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Columnistas | PUBLICADO EL 26 diciembre 2022

Mujer educada: mujer peligrosa

Nada que robustece más la insumisión contra las leyes injustas que disponer de datos, argumentos, lógica, pensamiento, acceso al saber. En eso radica el poder de la educación.

Por Najat El Hachmi

Mi padre me dijo que las mujeres no podían trabajar fuera de casa, que era algo que prohibía el islam. Y yo, que a la callada llevaba tiempo documentándome sobre el de asunto, le respondí que si eso era así, ¿cómo se explica que la primera mujer de Mahoma, Khadija, fuera una rica comerciante que no solo trabajaba por cuenta propia, sino que además tenía empleado al mismísimo profeta? Como no se esperaba el golpe, mi padre se quedó desconcertado unos instantes, pero no tardó en darme la respuesta nada dialogante propia de los jefes de familia tradicionales: eso da igual, no puedes trabajar y ya está. Creo que fue uno de los momentos en los que debió pensar que educar demasiado a las mujeres puede resultar peligroso, nada que robustece más la insumisión contra las leyes injustas que disponer de datos, argumentos, lógica, pensamiento, acceso al saber.

Los talibanes, en su larga guerra contra las mujeres, han decido expulsarlas de las universidades. Borradas ya de la esfera pública, no les quedaba más que desterrarlas de los espacios de adquisición de conocimiento, de las aulas donde puede fluir el pensamiento, transmitirse a las alumnas igual que a los alumnos. La autoridad basada en la fuerza no tolera que las hembras humanas piensen porque es muy probable que la razón las lleve a impugnar el sistema de dominación al que las están sometiendo. Aunque repitan sin cesar que está en nuestra naturaleza obedecer y callar, la sumisión expresa al varón, esta aparente claudicación de la propia voluntad, solo se consigue con un esfuerzo enorme y tenaz.

Uno de los ejes principales de este esfuerzo consiste en amordazarnos, en obligarnos a callar mediante amenazas, violencia o coacción. Las mujeres afganas pedían socorro a las potencias occidentales, lloraban a lágrima viva cuando Biden las abandonó repentinamente a su suerte y lo hacían porque ya sabían lo que podían esperar de un Estado talibán: la misoginia llevada al extremo mediante la aniquilación simbólica y real de las condiciones necesarias para que la mitad de la población pueda seguir considerándose parte de la especie humana. Condenadas el exilio doméstico, ahora se corona este infame proceso de encierro con la prohibición de que pisen las aulas de la universidad.

¿Responderán el Gobierno de EE.UU. y los países que dicen defender los derechos humanos y el feminismo ante este vergonzoso atropello de las libertades de las afganas? ¿O seguirán como hasta ahora, en su cómoda y cómplice indiferencia?.

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