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Un puñetero robot me ha tomado por millonario. No es que me moleste la equivocación sino el hecho de no serlo. En realidad, creo que por culpa de algún algoritmo aplicado a la publicidad en Internet me he dado cuenta de que jamás seré rico. Y es que a mí, que tengo en Madrid un Toyota Corolla de hace diez años cuyo motor suena como un viejo tanque Panzer y un monovolumen Volkswagen en Londres, con más caramelos incrustados en la tapicería que caballos de vapor, un robot “salao” me ha ofrecido comprarme...
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