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Columnistas | PUBLICADO EL 08 junio 2022

Madre coraje

La maternidad es una guerra interna mucho más compleja que la serie de clichés y sentimentalismos con los que es asociada.

Por Ana Cristina Restrepo Jiménez -
redaccion@elcolombiano.com.co

Camila le dijo a su hermana menor: “¡Cuando salgamos de acá, vos, Sofía, vas a pagarnos los tiquetes para ir a conocer el mar!”. En enero, sus tres hermanos y su mamá, Elena, viajaron a Tolú; Camila prefirió quedarse, se acababa de enterar de que esperaba un bebé de su primer y único novio. El último. Tres meses después, el 14 de abril, cuando Miguel Ángel tenía 23,5 semanas de gestación, ella ingresó al Hospital General con la “vomitadera” propia de tantas embarazadas, pero, en su caso, no retenía ni un sorbo de agua.

Fue la única de sus hermanos que nació en Medellín, hace veinte años: una atresia esofágica forzó su traslado desde Ituango, donde después nacerían los menores (hoy de dieciocho, catorce y doce años). Camila heredó el nombre de su padre, un desmovilizado del Bloque Central Bolívar que fue asesinado en Yarumal cuando ella era una niña. Su baja estatura y cuerpo menudo escondían la fuerza de su espíritu: desde que se mudaron a la ciudad, estudió hasta el octavo grado en “la nocturna” para que su mamá pudiera trabajar en el día mientras ella cuidaba a los chiquitos. Quería ser profesora de niños especiales.

En Urgencias dijo que sentía un “dolor bajito” y un tormento en la espalda. Tenía el estómago hinchadísimo. La internaron y, después de numerosos exámenes, supo el diagnóstico: “Carcinoma escamocelular de esófago medio y distal invasor”. Metástasis. Los médicos fueron claros: no podían salvarla; una quimioterapia alargaría su vida, pero había que interrumpir el embarazo. Camila replicó: “¡Quiero tener a mi bebé, mi mamá lo cuidará!”. Elena asintió con la cabeza. Andrés, el joven padre, también.

Cuando los tumores ya asomaban, Camila se acariciaba alrededor del ombligo: “Terremotico: colabóreme, no se mueva tanto que duele. ¡Quietecito, pues!”.

La tarde del peor dolor, al borde del desmayo por los punzones, apretó con fuerza la mano de Elena y de la enfermera jefe. El saco gestacional se desprendió sobre la sábana. Miguel Ángel nació en la noche del martes 26 de abril.

La maternidad es una guerra interna (felicidades, anhelos, culpas, angustias...), mucho más compleja que la serie de clichés y sentimentalismos con los que es asociada. ¡Tiene que ser elegida!: ninguna mujer puede ser obligada a parir ni tampoco a abortar. Camila superó el umbral del dolor sin expresar sufrimiento para evitar que le aplicaran medicamentos que arriesgaran el bienestar de su bebé. El examen sicológico señala que nunca negó la realidad: luchó para que la criatura viviera fuera de su vientre.

El pasado Día de la Madre, Elena, sus cuatro hijos y su nieto abordaron una lancha, los acompañaban el lanchero y un sacerdote. Cerca de las playas del parque Tayrona, las aguas del Caribe acogieron a Camila y Miguel Ángel; Sofía y Elena arrojaron margaritas blancas sobre la estela gris que desapareció entre las olas.

Cenizas, sal y agua dibujaban el verso de Rudyard Kipling: “Si me ahogara en el mar más profundo,/ ¡Madre mía, madre mía!/ Sé de quién son las lágrimas”.

Tragedia, epopeya, poema. Realidad. Esta mañana, después de una ducha para espantar el insomnio, Elena salió a trabajar, a hacer lo mismo que su hija mayor, María Camila Barrientos Areiza: desvivirse por los hijos 

Ana Cristina Restrepo Jiménez

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