vio irse al nuevo hogar “era una dama; su andar tenía glamur”.
María Isabel cree que entre más adulto, de seis años para arriba, incluso los de tercera edad, son mejores compañeros y los “más juiciosos del mundo. Amorosos, tranquilos, nada dañinos y hacen sus necesidades afuera”.
Si alguien está depresivo o enfermo, dice la madrina de los canes, los mayores están más pendientes que los chicos; no lo desamparan.
Juan Fernando Martínez, veterinario de EVI Servicios, dice que la adopción de perros de edad avanzada es un suceso extraño. Sostiene que mientras más viejos, estos animales están propensos a padecer achaques renales o cardiológicos, pero los jóvenes, aclara, tampoco están exentos.
“Ninguno está libre, como nos pasa a los humanos”. Los de edades grandes, agrega, deben adoptarse, cómo no, por compasión, para mejorarles la calidad de vida.
Fredy, quien alienta a las personas a acogerlos, señala que a la hora de hacerlo, es conveniente que acuda a refugios de confianza.
Él, que ha tenido experiencia con ellos —trabajó en La Perla hasta hace poco tiempo—, cuenta que se encuentran ejemplares de unos 10 años, como dice él, “en muy buena condición corporal, más que todo los mestizos, con buen pronóstico de vida y dispuestos al aprendizaje”.
Señala que una característica de todas las especies es la neotenia, es decir, ese fenómeno por el cual persisten conductas infantiles hasta el final de sus días, lo cual resulta atractivo a los humanos.
Fredy no niega que los perros ancianos tengan riesgos de sufrir enfermedades propias del deterioro orgánico. Disfunciones cognitivas de pérdida de memoria, como una suerte de alzhéimer, y de la capacidad de desplazamiento. “Pero en muchos casos, si se detectan a tiempo, se controlan con nutracéuticos, o sea, complementos alimenticios”.
Los perros maduros y viejos también son buenas compañías: adaptables, seguros, estables y cariñosos. Así que no les dé la espalda la primera vez, déjese sorprender por sus tantos años.