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Columnistas | PUBLICADO EL 01 febrero 2021

Un adiós a mi lectora constante

Por Juan José García Posadajuanjogp@une.net.co

Ella fue la lectora constante de todos mis escritos desde hace medio siglo. No hubo columna, crónica, ensayo, artículo que ella no leyera primero que todos los demás lectores. Desde las extensas cartas que al principio le escribía diario, como si cada texto fuera un ladrillo más en la paciente construcción del edificio amoroso e intelectual de nuestras vidas, compartimos ideas y sentimientos destinados a publicarse. Aunque a veces pudieran incomodarme sus glosas, objeciones y críticas, las aceptaba porque nadie como ella me diría la verdad con tanta bondad de intención. Varias veces cambié de tema porque me lo descalificaba con un gesto improbatorio simple.

Mis conferencias, ponencias, prólogos y trabajos académicos los escuchaba así fuera al concluirlos en la alta noche o en las vecindades de la aurora. Para darme un concepto breve y certero no tenía límites de tiempo. Me acompañó siempre a todos los eventos, desde un puesto discreto en el salón, donde observaba y hacía fuerza para que todo saliera muy bien. En el periódico, en la universidad, en la academia era invitada de primer orden. El nuestro, desde hace casi cincuenta años, fue un pacto inquebrantable de compañerismo y de colegaje en la comprensión recíproca del amor.

Coleccionó todo lo que he escrito. Están en la biblioteca en volúmenes empastados, los 28 años con el Suplemento Dominical, centenares de columnas y editoriales, entrevistas, historias, al lado de miles de libros apretujados en los estantes. Me creía cuando, para matizar mi desorden lúcido, le argumentaba que una biblioteca es garantía de un hogar en paz. Una biblioteca, sí, y una lectora constante. Por esa paz respondemos con nuestros magníficos hijos y nietos, en casa o en la distancia espacial.

Fue gracias a su testimonio ejemplar de inteligencia, cariño, fortaleza y ternura como aprendí a profesar el estoicismo jovial de Don Quijote y Séneca. Ella era estoica, resistente, formidable ante el dolor y la enfermedad, silenciosa y sin una sola queja, con fe y esperanza y la ayuda de la Divina Providencia y la ciencia médica. Gozó de la existencia con mesura, de la música universal, de los viajes a la España de su alma, del esplendor quindiano, de la conversación amistosa, del arte de los detalles. Soportó con energía admirable los altibajos e intermitencias de ocho años de tratamiento, hasta cuando fue separándose de la vida normal y me dejó varado y confundido en esta frontera entre las dimensiones terrena y celestial, de la plenitud eterna y la temporalidad sensible.

Le pedíamos cada noche al Espíritu Santo y a la Virgen que el día siguiente fuera superior. Ya es superior para siempre. Luz Marina: Perdóname tanta impertinencia. Este es un adiós, un hasta luego, a mi lectora constante

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