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Columnistas | PUBLICADO EL 16 febrero 2019

Vestido

Por JULIÁN POSADAprimiziasuper@hotmail.com

“Me han acusado de frívola y de amar demasiado la ropa, pero es absurdo; eso equivale a no darse cuenta del papel que debe desempeñar una soberana, que es como el de una actriz ¡aunque aquel es más difícil! ¡La ropa forma parte de ese papel!” confesaría en 1894 Eugenia de Montijo, emperatriz de los franceses entre 1853 y 1870 y una de los primeras en entender el uso del vestido como instrumento de propaganda y promoción. Existe una anécdota suya que da fe del papel de la moda, el inglés Charles Worth, que era su modisto y a quien se conoce como padre de la alta costura, presentó a Eugenia un vestido de seda color beige, la tela en la que estaba elaborado el traje se inspiraba en un abanico chino y había sido realizada en los telares de Lyon (que era una ciudad antimonárquica), la emperatriz despreció el diseño, el costurero acudió entonces a sus dotes de persuasión; Napoleón III, que era su marido, entendió el valor político y la importancia económica que tendría para la promoción de Lyon el que ella usase el traje, para el fomento de la industria y sus ideales monárquicos, la razón y la estrategia política se impusieron al gusto.

Los vínculos entre política y moda son legendarios, las primeras damas norteamericanas han hecho un uso excepcional de ellos, basta recordar la extraordinaria labor que Michelle Obama realiza en pro del diseño. Jacqueline Kennedy ejerció con su vestuario como árbitro del gusto de la época; en Inglaterra, Lady Di sin ser soberana, usó el vestido y su apariencia como reflejo de triunfos y fracasos y como vehículo de emancipación personal, podría decirse lo mismo de Letizia Ortiz, reina de los españoles.

En Colombia la mayoría de los políticos parecen no dimensionar el poder del diseño y la carga simbólica de ciertos mensajes e imágenes que un producto puede proyectar y producir en el ámbito social, quizás por eso las políticas de estado son escasas y este solo es sujeto de comentarios en revistas de farándula y páginas sociales. Coincido con el crítico de arte Halim Badawi que a propósito de la polémica del traje de la primera dama afirmaba esta semana: “cualquier persona que haya leído un poco sobre historia o teoría de la moda, sabe que, en eso que parece tan superficial (la indumentaria, el vestuario) se disputan asuntos (simbólicos, sociales, políticos, de género, psicológicos, sociológicos) mucho más profundos y significativos, especialmente cuando el que utiliza tal o cual forma de vestir es una figura de poder”.

Sigue Badawi, “suponer que todo lo que rodea a la moda es absolutamente superfluo y no amerita nuestra más profunda (e irónica) discusión crítica, implica suponer que existen territorios vedados en el debate público y que no podemos participar, salvo como espectadores silentes, en uno de los campos de batalla más virulentos del debate contemporáneo, la moda, un campo en el que se mueven permanentemente imágenes y cargas simbólicas, estrategias de comunicación y golpes políticos. Nada más profundo y significativo que el debate sobre lo que parece superfluo y prescindible, porque en la superficie habitan las cosas a las que todos tenemos acceso primario, inmediato, las cosas que más nos afectan.”

¿ Será acaso que el vestido de la polémica se usó como elemento distractivo para desviar la atención del verdadero debate?.

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